Mar 23.12.2014

EL MUNDO  › EL PAPA ALERTó SOBRE LOS RIESGOS QUE ACECHAN A LA IGLESIA

Antídoto para la curia

En su saludo navideño, Francisco dijo que “una curia que no
es autocrítica, que no se actualiza, que no busca mejorar, es
un cuerpo enfermo”. Habló sobre el “Alzheimer espiritual”.

Por Washington Uranga

El papa Francisco utilizó el saludo navideño a los miembros de la curia romana, integrada por cardenales, obispos y los más altos dirigentes y funcionarios de la Iglesia Católica, para señalar con absoluta claridad el peligro de las quince “probables enfermedades de la curia”, que son “frecuentes en nuestra vida” y que “debilitan nuestro servicio al Señor”. Dentro de estos pecados el Papa incluyó “la enfermedad de la esquizofrenia existencial”, de “la charla, las murmuraciones y los chismes”, de la “acumulación” de bienes materiales, de “la indiferencia hacia los demás”, de la “ganancia mundana y del exhibicionismo”.

Con un lenguaje directo y generalmente poco usado por los pontífices en este tipo de mensajes, Bergoglio invitó a pensar la curia romana “como un pequeño modelo de Iglesia”, sostuvo que un miembro de la curia que no se “alimenta” todos los días con Cristo “se convertirá en un burócrata (un formalista, un funcionalista, un simple empleado): una rama que se marchita, muere lentamente y se tira”. Y agregó que “una curia que no es autocrítica, que no se actualiza, que no busca mejorar, es un cuerpo enfermo”.

La reforma de la estructura de la Iglesia y, en particular, de la curia romana, ha sido uno de los propósitos de Jorge Bergoglio al asumir el pontificado, el año anterior. Para elaborar recomendaciones en ese sentido, el Papa conformó una comisión extraordinaria de ocho cardenales coordinados por el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga y a la que luego se sumó el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin. Esta comisión, hoy conocida como el Grupo de los Nueve, está adelantando propuestas que el Papa deberá poner en práctica en breve. La lista de “pecados” de la curia que ahora explicitó Francisco y sobre la que pidió reflexionar y hacer penitencia parece ser el resultado del diagnóstico que el propio Bergoglio y sus colaboradores han elaborado.

Francisco habló del pecado de sentirse “inmortal, inmune e incluso indispensable” y dijo que “una visita a los cementerios nos ayudaría a ver los nombres de muchas personas que creyeron ser inmortales”, para señalar que esa enfermedad tipifica “la patología del poder, el ‘complejo de los elegidos’, el narcisismo que mira apasionadamente su imagen y no ve la imagen de Dios estampada en la cara de los demás, especialmente en los débiles y necesitados”.

Una de las observaciones más severas estuvo dirigida a cuestionar el “Alzheimer espiritual”, comprendido como “una disminución progresiva de las facultades espirituales” y que se pone de manifiesto en “aquellos que son completamente dependientes de su presente, de sus pasiones, caprichos y manías”. Pero a ello agregó también “la enfermedad de la esquizofrenia existencial”, definida como “la enfermedad de los que viven una doble vida, el fruto de la hipocresía y del vacío espiritual que los grados académicos no pueden llenar” y que afecta, a menudo, al servicio pastoral que se limita al “papeleo, perdiendo contacto con la realidad, con personas reales”.

Criticó también el endurecimiento mental y espiritual de quienes tienen el “corazón de piedra” y el “cuello duro” y que en el camino “pierden la serenidad interior y la audacia y se esconden bajo los papeles convirtiéndose en máquinas de prácticas y no en hombres de Dios”. Para Francisco es “peligroso perder la sensibilidad humana necesaria que permite llorar con los que lloran y regocijarse con los que están alegres”. Habló además el Papa de la enfermedad del “martalismo” (que proviene de Martha) y en la que incurren aquellos que se sumergen en “tareas excesivas”, que “están inmersos en el trabajo”, e invitó a considerar que “descuidar el necesario descanso conduce al estrés y la agitación”.

Dijo también Francisco que existe, en el ámbito de la Iglesia y de la curia romana, “la enfermedad de la rivalidad y la vanagloria”, que afecta a hombres y mujeres “falsos”, que convierten “la apariencia, los colores de la ropa y las insignias de honor” en principal objetivo de su vida. Y en otro momento se refirió a la “enfermedad de la ganancia mundana, del exhibicionismo, cuando el apóstol dirige su servicio al poder y convierte el poder en una mercancía con fines de lucro o más poderes mundanos”. Según el Papa, ésta es la enfermedad de la gente que intenta “insaciablemente que sus poderes se multipliquen y para ello son capaces de calumniar, difamar y desacreditar a los demás, incluso en periódicos y revistas”. Recordó entonces la anécdota de “un sacerdote que llamaba a los periodistas para decirles –e inventar– información privada y confidencial de sus hermanos feligreses”, subrayando que “él sólo quería verse en las portadas, porque se sentía muy ‘poderoso’ causando mucho daño a los demás y a la Iglesia”.

No olvidó tampoco Bergoglio la “enfermedad de la acumulación”, que sobreviene cuando “el apóstol busca llenar un vacío existencial en su corazón acumulando bienes materiales, no por necesidad, sino sólo para sentirse seguro”. A propósito, dijo que “de hecho, nada material se puede llevar con nosotros, porque ‘la mortaja no tiene bolsillos’”.

En otro momento, el Papa apuntó contra la “enfermedad de la planificación y el funcionalismo excesivo” y contra la “mala coordinación” señalados como dos excesos que hay que evitar. Y arremetió contra “la charla, las murmuraciones y los chismes”, considerando que se trata de “una enfermedad grave” que “asesina a sangre fría la fama de sus colegas y hermanos”, tratándose de la enfermedad de las personas cobardes “que no tienen el valor de hablar de frente”.

En medio de estas severas advertencias expresadas ante los cardenales, obispos y funcionarios de la curia romana, Francisco también dejó caer su cuota de humor. “Una vez leí –dijo– que los sacerdotes somos como los aviones: son noticia sólo cuando se caen. Sin embargo, somos muchos los que volamos. Criticamos mucho y rezamos poco por el otro. Es una frase muy simpática, pero también muy cierta. Porque da cuenta de la importancia y de la sensibilidad de nuestro servicio sacerdotal y del mal que puede causar a toda la Iglesia un solo sacerdote que ‘cae’.”

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