Sáb 10.05.2014

EL MUNDO  › OPINION

Dictadores elegidos

› Por Robert Fisk *

¿Por qué a los dictadores les gustan las elecciones? Es una vieja pregunta en Medio Oriente, pero es necesario responder una vez más cuando Abdel Fattah al Sisi va a ganar las elecciones presidenciales de Egipto este mes y cuando el presidente Bashar al Assad va a ser reelegido en Siria el próximo mes. ¿Conseguirán el 90 por ciento de los votos, o se mantendrán en forma segura como el viejo y enfermo Abdelaziz Bouteflika en los años ’80, quien recogió un mísero 81,5 por ciento en Argelia?

Seguramente, a Al Sisi se le adjudicará al menos el 82 por ciento para demostrar que no es un Bouteflika. En cuanto a Al Assad, los resultados que obtuvo en los ’90 podrían predecirse aunque –teniendo en cuenta los 2,5 millones de refugiados sirios que viven actualmente fuera del país– sería exagerar la credibilidad un poco demasiado. Sin embargo, él tiene solamente dos competidores, ambos miembros del Parlamento actual, y ¿quién realmente espera que la familia de Al Assad deje de reinar en junio después de 44 años? Así que no hay melodramas ni en El Cairo ni en Damasco.

La verdad, por supuesto, es que Al Sisi y Al Assad no se presentan porque necesitan apoyo electoral. El ex mariscal de campo de Egipto –que dejó oficialmente el ejército con el fin de presentarse a las elecciones a fin de este mes– necesita proteger el enorme imperio económico de los militares egipcios y la inversión de sus generales en materia de energía, compañías de agua embotellada, bienes raíces, centros comerciales y tiendas de muebles. Es por eso que Al Sisi cree que sería “inapropiado” que los civiles tengan control sobre el presupuesto del ejército y por eso quiere una nueva cláusula en la Constitución egipcia para ese propósito.

Al Assad, por su parte, quiere asegurarse de que las conversaciones de “paz” de Ginebra, supuestamente destinadas a la creación de un gobierno “de transición” en Damasco, han desaparecido. Si él es reelecto presidente el próximo mes –y realmente no hay “si” al respecto– ¿cómo se puede crear un gobierno “de transición”? Y puesto que las nuevas leyes electorales en el Estado de Siria establecen que los candidatos presidenciales tienen que haber vivido en Siria durante 10 años antes de la elección, ninguno de los críticos externos de Assad puede postularse.

Después de todo, las fuerzas de Al Assad están ganando la guerra civil en Siria en la que tal vez 150.000 hombres, mujeres y niños han muerto, aunque esa estadística puede ser tan poco fiable como los resultados electorales. El cinismo suele acompañar las elecciones árabes, pero siempre es posible subestimar la popularidad de las figuras patriarcales que llegan al poder. Millones de egipcios apoyan a Al Sisi, como igualmente apoyaron el golpe militar contra el primer presidente del país elegido democráticamente, Mohamed Mursi, cuya propia victoria electoral por un 51,7 ciento fue –según los estándares– bastante patética.

Al Sisi también se ha asegurado de manera efectiva que la Hermandad Musulmana, a la que pertenecía Mursi, esté actualmente prohibida en Egipto como una “organización terrorista”. En realidad, tanto Al Sisi como Al Assad afirman que están –al igual que Bush, Blair y otros personajes históricos dignos de nuestro pasado reciente– luchando “una guerra contra el terror”.

Así, nuestras propias fantasías occidentales vienen en ayuda de los regímenes de Medio Oriente. Porque no es casualidad que el propio Tony Blair –lejos de los peligros del islamismo “fundamentalista”– ha dado su apoyo incondicional al golpe de estado de Al Sisi y a la futura presidencia, e incluso mostrado un leve entusiasmo por Al Assad a quien se le podría permitir permanecer en el poder durante “una especie de transición pacífica hacia una nueva Constitución”. Tener el respaldo de Blair puede ser considerado como un grave revés político para cualquier político, pero no en algunas partes del mundo árabe.

Tampoco debemos olvidar nuestras propias pequeñas hipocresías. John Kerry, cuya condena a la anexión rusa de Crimea sólo es igualada por el silencio frente a la anexión por Israel de El Golán y la apropiación de tierras robadas, cree que es una farsa que Al Assad lleve a cabo una elección durante una guerra, pero es esencial que Ucrania celebre elecciones cuando sus ciudades orientales han caído totalmente fuera del control gubernamental. Y un presidente estadounidense que podría felicitar al presidente Hamid Karzai de Afganistán por su última victoria electoral fraudulenta no puede dejar de desearle lo mejor a Al Sisi una vez que él gana en Egipto, un mensaje que llegará envuelto en un gran entusiasmo por el rol de Al Sisi en la “transición” de su país a la vuelta a la “democracia”.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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