EL MUNDO › OPINIóN
› Por Emir Sader
Al libro donde se describe la impresionante aventura de los cinco cubanos en Miami, el escritor brasileño Fernando Morais le dio el título Los últimos soldados de la Guerra Fría. Así se dio vuelta la última página de la Guerra Fría que marcó la política internacional a partir del final de la Segunda Guerra Mundial: los cinco cubanos volvieron a sus casas, y Estados y Cuba han restablecido sus relaciones diplomáticas.
Una Guerra Fría (o paz armada, especialmente de armamentos nucleares, lo que explicaba el equilibrio relativo entre los dos campos y la imposibilidad, antes y ahora, de otra guerra mundial) que tuvo su auge en todo el período de la segunda posguerra hasta el final de la Unión Soviética. La caída del Muro de Berlín ya había desarticulado el símbolo más grande de aquella Guerra Fría, que siguió sobreviviendo en Cuba hasta recién.
Victoriosos en la Guerra Fría, los EE.UU. creían que se impondrían solitarios en el nuevo mundo globalizado. Han llegado hasta a pensar en el bombardeo de Siria y, por extensión, en el de Irán. Hasta que Obama se dio cuenta de que, en sus propias palabras, para bombardear a Siria ni siquiera había logrado apoyo de su propia familia. Y así se acordó que se puede hacer de todo con una bayoneta, menos sentarse sobre ella.
Y terminó teniendo que aceptar la propuesta rusa de negociaciones sobre Siria y, por extensión, sobre Irán, en la mitad de 2013. Se había instalado en aquel entonces una relativa distensión en las relaciones entre EE.UU. y Rusia.
Hasta que la excitación de la Unión Europea y de los mismos EE.UU. con Ucrania los han llevado a la aventura de derribar el gobierno de Kiev hasta proponer su adhesión a la UE y a la misma OTAN.
Se habían olvidado de que en los acuerdos de capitulación firmados por Gorbachov con Ronald Reagan había una única reserva: que las potencias occidentales podrían avanzar sobre el espolio del campo socialista, pero sin acercarse a las fronteras de Rusia.
La reacción rusa no se hizo esperar: con el apoyo total de la población local, Crimea se ha reincorporado a su territorio, poniéndose los límites a los avances de las potencias occidentales. No tardó tampoco para que la población de regiones cercanas revelaran su voluntad de desvincularse de Ucrania y seguir camino similar al de Crimea.
Las medidas de represalias económicas a Rusia han tenido respuestas inesperadas para Occidente, que tomaba en cuenta solamente la posibilidad de cortes en el suministro de gas para Europa y para la propia Ucrania, como arma rusa. Pero Putin los sorprendió con la transferencia de compras de productos agrícolas de la UE y de EE.UU. hacia países de América latina, al punto que hubo que desechar alimentos en Europa –en plena crisis– por la imposibilidad de comerciarlos.
La prensa occidental ha entonado gritos de guerra, llamando a Obama cobarde, el propio gobierno de Ucrania dice no reconocer la adhesión de Crimea a Rusia. Pero lo que hace de la situación el eje de una nueva Guerra Fría es la imposición de límites a la acción de EE.UU., incapaces de intervenir militarmente en Ucrania, por las fronteras con Rusia, que ha recuperado su capacidad de acción en términos políticos y militares. No bastan declaraciones de que no se trataría de una nueva Guerra Fría, porque de eso se trata: de una nueva delimitación de campos internacionales de influencia y de sus límites para enfrentamientos abiertos.
El estrechamiento de las alianzas entre Rusia y China, del punto de vista económico, político y militar, así como los acuerdos de los Brics, han contribuido para configurar ese nuevo diseño geopolítico del siglo XXI. Hablar de nueva guerra mundial es desconocer las mismas razones por las cuales la Guerra Fría se había impuesto en lugar de una nueva guerra (la posibilidad de destrucción de ambos campos a la vez).
Ya había una multipolaridad económica en el mundo, que ha permitido que países del sur no hayan sido arrastrados por la recesión en el centro del capitalismo, pero han revelado capacidad de resistencia, gracias a los intercambios sur-sur y a la expansión de los mercados internos de consumo popular. Ahora esa resistencia se transfiere hacia el campo geopolítico, llevando al mundo a un nuevo clima de guerra fría.
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