Vie 17.10.2014

EL MUNDO  › OPINION

Consenso de Buenos Aires

› Por Oscar Laborde *

Se acaban de cumplir 11 años de la firma del Consenso de Buenos Aires, firmado entre Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva, siendo ambos presidentes de sus respectivos países y elegidos pocos meses antes.

Evidentemente, el contexto político a nivel regional como internacional hoy no es el mismo que alumbrara ese documento, donde comenzaba a gestarse un proceso iniciado por Hugo Chávez algunos años atrás, pero donde todavía faltaba un par de años para que se produjera un acontecimiento “bisagra” en el mapa latinoamericano, como fue el No al ALCA en Mar del Plata.

Aquí radica uno de sus valores medulares, pues no sólo da fundamentos teóricos sino que desglosa una serie de temas que permiten abordar la misma de una determinada perspectiva.

De una manera absolutamente premonitoria, en el punto segundo destaca la trascendencia de la consolidación de la democracia, en la perspectiva del combate a la pobreza, el desempleo, el hambre, el analfabetismo y la enfermedad, señalando la pérdida de dignidad de las personas como obstáculo para el ejercicio pleno de la ciudadanía.

En consonancia con esto, acuerdan impulsar la participación activa de la sociedad civil, presentándola en los hechos como inherente a la propia integración regional, con la cual planteaba el rol estratégico de las organizaciones sociales.

Uno de los elementos que, como otros, terminaron por ser sustanciales y, por sobre todo, constatables frente a los hechos que se fueron sucediendo, y a las medidas que tomaron los distintos gobiernos sudamericanos, lo constituye el rol del Estado cuando recuerdan el valor estratégico del mismo, pero por sobre todo en la implementación de políticas activas en el plano educativo, de la ciencia y la tecnología, del trabajo decente y en cuestiones medioambientales, entre otras.

En el plano internacional, el ítem 4 advierte sobre el proceso de globalización que mostraba evidentes signos de aceleración, pero también inéditas modalidades de concentración económica, por lo cual resulta totalmente comprensible cuando ambos mandatarios enfatizan (punto 20) el compromiso histórico con el multilateralismo, fundado en la igualdad soberana de todos los Estados.

Resulta valioso, por lo premonitorio, rescatar el párrafo sobre la intención de generar, en referencia al plano económico y comercial, “nuevas alianzas y estrategias junto con otros países con los cuales compartimos intereses y preocupaciones”.

Y en este plano es muy interesante la mención a dejar abierta una puerta a la concreción del ALCA, pero planteando determinadas condiciones (“que se respeten los intereses disímiles de los participantes”), cuestión que en los hechos era inviable y contradictorio con las aspiraciones de Estados Unidos en la materia.

Aparecieron luego Evo Morales y Rafael Correa, y se gestaron nuevas institucionalidades como la Unasur y la Celac que, sumadas al Mercosur, conformaron otra geografía al proceso de integración regional; pero, indudablemente, el documento firmado el 16 de octubre de 2003 estableció un marco conceptual e ideológico que, a la luz de los nuevos desafíos que enfrenta Latinoamérica en esta coyuntura, adquiere otra relevancia y una necesaria relectura de sus consensos.

* Embajador. Representante Especial para la Integración Económica y la Participación Social de la Cancillería argentina.

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