EL MUNDO › DESDE 2002 QUE UNAS ELECCIONES PRESIDENCIALES NO INFLUIAN TANTO
Lula ganó en segunda vuelta hace catorce años, prometiendo, entre otras cosas, una alianza sólida con la Argentina y con el Mercosur. Dilma se compromete a seguir ese camino. Aécio Neves, a interrumpirlo.
› Por Martín Granovsky
Si la Argentina mira hoy a Brasil con expectativa, temor, esperanza y nervios, no lo hará sin sentido: desde 2002 que las relaciones exteriores de Brasil y el papel del Mercosur, o sea la Argentina, no ocupan un lugar tan importante en una elección presidencial. En 2002 fue Lula quien propuso cambiar. Ahora, en 2014, son los conservadores de Aécio Neves y Fernando Henrique Cardoso los que buscan un Brasil con las alas suficientes para desatar lo que ellos llaman “amarras del Mercosur”.
Aécio, del Partido de la Socialdemocracia Brasileña, no dudó en usar el último debate con la presidenta Dilma Rou-sseff, el viernes, para poner a dos de los cinco miembros permanentes del Mercosur como un cuco. “Brasil crece tanto como la Argentina o Venezuela”, dijo. Y agregó: “La política económica ha fracasado”.
En la Argentina, las páginas editoriales y de opinión del diario La Nación se convirtieron en la mayor trinchera por Aécio y contra la coalición de fuerzas encabezada por el Partido de los Trabajadores. El jueves 23 La Nación tituló así un largo editorial: “Neves, una esperanza para Brasil y la región”. Decía el editorial que si Neves ganase la segunda vuelta, se convertiría “en un factor de cambio de primera magnitud” por dos motivos. Uno, porque “Brasil podría proyectar sobre el resto de la región una gestión que pretende demostrar que es imposible alcanzar el progreso social corrompiendo la función pública, abandonando la calidad administrativa y menospreciando el saber técnico”. El segundo, “porque sentaría las bases para un modelo sustentado en la iniciativa privada antes que en el populismo que tanto ha avanzado en países como Venezuela y la Argentina”.
El texto de La Nación interpreta que Aécio habla de su compromiso con la libertad de prensa porque “en la mayor democracia de América latina están amenazados algunos valores fundamentales de la vida pública” y se alegra de que el candidato conservador haya sostenido que “debe abandonarse la agenda externa del PT, basada en asociaciones ideológicas, por una diplomacia más pragmática” que haga más flexible el Mercosur para que cada país quede en condiciones de firmar acuerdos de libre comercio.
El miércoles 22, el banquero Emilio Cárdenas opinó que las elecciones en Brasil tienen que ver con “desterrar las idolatrías que se construyen –y alimentan– desde el gobierno”. Uno de los peores pecados sería la reelección, afirmaba Cárdenas, quien después de llamar “plutocracia” al gobierno de Carlos Menem cambió de idea cuando dejó el llano y fue designado embajador en Naciones Unidas. Para Cárdenas, una de las ventajas de un triunfo opositor hoy sería “la salida de Marco Aurélio García” y el acercamiento del Atlántico al Pacífico.
Brasil no contemplaba la reelección hasta que Cardoso la impulsó con una enmienda constitucional en 1998 y así pudo ser candidato otra vez.
En cuanto a la división tajante entre los países del Mercosur y los del Arco del Pacífico que integran Chile, Perú, Colombia y México, el propio Marco Aurélio, consejero internacional de Dilma y antes de Lula, dijo en la campaña que es una oposición ficticia.
En su última ola de pronunciamientos editoriales sobre el continente, La Nación también reivindicó como “un ejemplo para la Argentina” el Pacto por México, firmado por el Partido Revolucionario Institucional en el gobierno, el PAN de derecha conservadora y el PRD situado a la izquierda. El editorial elogiaba el acuerdo parlamentario PRI-PAN para abrir el petróleo a la inversión extranjera, algo que por cierto ya rige en la Argentina, y soslayaba las palabras “Ayotzinapa”, “normalistas”, “estudiantes”, “desaparecidos”, “fosas” y “comunes”.
Esta misma noche se sabrá si el gigante de Sudamérica decidió virar a la derecha o si la mayoría de los votantes cree que su propia vida aún puede mejorar con el PT y, sobre todo, correría peligro con el PSDB al frente de una nueva alianza política.
En las dos últimas semanas fueron cobrando fuerza dos líneas de análisis.
Una es la relación entre la aprobación del gobierno y el voto. Hace 10 días la encuestadora Vox Populi preguntó por la opinión sobre la gestión de Dilma. Un 40 por ciento dijo que le parece buena. Un 37 por ciento respondió que el desempeño del gobierno es regular. Y un 22 dijo que es malo. Si se acepta que en política el que opina regular a veces quiere significar que no tiene una posición tan jugada, o que no quiere tenerla, o que no le importa tanto, y si al mismo tiempo el porcentaje de bueno es tan alto como el 40 por ciento, parece lógico sacar la conclusión de que un gobierno queda ampliamente aprobado. Para algunos, Dilma es una alumna de 10, para otros de 7 y para muchos tal vez merezca solo un cuatrito, pero eso no es desaprobar. Si se acepta, además, que Vox Populi trabajó bien, una pregunta se impone: ¿qué motivo llevaría a los brasileños a tumbar con su voto un gobierno que aprueban? Toda esquizofrenia es posible, claro, pero es difícil imaginar una respuesta sensata a la pregunta. En principio, no habría motivo alguno. O incluso habría motivos para desconfiar, para desencantarse, para sentir cansancio y, sin embargo, esos motivos no serían suficientes para dar el ciclo por terminado.
La otra línea de análisis lleva a escarbar qué hay detrás del índice de rechazo, es decir de los consultados que afirman que no votarán por Dilma o Aécio ni con una pistola en la cabeza. Según el sondeo de Datafolha del 23 de octubre, jamás votarían por Aécio el 41 por ciento de los electores. El porcentaje subió en apenas dos semanas, porque estaba en el 34 el 9 de octubre. En cambio Dilma bajó su tasa de rechazo del 43 al 37 por ciento.
Marco Aurélio Nogueira, cientista político de la Universidad de San Pablo, dijo a Carta Capital que “funcionó la campaña negativa puesta en marcha por Dilma y Lula, como funcionó antes con Marina”.
En unas horas se verá si esa campaña tuvo sintonía con una percepción positiva de los brasileños sobre los cambios en su vida cotidiana desde el 1ª de enero de 2003, cuando asumió Lula. Algo es seguro: no habrá indiferencia en ninguna capital del mundo, y menos en la Argentina.
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