Sáb 04.10.2014

EL MUNDO  › OPINION

Impacto y consecuencias

› Por Walter Mignolo *

Durante su presidencia, Dilma Rousseff aumentó el distanciamiento entre Brasil y EE.UU., distanciamiento que comenzó durante la presidencia de Ignacio Lula da Silva. Dos acontecimientos importantes, en el pasado reciente, aumentaron tanto la distancia como la tensión entre los dos estados: Rousseff canceló su visita a Washington al hacerse público que Estados Unidos espiaba al gobierno de Brasil y, en julio de este año, la reunión de los Brics en Brasil, que incluyó el fuerte apoyo de Rousseff a la creación del banco de ese grupo de naciones.

Cuando la iniciativa del banco de los Brics fue criticada como una iniciativa contra el FMI y el Banco Mundial, Rousseff fue citada diciendo que la propuesta no era en contra de nadie, sino “a favor de nuestros intereses”. “Nuestros intereses” se refería a los Brics y a los estados que el banco apoyaría tanto para su consolidación económica como para evitar que las draconianas tasas de intereses y los delincuentes legales como Paul Singer mantuvieran a estados emergentes bajo la esclavitud de la deuda.

Marina Silva surgió a la notoriedad después del accidente de aviación que acabó con la vida del candidato presidencial Eduardo Campos, el 13 de agosto de 2014. Hubo mucha especulación y no faltaron las teorías conspirativas en el análisis del accidente y sus consecuencias.

El 27 de septiembre, el periódico español El País publicó un artículo con este título: “La candidatura de Silva apuesta por una actitud más cercana a Estados Unidos”. El título trajo a la luz lo que ya se sabía, pero andaba dispersado en la campaña de Silva: su inclinación política hacia la reoccidentalización y, en consecuencia, la posibilidad de que bajo su presidencia Brasil se una a la Alianza del Pacífico junto a Colombia, México, Perú y Chile, que mantiene una posición ambigua en este asunto desde que Michelle Bachelet asumió la presidencia. Un giro semejante en la política exterior de Brasil abriría un signo de interrogación sobre su rol en la Unasur.

Hay, sin duda, mucho en juego en estas elecciones; mucho más de lo que presupone toda elección presidencial. Brasil se ha convertido en el Estado líder en Sudamérica, Centroamérica y el Caribe. Al mismo tiempo, el orden mundial global ha llegado al punto del no retorno en la creciente afirmación de tendencias desoccidentalizantes (Brics, Indonesia, Turquía) y las respuestas reoccidentalizantes (Estados Unidos y la Unión Europea en Ucrania, en Siria, en Medio Oriente).

En los últimos dos años, Rusia y China detuvieron la invasión estadounidense a Siria en el Consejo de Seguridad de la ONU. Por otra parte, India “conmocionó al mundo” (según los titulares mediáticos) al unir fuerzas con Rusia y China contra las expectativas de Estados Unidos. Occidente (EE.UU. y los países centrales de la Unión Europea) está perdiendo los privilegios ganados en 500 años de consolidación y expansión y, como es de esperar, perder privilegios es duro. Los signos de la batalla por mantener el liderazgo global no son sólo evidentes en Siria, Ucrania y Medio Oriente, sino que incluso el presidente Barack Obama lo dijo explícitamente en su discurso en la reciente asamblea de la ONU.

Un aspecto notoriamente ausente en la campaña en Brasil y en su cobertura por los medios es la configuración racial de ambas candidatas. Nadie se confundiría al decir que Dilma Rousseff es “blanca” y Marina Silva es “negra”. Escribo estas palabras entre comillas debido a las ambigüedades de su significado, al mismo tiempo que tienen una presencia innegable en conversaciones diarias. Pero la “raza” no fue un tema notorio en esta campaña. Tal vez después del entusiasmo inicial con la presidencia de Obama, y lo que siguió, la gente y los medios de comunicación se dieron cuenta de que una cosa es tratar el racismo en la sociedad civil y otra muy diferente tener expectativas de que una persona pueda modificar en uno o dos períodos presidenciales la estructura político-económica de la forma Estado.

Los ciudadanos brasileños votarán según sus intereses nacionales, personales e institucionales, y no según si Rousseff es blanca y Silva, negra. Algunos votantes pueden estar al tanto del significado y los intereses que respaldan a las candidatas. Los votantes, presumo, no emitirán tampoco su voto considerando si el Estado brasileño en el próximo ciclo presidencial seguiría la ruta de los Brics o giraría hacia EE.UU. y Europa; es decir, si Brasil continuaría en la ruta desoccidentalizante o daría un giro aliándose a la reoccidentalización.

Si la mayoría de los posibles votantes no especulará sobre estas consecuencias, el resultado de la elección tendrá sin lugar a dudas un impacto significativo en América latina y, desde luego, en el orden mundial.

* Profesor de la Universidad de Duke (EE.UU.) y de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador).

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