EL MUNDO › OPINIóN
› Por Emir Sader
La reiteración de la polarización entre petistas y tucanos en la segunda vuelta de la elección brasileña refuerza la centralidad de la polarización entre neoliberalismo y posneoliberalismo en el campo político brasileño, al igual que en los otros países de América latina. El enfrentamiento de programas y de las fuerzas en cada campo reitera de forma ineludible la polarización entre derecha e izquierda en la era neoliberal.
Especialmente por la claridad de la disputa en la segunda vuelta, sumada a la gran movilización de la militancia del PT y de los otros partidos de izquierda (incluido el principal partido de la izquierda radical, el PSOL), de todos los movimientos sociales, culturales y populares, así como de los medios alternativos, permitió retratar lo que es hoy la izquierda brasileña. El liderazgo incuestionable de Lula fue decisivo en la recta final de la campaña, así como un gran protagonismo de Dilma, haciendo que los dos salgan de la disputa como los dos grandes líderes populares de Brasil en la actualidad.
La monstruosidad de la campaña, local e internacional, para intentar ganar las elecciones y cambiar el rumbo de la política brasileña, incluido su rol en los procesos de integración latinoamericana y del sur del mundo, refleja el tamaño de lo que estaba en juego en las elecciones. La derecha brasileña, la latinoamericana y la mundial se excitaron con la posibilidad de cambiar la política económica, de adueñarse de los gigantescos recursos del Pre-sal (campo de reservas petroleras submarinas), de debilitar al Mercosur, a Unasur, a la Celac y, muy especialmente, a los Brics, cuyos últimos acuerdos incomodan profundamente a Estados Unidos y a sus aliados.
La defensa de la continuidad del modelo de desarrollo económico con distribución de renta, de la explotación del Pre-sal por Petrobras, de los recursos destinados a la educación y a la salud, de una reforma que termine con los financiamientos empresariales de las campañas políticas, de la democratización de los medios de comunicación, han dado el tono de izquierda de la campaña electoral de Dilma.
Aún más, ha representado la resistencia a las propuestas de rebaja de los salarios, de alza del desempleo y de reducción drástica de los bancos públicos, como formas de reactivar la economía, con todas las concesiones al gran capital privado. Además del debilitamiento del rol de Brasil en los procesos de integración, de volver al acercamiento estratégico con EE.UU., de entrega de la explotación del Pre-sal a empresas privadas internacionales y de la salida de Brasil de los Brics. Por eso la victoria de Dilma –que es, a la vez, una victoria de Lula y del PT– es una victoria de la izquierda brasileña y latinoamericana.
Después de haber derrotado los cambios internos e internacionales en la política brasileña propuestos por la oposición, Dilma tendrá, entre otras responsabilidades, la de participar activamente del relanzamiento de Unasur, ahora bajo la Secretaría General del ex presidente colombiano Ernesto Samper, así como la implementación de los acuerdos estratégicos firmados por los Brics en Fortaleza, en julio de este año.
No es casual que la apretada victoria de Dilma fuera inmediatamente saludada por los presidentes de la región –empezando por Cristina, siguiendo con Rafael Correa, Evo Morales, Pepe Mujica y Nicolás Maduro, entre otros–. Saben que es una victoria de la corriente que todos ellos integran.
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