Dom 17.08.2014

EL MUNDO  › OPINION

No hablemos del petróleo

› Por  Robert Fisk *

En el Medio Oriente, los primeros disparos de cada guerra definen la narrativa que todos seguimos obedientemente. Así también, esta gran crisis desde la última gran crisis en Irak. ¿Los cristianos huyen por sus vidas? Hay que salvarlos. ¿Yazidíes muriendo de hambre en las cimas de las montañas? Démosles comida. ¿Islamistas que avanzan sobre Irbil? Bombardeémoslos. Bombardear sus convoyes y “artillería” y sus combatientes, y bombardear una y otra vez hasta que...

Bueno, la primera pista sobre el plazo de nuestra última aventura en Medio Oriente llegó el fin de semana, cuando Barack Obama dijo al mundo –en la más encubierta “ampliación de la misión” de la historia reciente– que “no creo que vayamos a resolver este problema (sic) en semanas, esto va a tomar tiempo”. Entonces, ¿cuánto tiempo? Por lo menos un mes, obviamente. Y tal vez seis meses. ¿O tal vez un año? ¿O más? Después de la Guerra del Golfo de 1991 –se han producido en realidad tres de esos conflictos en las últimas tres décadas y media, con otro en proceso– los estadounidenses y británicos impusieron una zona de “no vuelo” sobre el sur de Irak y el Kurdistán. Y bombardearon las “amenazas” militares que descubrieron en el Irak de Saddam para los próximos 12 años.

¿Obama ha sentando las bases –la amenaza de “genocidio”, el “mandato” estadounidense por parte del impotente gobierno en Bagdad para atacar a los enemigos de Irak– para otra guerra aérea prolongada en Irak? Y si es así, que lo hace –o nos hace– pensar que los islamistas ocupados en crear su califato en Irak y Siria van a jugar en este escenario alegre. ¿El presidente de Estados Unidos, el Pentágono y el Comando Central –y, supongo, el infantilmente llamado comité Cobra británico– realmente creen que ISIS, a pesar de su ideología medieval, se va a sentar en las llanuras de Nínive a esperar ser destruido por nuestras municiones? No, los muchachos de ISIS o el Estado Islámico o califato o lo que sea que les guste llamarse a sí mismos, simplemente van a desviar sus ataques a otras partes. Si el camino a Irbil está cerrado, van a tomar el camino de Alepo o Damasco, que los estadounidenses y los británicos estarán menos dispuestos a bombardear o defender, porque eso significaría ayudar al régimen de Bashar al Assad de Siria, a quien debemos odiar casi tanto como al Estado Islámico. Sin embargo, si los islamistas tratan de capturar Alepo, sitiar Damasco y empujar hacia el otro lado de la frontera libanesa –la ciudad mediterránea de mayoría sunnita de Trípoli parece un objetivo clave– vamos a estar obligados a ampliar nuestro precioso “mandato” para incluir dos países más, entre otras cosas porque bordean a la nación aún más merecedora de nuestro amor y protección que el Kurdistán: Israel. ¿Alguien pensó en eso?

Y luego, por supuesto, está el innombrable. Cuando “nosotros” liberamos Kuwait en 1991, todos teníamos que recitar –una y otra vez– que esta guerra no era por el petróleo. Y cuando “nosotros” invadimos Irak en 2003, de nuevo tuvimos que repetir, hasta la saciedad, que este acto de agresión no era por el petróleo –como si los marines estadounidenses hubiesen sido enviados a la Mesopotamia, cuya principal exportación eran los espárragos–. Y ahora, mientras protegemos a nuestros queridos occidentales en Irbil y socorremos a los yazidíes en las montañas de Kurdistán y nos lamentamos por las decenas de miles de cristianos que huyen de las maldades de ISIS, no debemos –no lo hacemos y no lo haremos– mencionar el petróleo. Me pregunto por qué no. ¿No es acaso importante –o simplemente un poco relevante– que Kurdistán represente 43,7 mil millones de barriles de los 143 mil millones de reservas de Irak, así como 25,5 mil millones de barriles de reservas probadas y de tres y hasta seis trillones de metros cúbicos de gas? Conglomerados de petróleo y gas globales han acudido en masa a Kurdistán –de ahí los miles de occidentales que viven en Irbil, aunque su presencia ha sido en gran medida inexplicada– para invertir más de 10 mil millones de dólares. Mobil, Chevron, Exxon y Total están en el terreno –y no vamos a permitir que ISIS se meta con empresas como estas– en un lugar donde los operadores de petróleo se caracterizan por recoger el 20 por ciento de todas las ganancias.

De hecho, informes recientes sugieren que la producción de petróleo kurdo actual de 200 mil barriles por día llegará a 250 mil el año que viene –la prestación de los chicos del califato se mantiene a raya, por supuesto– lo cual significa, de acuerdo con Reuters, que si el Kurdistán iraquí fuera un país real y no sólo una porción de Irak, estaría entre los 10 países ricos en petróleo más importantes del mundo. Lo cual, sin duda, vale la pena defender. ¿Pero alguien ha mencionado esto? ¿Algún reportero de la Casa Blanca ha molestado a Obama con una sola pregunta acerca de este hecho sobresaliente?

Claro, lo sentimos por los cristianos de Irak –aunque nos importaba bien poco cuando su persecución empezó después de nuestra invasión de 2003–. Y debemos proteger a las minoría de los yazidis, como prometimos –pero fallamos– proteger a los 1,5 millones de cristianos armenios de sus asesinos musulmanes en la misma región hace 99 años. Pero no olvidemos que los maestros del nuevo califato de Medio Oriente no son tontos. Los límites de su guerra se extienden mucho más allá de nuestros “mandatos” militares. Y ellos saben –aunque no lo admitamos– que nuestro verdadero mandato incluye esa palabra indecible: petróleo.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12

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