Mar 12.08.2014

EL MUNDO  › OPINIóN

Ningún Nobel de la Paz

› Por Robert Fisk *

Sé que las fuerzas de defensa israelíes son famosas en la canción y la leyenda. Humanitarias, valerosas, con espíritu de sacrificio, prudentes, dispuestas a dar la vida por los inocentes entre sus enemigos, etcétera. La novela Exodo, de León Uris –ficticio recuento racista del nacimiento de Israel, en el que los árabes rara vez se mencionan si no son acompañados por los adjetivos “mugroso” y “apestoso”–, fue una de las mejores piezas de propaganda sionista-socialista que Israel pudo encontrar. Hasta Ben Gurion estuvo de acuerdo al llamarla “lo mejor que se ha escrito sobre Israel”, aunque tuvo el acierto de negar que esa sarta de tonterías tuviese alguna calidad literaria.

Pero cuando el embajador israelí en Estados Unidos nos dijo (luego de que dos mil palestinos habían sido asesinados, la mayoría civiles) que el ejército israelí debería recibir el Premio Nobel de la Paz por su inimaginable templanza en la guerra de Gaza, tuve que mirar el calendario. ¿Sería 28 de diciembre, tal vez? ¿Sería una especie de broma egregia, tan obscena, tan grotescamente inapropiada, que contenía algún mensaje interno, un resto de verdad que se me había escapado? El Premio Nobel por inimaginable templanza, según Ron Dermer, tendría que entregarse solemnemente a un ejército al que gran parte del mundo considera culpable de crímenes de guerra.

Por supuesto, Ron hablaba en una cumbre de Cristianos Unidos por Israel, en Washington, y su auditorio, pese a algunas interpelaciones, fue bastante receptivo. Después de todo, los fundamentalistas cristianos en Estados Unidos creen que todos los judíos deben convertirse al cristianismo después de la batalla del Armagedón, así que sin duda pueden apoyar un Nobel o dos para la inimaginable templanza del ejército israelí.

Extrañamente me causa más estupor la palabra “inimaginable” –¿qué significa eso?– que la templanza que Occidente siempre suplica a Israel cuando está aplastando pueblos y ciudades (junto con sus ocupantes) en sus diversas guerras de civilización. Además, si se puede conceder el Premio Nobel a Obama –presumiblemente por sus dotes de orador–, ¿por qué no entregárselo a las fuerzas armadas israelíes después de una guerra sangrienta más?

Pero ya en serio: ¿será que Dermer, uno de los consejeros en los que Benjamin Netanyahu más confía, sólo estaba delirando? En algún momento de su extraordinario discurso hasta se refirió a los bombardeos de saturación de la RFA en ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial como si fueran el modelo para la templanza israelí. Pero Dermer agregó: “En especial no toleraré críticas hacia mi país en un momento en que soldados israelíes mueren para que palestinos inocentes puedan vivir”.

¿Delira ese hombre? Bueno, no nos precipitemos en llegar a esa conclusión. En el clímax del bombardeo israelí en Gaza, hace dos semanas, la embajada de Tel Aviv en Dublín subía a su cuenta oficial en Twitter imágenes de la estatua de Molly Malone, símbolo de la noble ciudad de Dublín... ¡con un niqab, la larga pañoleta musulmana, en la cabeza! Disculpen los signos de admiración, pero fue un gesto racista o monumentalmente infantil. Sobre la imagen –la estatua de Malone está frente a mi vieja universidad, el Trinity College de Dublín– estaban escritas las palabras “Israel ahora, luego Dublín”.

Si creen que era sólo para consumidores irlandeses, otra imagen, destinada a París, mostraba a la Mona Lisa con un hiyab y un misil en las manos. Para Italia, los israelíes presentaron el David de Miguel Angel con una falda hecha de explosivos. Dinamarca recibió una imagen de la Sirenita con una enorme arma de fuego. “Israel es la última frontera del mundo libre”, rezaba la inscripción en cada una.

Mientras tanto, en Canadá, el primer ministro Stephen Harper, al parecer más pro israelí que el mismísimo Netanyahu, anunció a su pueblo que Canadá reaccionará ante cualquier terrorista en la misma forma en que lo hace Israel. Luego que Estados Unidos condenara a Israel por bombardear una escuela de la ONU en la que se refugiaban tres mil palestinos, Harper, como escribió mi viejo amigo Haroon Siddique en el Toronto Star, no mostró compasión. De hecho anunció: “Sostenemos que la organización terrorista Hamas es responsable de este hecho. Ellos comenzaron el conflicto y siguen buscando la destrucción de Israel”. Podría haber salido de las páginas de la vieja novela de León Uris. O tal vez de allí salió, porque incluso los liberales canadienses, conducidos por el hijo de Pierre Trudeau, Justin, se han alineado patéticamente detrás de los conservadores de Harper.

Pero, dado el tipo de cambio de bajas del mes pasado –alrededor de 1 israelí por cada 28 palestinos–, supongo que sólo es cuestión de tiempo para que alguien recomiende al corrupto y lanzador de cohetes Hamas para el Premio Nobel de la Paz, en atención a su inimaginable templanza.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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