EL MUNDO › ENTREVISTA A CARLOS ARAUJO, COMPAñERO DE MILITANCIA Y EX ESPOSO DE DILMA ROUSSEFF
Carlos Araujo dialogó sobre su largo vínculo con la presidenta brasileña Rousseff, el PT, las próximas elecciones, su adolescencia en el Partido Comunista brasileño y la lucha armada en los años ’60-’70.
› Por Gustavo Veiga
Página/12 En Brasil
Desde Porto Alegre
La relación que construyeron Vanda y Antero está hecha a medida para un guión cinematográfico. Con esos nombres falsos, Dilma Rousseff y Carlos Araujo vivieron en la clandestinidad durante la dictadura. Con sus nombres verdaderos, ella busca la reelección a la presidencia de Brasil y él es un prestigioso abogado laboralista que sigue defendiendo a trabajadores. Se conocieron en 1969, cuando el régimen militar llevaba cinco años en el poder. Militaron en la Vanguardia Armada Revolucionaria, VAR Palmares. Encarcelados en 1970, fueron torturados, pasaron por distintas prisiones y, ya libres, decidieron juntarse, tener una hija y separarse después de casi treinta años. Acaso por eso, cuando se le pregunta a este hombre de 76 –y padre de otros dos hijos con distintas mujeres– si es la persona que mejor conoce a la presidenta, responde: “Probablemente”.
En su casa amplia y luminosa de Porto Alegre, ubicada a la vera del río Guaíba –en rigor, un ancho estuario–, Araujo dialogó dos horas con Página/12 sobre su largo vínculo con Dilma, el PT, las próximas elecciones, su adolescencia en el Partido Comunista brasileño, la lucha armada en los años ’60-’70, su encuentro con el Che en Punta del Este, su estrategia para sobrellevar las torturas y la isla-presidio desde la que veía la misma casa en la que vivió con la presidenta y donde todavía él habita y ella lo visita. Dejaron de ser pareja, pero no amigos. Por eso dice que se siente “orgulloso de haber sido su compañero”.
–¿En qué circunstancias conoció a Rousseff?
–Fue en 1969 en una reunión clandestina de VAR Palmares en Río de Janeiro, en la calle Raúl Pompeia de Copacabana. En ese encuentro nació la organización. Dilma militaba en Colina (Comando de Libertad Nacional), que en sus inicios había sido un grupo trotskista. Tenía como 20 años y yo, 31. Comenzábamos una relación fuerte.
–¿En esa época siendo tan joven, se percibía que podía ser líder? ¿Cómo era su personalidad?
–Sí, ya tenía liderazgo. Y una buena formación teórica. Ella era muy decidida, inteligente y, además, muy bonita. Mantuvimos una relación tan intensa que una noche, de madrugada, nos peleamos en una calle de Ipanema por razones afectivas como dos irresponsables. Estábamos clandestinos y pudimos haber caído presos.
–El padre de Dilma era un comunista búlgaro y el suyo también fue un abogado laboralista del PC brasileño. ¿Esa coincidencia explica en parte la militancia de ustedes en la izquierda?
–El padre de ella había sido diplomático. Llegó a Brasil y aún hoy no sabemos por qué vino. Murió cuando Dilma tenía 16 años y no lo conocí. Yo entré al PC con 14 años. Ya sabía lo que quería, aunque no tenía conciencia plena. Mi papá era comunista y quería ser igual que él. Cuando la guerra de Corea, en una campaña de la Unión Soviética por la paz y contra las armas atómicas, me identifiqué pintando calles y panfleteando acá en Porto Alegre. Esa fue mi primera relación social con la izquierda.
–¿Usted después abandonó el Partido Comunista para sumarse a la lucha armada contra la dictadura?
