EL MUNDO › HOY LOS ACTUALES 28 PAISES MIEMBRO DE LA UNION EUROPEA DESIGNAN A LOS REPRESENTANTES DE SU LEGISLATURA
El futuro del euro, política económica, fronteras, inmigración, política fiscal, agricultura y acuerdo de libre comercio con EE.UU. son los temas centrales de una elección para renovar el Parlamento que lidió con la crisis del 2007.
› Por Eduardo Febbro
Desde París
Uno de los períodos más turbulentos de la Legislatura europea concluye hoy con el ciclo final de las elecciones para renovar los 751 diputados del Parlamento Europeo. Como cada cinco años desde 1979, los actuales 28 países miembro de la UE designan a sus representantes en el euroParlamento según la proporción de sus habitantes: Alemania, que es el país más poblado de Europa, elige, por ejemplo, 94 eurodiputados, mientras que a Francia le corresponden 74. Euro, política económica, fronteras, inmigración, política fiscal, agricultura, acuerdo de libre comercio con Estados Unidos y medio ambiente son los temas centrales de una elección que pone término a la euroLegislatura que tuvo que gestionar la crisis mundial que se desató en 2007. Fue un mandato de crisis y será una elección también de crisis. La UE y el euro no sucumbieron al terremoto financiero que, sin embargo, puso de rodillas a países como Grecia, Portugal, Irlanda o España. Nada condensa mejor el trance de dudas y negaciones que atraviesa la UE como las intenciones de voto que, en el caso de Francia y otros países de la Unión, ubican a la extrema derecha del Frente Nacional a la cabeza de los sondeos, en posición de fuerza, o en pleno auge: los movimientos populistas viven un período fasto en Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, Suecia, Dinamarca, Austria, Italia, Finlandia, Eslovaquia, Hungría, Grecia y Bulgaria.
La Unión Europea es un ejemplo de construcción política y armonización que no tiene precedentes en la historia humana: 28 países, más de 500 millones de habitantes, 24 idiomas y un pasado marcado por guerras tan terribles como la Primera Guerra Mundial –1914-1918– y la Segunda –1939-1945–. La UE se construyó contra las guerras, como una apuesta de paz en un continente atravesado por el horror. Hoy son, sin embargo, los movimientos populistas, antiinmigración, antiEuropa, los partidos salidos de la periferia ideológica del nazismo los que asedian la ciudadela de la paz. El Parlamento Europeo es la cuarta institución de la UE. Las tres otras son el Consejo Europeo, compuesto por los 28 Estados miembros, la Comisión Europea encargada de fijar las orientaciones y los textos de ley, y el Consejo de la Unión Europea. Este último organismo reúne a los ministros competentes en cada campo que tienen como misión validar o rechazar los proyectos de ley. La elección de la nueva Legislatura aporta un cambio mayor: según el Tratado de Lisboa, en adelante le correspondería al Parlamento Europeo elegir al presidente de la Comisión Europea, es decir, el hombre clave de la línea política y económica de la Unión.
Esta vez, la elección está como repartida entre dos bloques cuyos integrantes empujaron las líneas de las opciones ideológicas: los euroescépticos, los eurofóbicos y los eurófilos. En uno y otro campo hay una mezcla de todas las opciones ideológicas: puede haber liberales entre los euroescépticos y los eurofóbicos, ultraderechistas, socialistas o simpatizantes que están a la izquierda de la izquierda. Entre los eurófilos ocurre lo mismo. La ultraderecha tiene un programa destructor: el fin del euro, el fin de los acuerdos de Schengen que permite la libre circulación de las personas, la restauración de las fronteras y la recuperación de la dimensión nacionalista. Nación, tierra, propiedad, identidad o pertenencia han atraído a quienes se vieron golpeados por la crisis. Los malabares de la derecha liberal para salvar el sistema y la tibieza blanduzca de los socialdemócratas les abrieron a los ultras un infinito espacio de conquistas electorales. En 2009, el ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen obtuvo 6,34 por ciento de los votos. Ahora, el FN espera convertirse “en el primer partido de Francia”. Eso le vaticinan en todo caso los sondeos: según las últimas encuestas, el FN está delante de los socialistas y codo a codo con la derechista UMP. Como en los demás países de Europa donde la extrema derecha viene derribando prejuicios, el FN francés pretende hacer de este voto un “referéndum”. Marine Le Pen se atreve incluso a decir que si su movimiento sale primero pedirá “la disolución” de la Asamblea. De hecho, los eurofachos pugnan por crear en el seno del euroParlamento un grupo en el que estarían los ultras austríacos del FPO, los belgas de Vlaams Belang y los holandeses de Geert Wilders.
De hecho, casi todos los partidos de gobierno, derecha o socialistas están en mayor o menor medida amenazados por el voto populista. Pero el eurodesencanto no sólo le abrió las alas a la ultraderecha sino, también, a la izquierda de la izquierda europea. Liderada por el griego Alexis Tsipras, las llamadas izquierdas radicales pueden protagonizar una elección histórica si logran lo que anuncian los sondeos: pasar delante de los ecologistas, o sea, ganarle a la fuerza que, hasta ahora, fue el grupo más sólido y anticonsensual dentro del Parlamento Europeo. Aunque la elección del euroParlamento interviene en 2014 en un momento importante, los analistas ya designaron a sus ganadores potenciales: la eurofobia y la abstención. Una campaña tardía y mal encarada, la complejidad del sistema, la ausencia vergonzosa de una eurovoz ante las grandes crisis internacionales –Siria por ejemplo–, y sometimiento al cronómetro del mercado han contribuido a sembrar indiferencia más que pasiones. La construcción europea se vende mal, sobre todo porque no hay nadie que la encarne realmente con un ideal fuerte. Las sociedades golpeadas por la pauperización le tienen miedo a Europa: la juzgan responsable de la crisis, del desempleo, la consideran débil o demasiado obediente al sistema financiero y poco interesada en el destino de los pueblos que componen la UE. Para muchos europeos, el gran ideal de un conjunto geográfico unido y en paz sigue en pie. En cambio, descreen de quienes lo administran. Una cifra más sirve para corroborar las raíces de la desconfianza actual: el tratado de Lisboa está lleno de buenas intenciones. El texto prevé la existencia de ICE, Iniciativas ciudadanas europeas, o sea, la posibilidad para la sociedad civil de someter proyectos ciudadanos. Una idea democrática sin dudas conmovedora y ejemplar cuyo objetivo era achicar las distancias entre los pueblos y la Unión. Pero en un lapso de dos años, de los 40 proyectos de iniciativa ciudadana presentados y defendidos por 5 millones de firmas apenas tres salieron vivos de la incontable maraña de redes tecnocráticas de la UE. Los europeos tienen enormes privilegios, pero parecen preferir volver a las ideas simplistas del pasado, a los populismos violentos, antes que darle más impulso a una de las aventuras políticas y humanas más admirables de los últimos 50 años.
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