Sáb 18.10.2014

EL MUNDO  › ENTREVISTA AL SOCIOLOGO FRANCES YVON LE BOT, AUTOR DE LA GRAN REVUELTA INDIGENA

“El zapatismo es un movimiento esencial”

Del zapatismo a los mapuches chilenos, de los aimaras bolivianos a los quichuas de Ecuador, de los indígenas del Cauca colombiano a los quichés de Guatemala, no hay región donde la voz indígena no se haya levantado para reivindicar derechos.

Desde París

Amanece en la “larga noche” de la dominación blanca sobre los indígenas. 2014 marca una fecha simbólica en lucha de los indígenas por sus derechos y su emancipación: el 1º de enero de 1994 el Subcomandante Marcos y los zapatistas irrumpieron en el escenario mexicano marcando para siempre una frontera entre un antes y un después. Han pasado dos décadas y aunque las modas, el hedonismo tecnológico y los medios dominantes arguyan que el movimiento está en decadencia, el zapatismo, sus antecesores y sus herederos están más vivos que nunca. Desde hace medio siglo, América latina asiste al surgimiento de movimientos considerables de emancipación indígena. Del zapatismo a los mapuches chilenos, de los aimaras bolivianos a los quichuas de Ecuador, de los indígenas del Cauca colombiano a los quichés de Guatemala, no hay región donde la voz indígena no se haya levantado para reivindicar derechos o impedir expoliaciones. El sociólogo francés Yvon Le Bot ha escrito una de las obras más exhaustivas sobre este desplazamiento de la dominación cultural, política y económica. El libro La gran revuelta indígena constituye un análisis revelador sobre las luchas y la visibilidad adquirida por los indígenas de América latina en los últimos 50 años. Director de investigaciones en el Centro nacional de investigaciones científicas de Francia (CNRS) y profesor en la Alta Escuela de Estudios Sociales de París (EHESS), Yvon Le Bot fue uno de los primeros intelectuales europeos que se interesó en el zapatismo. En 1997 escribió un libro junto al Subcomandante Marcos (El sueño zapatista). En esta entrevista de Página/12, Yvon Le Bot vuelve sobre el papel determinante del Subcomandante Marcos y el zapatismo en los movimientos globales de hoy al tiempo que pone el acento en el avance desordenado pero real de la gran revuelta indígena.

–Han transcurrido 20 años desde que surgió el zapatismo en Chiapas. Una voz común lo da por moribundo, lo que está muy lejos de ser real. ¿Dos décadas después, cuál es el balance que usted hace de este movimiento que cambió la forma de inscribirse en la acción política ?

–Contrariamente a lo que se dice o se cree, el zapatismo no es un movimiento moribundo. No ha desaparecido. El zapatismo se arraigó en otras tareas como la educación, la salud, el autogobierno, la autonomía. Se trata de una estrategia a largo plazo que no requiere una presencia fuerte en los medios. En las últimas dos décadas, el zapatismo atravesó diferentes fases. Algunas fueron más visibles que otras. Hoy, el balance que se puede hacer no es estático. Las dinámicas siguen presentes y el movimiento mira hacia el futuro. Hace unas semanas, el personaje del Subcomandante Marcos decidió desaparecer. Esto no significa que el movimiento vaya a desaparecer. Al contrario, se trata de una nueva fase y de una forma de encarnar una idea más colectiva del movimiento zapatista. De alguna manera, el personaje del Subcomandante Marcos tenía una presencia mediática tan fuerte que impedía ver lo que había detrás. Marcos fue una figura mundial de los movimientos sociales que marcó la época de la post guerra fría y de las post guerrillas revolucionarias en América latina. El zapatismo fue un movimiento precursor de los movimientos actuales que funcionan en red y cuya gran fuerza consiste en buscar nuevos sentidos a la acción colectiva. Por otra parte, el zapatismo es un movimiento esencial porque también reflexionó sobre la forma de pasar de las armas al verbo.

–De alguna manera, el Subcomandante Marcos y el zapatismo inventaron la forma más moderna de la protesta globalizada.

–Efectivamente. Ellos introdujeron un cambio en la figura de los actores. Hasta ese momento, los protagonistas clásicos eran los sindicatos, los partidos, los Estados, las guerrillas, los grupos armados, etc. Ya no. Los actores sociales no son partidos, o militantes sindicales o grupos en armas. Hoy, todo pasa por un compromiso personal antes que por organizaciones estructuradas y verticales. Estos movimientos son hoy los más significativos. En este contexto, gracias a su búsqueda de una nueva forma de cultura política, los zapatistas tuvieron una gran repercusión. También hay que resaltar un hecho mayor del zapatismo: todo estaba preparado para una confrontación armada. Sin embargo, pese a tener armas simbólicas, durante 20 años el zapatismo evitó el camino de la violencia. Si usted observa los indignados en España, el movimiento Ocuppy Wall Street, las revoluciones de la Primavera Arabe u otros que se sublevaron a través del mundo, todos han funcionado evitando la violencia. El zapatismo pasó a través de la red de la matanza. Eso es extraordinario, porque si miramos la historia de los movimientos sociales en América latina, casi todos terminaron en un baño de sangre. Esto es una hazaña, tanto más cuanto que el zapatismo hizo tambalear el sistema político mexicano.

