Mié 11.06.2014

EL MUNDO  › OPINIóN

Latinoamericanismo

› Por Emir Sader

Para Edward Said, el Oriente sólo existe en la imaginación de los occidentales. Fue creado para representar al “otro”, en la polarización entre “civilización” (ellos, desde luego) y “barbarie” (todos los otros).

Hoy, más que nunca, tienen una impresión similar respecto de nosotros: es como si los europeos hubieran inventado una América latina para su uso. Lo cual les ha impedido y sigue impidiéndoles conocer a la América latina real. Vale esto tanto para el pensamiento tradicional, cuanto para la izquierda, cualquiera sea su perfil.

García Márquez solía decir que los europeos son los más solidarios con nuestras derrotas, pero que no soportan nuestras victorias. Ocurre esto, de manera muy significativa, con Cuba. De una revolución tropical, exótica, la Revolución Cubana tuvo su imagen cambiada, cuando dejó de ser solamente un movimiento anti Estados Unidos para volverse antiimperialista y, sobre todo, anticapitalista.

Lo mismo ha pasado con Nicaragua, con el mismo Vietnam, que ha sido tema de la más formidable campaña de solidaridad en la misma Europa. Se transforman en monstruosas dictaduras estatizantes, instrumentos de la política expansiva de la Unión Soviética.

América latina ha sido un territorio de sublimación para los europeos, de proyección de frustraciones políticas. Eso que algunos llaman “revolucionarios sin revolución”, generaciones que han agendado encuentros con la revolución pero faltaron a la cita. Han proyectado todo sobre América latina. Lo cual les impide conocer la América latina real.

El nacionalismo ha sido uno de los elementos de esa incomprensión. En Europa es una corriente de derecha, mientras que en América latina tiene siempre un sentido antiimperialista, como las corrientes de izquierda.

Hoy pasa lo mismo. Los gobiernos progresistas del continente (Argentina, Brasil, Uruguay, Ecuador, Venezuela, Bolivia) son víctimas de inmensas campañas movidas por fuerzas de la derecha internacional y varias voces europeas se hacen eco de esas campañas. Sobre la ofensiva opositora en contra del gobierno de Venezuela, sobre la situación económica de Argentina, sobre el Mundial de Fútbol en Brasil, sobre la nueva política de legalizar de drogas livianas en Uruguay, sobre los temas ecológicos e indígenas en Ecuador y en Bolivia, entre otros temas.

Es que esos países latinoamericanos incomodan a los organismos internacionales de la derecha –el FMI, el Banco Mundial, el gobierno de EE.UU. y el de Alemania, entre otros–, que motorizan una campaña sistemática en contra de los gobiernos progresistas del continente, propagandizada por sus órganos en los medios como el Financial Times, The Economist, The Wall Street Journal y El País. Gente de la misma izquierda, incluida la más radical, reproduce esas versiones, haciéndole el juego a la derecha internacional, en contra de los gobiernos progresistas.

Ello es posible porque los europeos han construido una América latina irreal. Idealizan los movimientos y líderes progresistas del continente para luego decepcionarse –no con ellos mismos, sino con sus sueños sobre lo que ellos debieron ser–. Fidel, Hugo Chávez, Lula, Evo Morales y Rafael Correa son víctimas de esas equivocaciones. (El Che solamente se escapó por su muerte prematura.)

La América latina real, sus gobiernos, sus líderes, mantienen el apoyo de sus pueblos, disminuyendo la miseria producida históricamente por las potencias dominantes de la misma Europa y de EE.UU. Enfrentando a la recesión internacional en el centro del capitalismo desde su aislamiento, pero unidos entre sí por sus procesos de integración regional.

Ese latinoamericanismo es el correspondiente a lo que Said llamó de Orientalismo, una creación del imaginario occidental, para designar los otros. Latinoamérica es igualmente víctima de esa profunda equivocación de Europa.

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