–Sí, aunque antes tuve una experiencia de dos años con las Ligas Campesinas del Nordeste acompañando a su líder, Francisco Juliao. Pensábamos hacer la revolución en América latina. Las ligas fueron anteriores a la Revolución Cubana. Hasta que en 1961 regresé a Porto Alegre a trabajar como abogado. Ese año conocí al Che Guevara en la Conferencia de Punta del Este donde se estaba discutiendo la Alianza para el Progreso que proponía Estados Unidos. A Fidel lo conocí muchos años después.
–Cuando vino el golpe militar del ‘64, apoyado por EE.UU., contra el presidente Joao Goulart, ¿usted qué hacía y dónde se encontraba?
–Durante el gobierno democrático de Jango ejercía como abogado de trabajadores, estábamos organizándolos. Pero los problemas empezaron con el golpe. Juliao estaba en el nordeste y cayó preso. En Porto Alegre fuimos detenidos mi padre, Afranio, mis dos hermanos y yo. Estuve como sesenta días en la cárcel. Hubo una huelga importante, pero la represión todavía no estaba organizada.
–¿Usted seguía en el PC?
–No, en el ’57 ya había roto con el Partido. No queríamos ser rusófilos, queríamos hacer nuestra propia experiencia. Con el tiempo, varios que veníamos de distintas experiencias en la izquierda nos volcamos a la lucha armada. Iniciamos los contactos con grupos de otros estados de Brasil y así se hicieron las reuniones del ’69 donde Colina de Belo Horizonte, el grupo de Dilma, se fusionó en VAR Palmares. La organización quedó con este nombre.
–¿Y la pareja cayó presa al poco tiempo?
–Sí, en menos de un año. En enero de 1970 la detuvieron a ella y en agosto a mí. Recién en noviembre de 1970 volvimos a vernos. Fue durante una audiencia del proceso que nos siguieron a unos cincuenta reos, todos muy jóvenes y muchos hijos de militares. Fue un orgullo haber participado de la lucha contra la dictadura, una lucha ardua, idealista.
–Dilma estuvo detenida hasta mediados de 1972 y usted hasta el ’74. A los dos los torturaron, pero en su caso le tocó vivir, además, situaciones tan dramáticas como insólitas. ¿Es así?
–Sí, todos nosotros somos fuertes e imbatibles antes de caer presos. Y vamos a enfrentar la tortura con la cabeza erguida. Pero nadie está preparado y para eso debe crear situaciones. Porque cualquier persona, entre la tortura permanente y la muerte, prefiere la muerte. Por eso inventé un encuentro con un compañero, Carlos Lamarca, y pensé en suicidarme, la única cosa digna que podría hacer porque pensé que no resistiría. Me llevaron a una calle que elegí, donde había mucho tránsito y podía arrojarme debajo de un auto. Vi una combi, me solté y me tiré. Terminé internado en el hospital de Clínicas.
–¿También estuvo detenido en una isla del río Guaíba que se ve desde su casa?
–Sí, pasé como seis meses en la isla del Presidio, antes la isla de la Pólvora. Es pequeñita (la señala, se ve a lo lejos desde el gran ventanal que da a su jardín) y sólo quedan ruinas, está muy destruida.
–Lo que cuenta es surrealista.
–Es así. Cuando Dilma salió de la cárcel en San Pablo vino a vivir con mis padres a esta casa. Nosotros no estábamos casados. Los militares sabían que los dos habíamos vivido juntos, que habíamos sido torturados, pero no querían admitirlo para que no nos viéramos. Pero tanto insistieron nuestras madres, que el jefe de la represión en San Pablo, Romeu Tuma, certificó que estábamos juntos con un papel de la DOPS (Departamento de Orden Político y Social). A mí me liberaron en julio de 1974.
–¿Cómo siguió la vida junto a la presidenta después de obtener la libertad?
–Nuestra experiencia en la clandestinidad y la cárcel nos dejó una relación que, independientemente del amor, es de mucha solidaridad, indestructible, inapagable. Paula, nuestra hija, nació en 1976 y vivimos en esta casa unos veinte años. Cuando viene a Porto Alegre, Dilma siempre me visita. Y con mi actual mujer, Ana, se llevan muy bien. Ella es parte de mi familia.
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