–No es exagerado pensar que el zapatismo nos rejuveneció.

–No, claro que no, el zapatismo nos vino muy bien. Con él salimos de los slogans, de los dogmas. El zapatismo aportó mucho, más incluso de lo que hubiésemos pensado. El zapatismo contribuyó con elementos para iluminar un nuevo camino político. Marcos tuvo también la capacidad de ligar la poesía con la política. Marcos y el zapatismo pusieron en escena un teatro de masas. Estos 20 años transcurridos estuvieron iluminados por el zapatismo.

–En su libro La gran revuelta indígena, usted analizó los movimientos indígenas de emancipación de los últimos 50 años. Esa gran revuelta se plasmó de forma disuelta, a veces caótica e inacabada. Algo sigue en marcha, pero esa “gran revuelta indígena” no se globalizó aún.

–Sí, es cierto. Es una revuelta diseminada, en archipiélago, subterránea. No obstante, estos movimientos indígenas de emancipación están presentes y llevan a cabo un trabajo lento, de hormiga. Esta revuelta no tiene una expresión centralizada, funciona sin estructura jerárquica. Pero sus ideas y reivindicaciones trascienden hacia la opinión pública y es así como transforma la visión de las cosas, la visión de la política, de la vida, del mundo. En Bolivia, por ejemplo, hubo muchos cambios. El racismo antiindígena que había en Bolivia no desapareció, sin embargo, Evo Morales le devolvió al pueblo el orgullo indígena. Obviamente, la experiencia boliviana de Evo Morales es muy diferente a la de los zapatistas. De alguna manera, Morales llegó al poder por medios tradicionales. En términos de visibilidad política, el zapatismo y la elección de Evo Morales son los hechos políticos más importantes de estas dos décadas. Ahora bien, hay ejemplos más fuertes, como el de los indígenas de la región colombiana del Cauca. En lo que se refiere a la salud, la educación, al autogobierno, a la autonomía, al control sobre su destino y a la permanencia en el tiempo, los indígenas colombianos obtuvieron más que Evo Morales y los zapatistas. De hecho, hay muchos casos poco conocidos pero que han tenido una gran influencia. El eco mediático y político no es una medida del éxito o el fracaso.

–En suma, la gran revuelta indígena tuvo lugar, pero el sistema se encargó de tornarla invisible.

–Sí, tiene razón. Es lo propio del racismo, que consiste en volver al otro invisible. En este sentido, los zapatistas dieron vuelta la cuestión con la fórmula “tuvimos que esconder nuestro rostro para ser visibles”. O sea, para superar el racismo tuvieron que ponerse una máscara. Una de las grandes victorias es evidentemente salir de la invisibilidad. Ello conlleva riesgos, desde luego: los medios, la televisión, en resumen, la sociedad del espectáculo teorizada por Guy Debord. Esa es justamente la razón por la cual el Subcomandante Marcos decidió salir de la escena este año.

–Si extendemos la idea de la gran revuelta indígena a la gran revuelta del mundo, hay hoy como una ambivalencia. Los movimientos están, las convicciones son fuertes, pero no se termina de visualizar dónde y por qué medios esa gran revuelta de la humanidad contra un sistema injusto podría ser una realidad.

–En efecto, es lícito que nos preguntemos dónde pueden inscribirse las esperanzas latentes, esa explosión de una necesidad de valores universales, de subjetividad. No se ve claramente dónde se arraiga la base política, cultural y civilizadora. Hay sólo luces que se encienden un poco en todas partes, pero esas luces tienden a apagarse muy rápido, son efímeras. Debemos no obstante destacar que, hasta ahora, el movimiento menos efímero ha sido el indígena. Pero más allá de él, sinceramente no veo en qué lugar podría darse una suerte de renacimiento global. Estamos en un mundo ensombrecido. Lamentablemente, los movimientos más fuertes que existen hoy son ensombrecedores. Son fuerzas oscuras considerables, sin rostro. Se habla del capitalismo financiero, del mercado. De acuerdo, ¿ pero qué es? Es un enemigo inidentificable, carece de rostro, se nos escapa entre los dedos. No es como el capitalismo burgués o el propietario de los medios de producción, o el patrón a quienes se podía confrontar, o con quienes se podía negociar. El mercado se nos escapa, es extremadamente difícil construir un conflicto frente a él. Los indignados de Estados Unidos protestaron, pero esa protesta no desembocó en la construcción de un conflicto permanente y tangible. Fue pura indignación y la indignación se agota si no construye un conflicto social, político o económico. Las fuerzas oscuras dominan. Hubo una época en que Pinochet, los militares argentinos y compañía, o sea, los sanguinarios más grandes del mundo, hacían todo lo posible para esconder sus crímenes. Hoy ocurre todo lo contrario. Movimientos como el Estado Islámico en Irak o Boko Haram en Nigeria exponen sus crímenes en Internet. Desde luego, esto es una razón suplementaria para luchar contra las fuerzas del mal.

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