EL MUNDO › OPINION
› Por Washington Uranga
En una demostración más de audacia política, pero también como expresión de su voluntad de transformarse en uno de los líderes más influyentes del mundo, el papa Francisco será hoy el anfitrión en el Vaticano de los presidentes de Israel, Shimon Peres, y de Palestina, Mahmud Abbas. El encuentro, que lleva el título de Invocación por la Paz, es un paso más dentro de la estrategia del papa Bergoglio para que las grandes religiones monoteístas colaboren para construir un ámbito propicio al diálogo en aquellas situaciones de conflicto sobre las que no se ha logrado avanzar por la vía política y diplomática.
Ahora en el Vaticano el papa Francisco no hace sino poner en práctica una perspectiva que él mismo desarrolló aquí durante todo su ministerio pastoral: la Iglesia pensada como mediadora de los conflictos y garante de los acuerdos que allí se logren. Por eso, más allá del evidente ribete político del encuentro, la Santa Sede, esta vez a través del sacerdote Pierbattista Pizzaballa, custodio de Tierra Santa, sostiene que se trata de “un momento de invocación a Dios por el don de la paz”. Agrega que “es una pausa con respecto a la política” porque “el Santo Padre no quiere entrar en cuestiones políticas del conflicto entre israelíes y palestinos, que todos conocemos ya en cada detalle”. Y reafirma que “el anhelo del Papa es el de elevar la mirada e ir algo más allá del aspecto político, invitando también a los políticos a que se tomen una pausa”.
Al margen de las palabras, el valor político del encuentro se cae por su propio peso. La imagen del presidente palestino y de su par israelí juntos con el Papa y con el patriarca ecuménico Bartolomé en la casa de Santa Marta, residencia papal, y luego en los jardines del Vaticano donde se hará la oración, tiene un enorme valor simbólico y político.
Y si bien lo que se hará público será el contenido de la oración de Shimon Peres y Mahmud, luego los dos presidentes tendrán una reunión privada con el papa Francisco en sede de la Pontificia Academia de las Ciencias y de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. Seguramente nadie podrá acceder a los contenidos de ese diálogo, pero así como no fue improvisada la invitación que Francisco hizo en su reciente viaje a Tierra Santa a los dos mandatarios para que participen de la “invocación” está claro que la agenda del diálogo privado de hoy tanto como el signo religioso de la oración común forman parte de una estrategia trazada minuciosamente por el Papa –el mismo que dice no meterse en política–, junto a sus colaboradores. “Ofrezco mi casa”, había dicho Francisco a fines de mayo frente a la Basílica de la Natividad, cuando convocó al encuentro. Los gestos, los momentos, los espacios, todo parece estar previsto y meticulosamente calculado. Se sabe que Bergoglio es un estratega de los gestos y también un político hábil para manejar los tiempos. “Todos sabemos que no va a estallar imprevistamente la paz, sino que es una iniciativa muy importante para volver a abrir este camino donde todos sienten nuevamente la necesidad de esta paz”, dijo Pierbattista Pizzaballa, convertido en vocero de Francisco para la ocasión y alertando sobre los riesgos de un fracaso que también está dentro de los cálculos.
El escenario está montado y, dada la crítica situación del conflicto entre palestinos e israelíes, cualquier paso que se dé, por pequeño que sea, será siempre un avance. Y además de capitalizarse a favor de la paz, será también un nuevo logro para el prestigio y la autoridad de Francisco papa.
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