Dom 22.06.2014

EL MUNDO  › OPINION

Las nuevas batallas

› Por Robert Fisk *

El líder libanés druso –que luchó en una guerra civil de 15 años que volvió a dibujar el mapa del Líbano– cree que las nuevas batallas del jihadismo sunnita por el control del norte y el este de Siria y el oeste de Irak finalmente destruyeron la conspiración anglofrancesa de la post guerra mundial urdida por Mark Sykes y François Picot, que dividió el antiguo Medio Oriente otomano en pequeños estados árabes controlados por Occidente.

La existencia del Califato Islámico de Irak y Siria fue disputada –aunque sea temporalmente– por los combatientes sunnitas afiliados a Al Qaida, que no prestaron atención a las fronteras artificiales de Siria, Irak, Líbano o Jordania, o incluso de Palestina, creada por los británicos y franceses. La toma de la ciudad de Mosul sólo enfatiza el colapso del plan de partición secreta que los aliados elaboraron en la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña y Francia querían a Mosul por su riqueza petrolera.

Todo el Medio Oriente ha sido alcanzado por el acuerdo Sykes-Picot, que también permitió poner en práctica la promesa hecha en 1917 por el entonces secretario de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña Arthur Balfour para dar apoyo británico a la creación de una “patria” judía en Palestina. Quizá sólo los árabes de hoy (y los israelíes) puedan comprender plenamente los profundos cambios históricos –el y profundo significado político– que las extraordinarias batallas de la semana pasada causaron en el mapa colonial del Medio Oriente.

El Imperio Otomano, que colapsó en 1918, iba a ser dividido en dos en una dirección norte-este y en otro eje sur-oeste que iría desde más o menos cerca de Kirkuk –hoy bajo control kurdo– al otro lado de Mosul, en el norte de Irak y el desierto sirio hasta lo que hoy es Cisjordania y Gaza. Mosul fue cedida inicialmente a los franceses y su petróleo fue entregado por los británicos a cambio de lo que se convertiría en una zona francesa de amortiguamiento entre Gran Bretaña y el Cáucaso ruso, y así Bagdad y Basora estarían a salvo en manos británicas por debajo de las fronteras francesas. Pero los crecientes deseos comerciales británicos por el petróleo dominaron los acuerdos imperiales. Mosul fue integrada a la zona británica en el interior del nuevo Estado de Irak (antes Mesopotamia), para asegurar el suministro directo de petróleo a manos de Londres. Irak, Transjordania y Palestina se encontraban bajo el control del Mandato Británico, mientras Siria y el Líbano bajo dominio francés.

Pero el nuevo mapa geográfico creado por Al Qaida y sus aliados de Al Nusra y el EIIL no corre de norte-este a sur-oeste, sino este a oeste, pasando por las ciudades de Faluya, Tikrit, Mosul, Raqqa y grandes zonas del este de Siria.

Las tácticas jihadistas sugieren la idea de que la línea fue pensada para ir desde el oeste de Bagdad al otro lado de los desiertos de Irak y Siria para incluir Homs, Hama y Alepo en Irak. Pero el ejército del gobierno sirio –librando con éxito una batalla casi idéntica a la que ahora está abocado un ejército iraquí desmoralizado– ha reconquistado Homs, se ha aferrado a Hama y ha aliviado el asedio de Alepo.

Por casualidad, el economista Ian Rutledge acaba de publicar un relato de la batalla por Mosul y el petróleo durante y después de la Primera Guerra Mundial, y de la traición a Sharif Hussein de La Meca (musulmán sunnita), a quien los británicos prometieron una tierra árabe independiente en agradecimiento por su ayuda en la disolución del Imperio Otomano. Rutledge ha investigado la preocupación de Gran Bretaña por el poder chiíta en el sur de Irak –donde está el petróleo de Basora–, lo que constituye un material pertinente para entender la crisis que está desgarrando a Irak en pedazos.

La sucesora de Sharif Hussein que tiene el poder en Arabia es la familia real saudita, que ha estado otorgando miles de millones de dólares a los mismos grupos jihadistas que actúan sobre el este de Siria y el oeste de Irak y ahora en Mosul y Tikrit. Los sauditas se erigen como el poder sunnita fundamental en la región, controlando la riqueza petrolera del Golfo Pérsico, hasta el derrocamiento del dictador sunnita Saddam Hussein por parte de Estados Unidos condujo inexorablemente a una mayoría chiíta en el gobierno de Bagdad, que es aliado del Irán chiíta.

Así, el nuevo mapa de Medio Oriente aumenta sustancialmente el poder saudita sobre el petróleo de la región y la reducción de las exportaciones de Irak, elevando el costo del petróleo (incluyendo, por supuesto, el petróleo saudita) y a expensas de un Irán asustado y aun sancionado, que debe defender a sus correligionarios en el gobierno de Bagdad. El petróleo de Mosul es ahora petróleo sunnita. Y las vastas e inexploradas reservas que se cree se encuentran debajo de los desiertos jihadistas al oeste de Bagdad, ahora también están en manos sunnitas y no en las del gobierno de Bagdad.

Esta ruptura también puede, por supuesto, conducir a una nueva versión de la terrorífica guerra Irán-Irak, un conflicto que causó la muerte de 1,5 millón de sunnitas y chiítas musulmanes, ambos bandos armados por potencias extranjeras, mientras que los estados árabes del Golfo financiaban el liderazgo sunnita de Saddam. Occidente estaba feliz de ver a estas grandes potencias musulmanas luchando entre sí. Israel envió armas a Irán y observó cómo sus principales enemigos musulmanes se destruían mutuamente. Que es la razón por la cual Walid Jumblatt también cree que la tragedia actual –mientras que ha acabado con el Sr. Sykes y el Sr. Picot– tendría a Arthur Balfour sonriendo en su tumba.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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