EL MUNDO › OPINION
› Por Emir Sader
Después de algunas semanas, Marina Silva lanzó su programa de candidata a la presidencia de Brasil. Tres puntos se destacan por su relevancia: independencia del Banco Central, baja del perfil del pré sal y baja del perfil del Mercosur, sustituido por acuerdos bilaterales. Los tres puntos no podrían ser más significativos, porque se chocan directamente con las orientaciones de los gobiernos de Lula y de Dilma. Los tres, en su conjunto, apuntan hacia un proyecto de orientación netamente neoliberal.
La autonomía del Banco Central es una de las tesis más pregonadas por el recetuario neoliberal. Repone el debilitamiento del Estado y el fortalecimiento de la centralidad del mercado, porque se sabe que la mentada independencia es respecto del gobierno. En este caso, sobre un modelo de desarrollo económico indisolublemente vinculado a la distribución del ingreso. Restar al gobierno el control de la política monetaria y dejarla sometida a la influencia directa de los agentes del mercado –en particular del sistema bancario privado– es desplazar la capacidad de ese modelo de someter el equilibrio fiscal a las políticas distributivas y someterse a la centralidad del ajuste fiscal, buscado por el neoliberalismo.
Bajar la importancia del pré sal es tirar por la borda la capacidad de Brasil para independizarse en términos de política energética, de disponer de gran cantidad de recursos provenientes de la exportación y, además, conforme a una decisión ya aprobada por el Congreso, dedicar el 7,5 por ciento de esos recursos para la educación y el 2,5 por ciento para la salud.
Sería una política suicida también en términos de desarrollo tecnológico de Brasil, y no sería eficaz como impulso económico, por las inmensas demandas que la exploración del Pré sal requiere.
Esas posiciones se complementan –y ganan su pleno sentido– cuando se analiza qué puede querer decir bajar la importancia del Mercosur y desarrollar acuerdos bilaterales. El Mercosur significa aquí la política de prioridad de los acuerdos regionales respecto del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, pregonado por el gobierno de Fernando Henrique Cardoso y bloqueado por la victoria de Lula en 2002.
Bajar la importancia del Mercosur entonces, en verdad, significaría bajar la importancia de toda la gama de instancias de integración desarrolladas y creadas en los últimos años: Banco del Sur, Consejo Sudamericano de Defensa, Unasur, Celac, así como los mismos Brics y sus acuerdos recién establecidos, que incluyen el Banco de Desarrollo y el Fondo de Reservas de apoyo a países con problemas de divisas.
No queda claro qué tipo de acuerdo bilateral es referido en el programa, pero se teme que sea, antes que nada, con Estados Unidos y los países del centro del capitalismo. A partir del cual es imposible que Brasil siga en el Mercosur, apuntando, a lo mejor, hacia una decisión de ruptura total de Brasil con todos esos organismos y una reinserción radical y subordinada a Estados Unidos, con todas las consecuencias regionales y globales que ello tendría.
No hay duda de que cambia la forma del enfrentamiento electoral, con la polarización alrededor de Marina Silva y de Dilma Rousseff, pero el contenido sigue siendo el mismo: continuidad del gobierno posneoliberal del PT o retorno de un proyecto neoliberal, ahora disfrazado de algunas –pocas– remanentes proclamas verdes –Marina ya declaró que nunca fue contra los transgénicos–, por ejemplo, una supuesta renovación de la política por encima de los partidos y de la polarización izquierda-derecha, reagrupando a la derecha detrás de sí.
Es un regalo para la derecha brasileña y para Estados Unidos, que estaban cerca de ver a sus candidatos y sus tesis derrotadas una vez más. El monopolio privado de los medios de comunicación –el verdadero partido de la derecha– sin duda obtendría una gran victoria, en caso de que su nueva candidata lograra derrotar al gobierno del PT –objetivo único, por medio de cualquier vía, de la derecha brasileña y de Washington–. Eso es lo que está en juego ahora en Brasil.
Marina deja en claro la naturaleza de su proyecto, por las posiciones que explicita y porque tiene en la coordinación de su campaña electoral a renombrados nombres del neoliberalismo –Andre Lara Resenda, ex ministro de los gobiernos Collor de Melo y de Cardoso; Giannetti da Fonseca, connotado ideólogo neoliberal, y Neca Setubal, heredera del Banco Itaú, uno de los más grandes bancos privados brasileños–. Con esas posiciones y ese equipo, la ex líder ecologista Marina Silva se convierte de lleno al neoliberalismo.
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