EL MUNDO › OPINION
› Por Daniel Silber y
Marcelo Horestein *
Los acontecimientos bélicos en la Franja de Gaza constituyen una verdadera tragedia para toda la Humanidad. El terror de los bombardeos, las muertes indiscriminadas, la destrucción de propósitos a futuro nos causan un profundo dolor y una tremenda repugnancia; todas las muertes nos provocan un hondo sufrimiento por igual, especialmente si las víctimas son niños. Cada una de ellas es el tronchar historias, proyectos que jamás se podrán realizar, sueños que se desvanecen. Las consecuencias están a simple vista: resentimiento, horror, odio, en una veloz espiral ascendente que parece nunca acabar.
Entonces vale la pregunta: ¿es posible hallar un camino que termine, de una vez y para siempre, de manera definitiva, ese verdadero calvario que padecen los pueblos de la región?
La paz no es algo dado; es algo que se construye desde los más diversos ángulos, pero partiendo de un punto crítico: la voluntad de alcanzarla.
Tal como están las cosas, es evidente que desde muchos sectores no existe interés en alcanzarla. Dirigentes de las derechas israelíes y del fundamentalismo palestino se esmeran en demostrar que las respuestas a las demandas de paz en la región sólo encuentran soluciones apocalípticas, haciendo gala de un belicismo, una intolerancia y una prepotencia sin par. No alcanzan a (no quieren) comprender que la paz es mucho más que una palabra, es mucho más que un alto el fuego, es mucho más que una tregua, es una necesidad fundamental para la vida cotidiana de la gente común, de los trabajadores, de los escolares, de los ancianos.
¿Quiénes se benefician con la guerra? La intencionalidad –manifiesta u oculta– es mantener un statu quo en el cual los pueblos son los directamente perjudicados y el establishment, beneficiario. De esa forma pueden proseguir la carrera armamentista y tener un fabuloso banco de pruebas real, las arengas chauvinistas, los abultados presupuestos militares y su manejo discrecional, el cercenamiento de las libertades civiles, el gran negocio de la reconstrucción, las proclamas aterradoras descargando las sucesivas crisis –políticas, económicas– sobre los más postergados, aquí y allá de los límites geográficos.
Paz-Shalom-Salaam implica no sólo que dejen de tronar las metrallas y las bombas, sino que conlleva un contenido humanitario profundo y casi sagrado, en la cual serán imprescindibles las renuncias a las posturas de máxima para poder descubrir un punto de equilibrio acordado en el que el respeto por el otro, con todo lo que tiene, es el eje vertebrador, incluyendo el bienestar, la seguridad y el respeto pertinente, congruente con una actitud absolutamente alejada de cualquier beligerancia.
El punto de partida es el reconocimiento mutuo a la existencia estatal –sin amenazas de destrucción– y la materialización de un Estado Palestino con todos los atributos de la soberanía.
Las bases de ese acuerdo están presentes: retiro de las tropas israelíes de todos los territorios ocupados hasta las fronteras anteriores a 1967, desmantelamiento de las colonias instaladas en zonas correspondientes al futuro Estado Palestino, finalización del bloqueo a Gaza, liquidación de cualquier status colonial, terminación de las agresiones sobre el territorio israelí, fronteras seguras para ambos, reconocimiento recíproco. Sobre estos puntos de partida, discutir luego los demás temas pendientes: devolución de territorios, manejo del agua, condición de Jerusalén, situación de los expatriados.
Algunos dirán que esto abona la teoría de los dos demonios, o que es algo ingenuo, irrealizable; ni los derechistas conservadores neoliberales israelíes ni los fundamentalistas islámicos pretenden redimir al género humano. Por el contrario, ambos se necesitan entre sí y se complementan para poder seguir siendo lo que son: halcones de la guerra. Por eso, si queremos soñar, soñemos en grande, trabajemos por los imposibles; soñemos que las utopías son realizables.
El ICUF (Idisher Cultur Farband / Federación de Entidades Culturales Judías) reivindica, desde 1947, la idea fuerza de Dos Pueblos = Dos Estados.
Sin esa plataforma, ningún proyecto emancipador tiene base cierta. Es imprescindible establecer el concepto paz como lo central en el vocabulario cotidiano y de la política, en voz alta, con orgullo. Como dice el himno del movimiento israelí por la paz: “Por lo tanto, cantar una canción para la paz / No susurrar una oración / Cantar una canción para la paz /¡En un fuerte grito!”.
* Presidente y secretario del ICUF, Federación de Entidades Culturales Judías.
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