EL MUNDO › PUTIN CALIFICó A LA UNIóN EUROPEA Y A ESTADOS UNIDOS COMO LOS “ENEMIGOS DE AYER”
Los occidentales aceptan hoy el hecho de que Moscú ganó la guerra militar en Ucrania, al mismo tiempo que perdió la partida económica por medio de la mezcla de las sanciones y la caída del precio del petróleo. Ningún signo anuncia un deshielo.
› Por Eduardo Febbro
Página/12 En Francia
Desde París
2014 termina con la misma línea narrativa que marcó las relaciones internacionales desde mediados del año: el de-sencuentro entre Rusia y el bloque occidental provocado por la crisis en Ucrania, la anexión de Crimea, las sanciones contra Moscú y el no cumplimiento por parte de Occidente de uno de los compromisos esenciales que ambos campos pactaron luego de la caída del Muro de Berlín, en 1989, o sea, la promesa de que la Alianza Atlántica, la OTAN, no desplegaría sus fuerzas en los países miembro situados en las fronteras rusas (hoy es el caso con, entre otros, Polonia o los países bálticos). Ningún signo anuncia un deshielo en esta confrontación. Muy por el contrario, a principios de diciembre, durante la alocución anual ante el Parlamento, el presidente ruso Vladimir Putin preparó a su país para un extenso enfrentamiento con Occidente. El mandatario calificó a la Unión Europea y a Estados Unidos como los “enemigos de ayer” que pretenden volver a levantar “una nueva cortina de hierro”. A finales del mismo mes, el Kremlin hizo pública la nueva doctrina militar rusa en la cual la OTAN aparece claramente designada como la amenaza central para la seguridad del país.
El inesperado acercamiento entre Cuba y Estados Unidos dejó a Rusia con el estatuto de gran adversario de la paz mundial. Los occidentales aceptan hoy el hecho de que Moscú ganó la guerra militar en Ucrania, al mismo tiempo que perdió la partida económica por medio de la mezcla de las sanciones occidentales y la caída del precio del petróleo. Ambos antagonistas han aceptado el precio de la confrontación: Rusia, el alto tributo que paga su economía; el campo occidental, las repercusiones que esa crisis tiene en las Bolsas y las empresas. Aunque la retórica es siempre guerrera, el colapso de la economía rusa ocupa ahora toda la extensión de la crisis y Occidente aprieta en esa herida para obligar a Vladimir Putin a ceder terreno en Ucrania, particularmente al este de esa república, donde se encuentran concentrados los separatistas prorrusos. En noviembre de este año, y por primera vez, los responsables rusos hicieron una evaluación del costo tanto de las sanciones como del descenso del precio del petróleo. Según el ministro ruso de Finanzas, Anton Suluanov, las sanciones le costaron al país 32 mil millones de euros y la pérdida de valor del petróleo unos 80 mil millones. En el primer caso, los grandes bancos y las compañías energéticas rusas fueron las más afectadas por la limitación de la financiación y el congelamiento de la cooperación tecnológica con las empresas occidentales, especialmente en el campo de la explotación petrolífera. Putin responde que ningún país logrará “intimidar, contener o aislar a Rusia”, pero la realidad es, con todo, inquietante. El rublo perdió la mitad de su valor frente al dólar, la inflación que alcanzó a los productos alimenticios afectados por el embargo occidental llegó al 13 por ciento, al tiempo que, desde principios de año, la Bolsa cayó en 52 por ciento. En cuanto al petróleo, el ministerio ruso de Finanzas había calculado un precio de 100 dólares el barril para salir del marasmo pero la cotización internacional oscila hoy entre 60 y 70 dólares.
Tras 15 años de estabilidad, Vladimir Putin asegura que Rusia está dispuesta a “atravesar ciertas dificultades” a fin de garantizar la soberanía del país. Occidente también sufrió el coletazo de este cóctel. Desde octubre hasta diciembre, las Bolsas entraron en una zona de incertidumbre y nadie sabe hasta dónde irá Putin ni dónde se detendrá el derrumbe. Sin embargo, la situación es mucho más prometedora para los occidentales. Un especialista en estrategia del banco financiero AXA, Mathieu L’Hor, destaca que “el retroceso del precio del petróleo es una bocanada de aire fresco para el crecimiento mundial. Si el oro negro se estabiliza alrededor de 70 dólares esto representaría 0,3 puntos de crecimiento para la economía mundial”. No obstante, la voz de los mercados es una cosa, la combinación explosiva de una crisis geopolítica y militar con otra económica es otra muy distinta. En Ucrania, Putin ya les ganó a los occidentales una partida que norteamericanos y europeos creían ganada, porque fueron ellos mismos quienes mezclaron las cartas del juego. El mandatario les cambió la configuración y ello condujo a la crisis actual. Según reconoció el jefe del Estado ruso, entre 25 y 30 por ciento de las dificultades por las que atraviesa Rusia son consecuencia de las sanciones que el Oeste adoptó. A mediados de diciembre, Putin dijo que a Rusia le hacían falta dos años para zanjar la crisis. Los analistas están divididos sobre el perfil de esos dos años. El discurso globalizado induce a pensar que las sanciones llevarán a Moscú a negociar primero y luego a cambiar su postura. Otros, en cambio, prevén que Putin se servirá de estas tensiones para transformar el rumbo económico del país. El mismo presidente admitió que parte de la crisis se debe al hecho de que desde hace un cuarto de siglo Rusia no diversificó su economía, siempre dependiente de los hidrocarburos. En este sentido, Putin reconoció que la crisis era una oportunidad, tanto más cuanto que, a partir del momento en que se requieran más recursos energéticos, la economía rusa ya se habrá diversificado. Lo cierto es que el juego de sanciones, amenazas y advertencias no hizo más que poner en primer plano la cuestión militar. La OTAN se subió al tren del conflicto en Ucrania para operar movimientos en los países fronterizos con Rusia. A su vez, Moscú se apoya en esa misma crisis para acentuar la idea de una Rusia acechada por los occidentales, amenazada por la Alianza Atlántica y, obviamente, obligada a redefinir su estrategia de defensa. Esa es justamente la filosofía que se desprende de la nueva doctrina militar rusa publicada a finales de año. La amenaza está evocada sin metáforas ni juegos de palabras. El texto señala “el refuerzo de las capacidades ofensivas de la OTAN directamente en las fronteras rusas, y las medidas adoptadas para desplegar un sistema global de defensa antimisiles”, concretamente en Europa oriental. Sin embargo, al igual que sus socios antagonistas de Occidente, Moscú también juega con guante de seda. Por ejemplo, la doctrina no hace caso omiso de su eminente carácter defensivo y recalca que Moscú solo recurriría a la intervención militar en caso de que todas las posibilidades no violentas se hayan agotado. La tensión entre Moscú y las potencias es paradójica porque al mismo tiempo que Moscú apunta a la OTAN, identificándola como una amenaza de peso, el texto de la doctrina militar admite que “la probabilidad de una guerra de envergadura contra Rusia ha disminuido”.
Si se observa esta crisis del lado occidental se encuentran enseguida huellas de esa misma dualidad. Por un lado, presionar a Rusia; por el otro, no cerrar nunca las puertas de una posible reconciliación o entendimiento. Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión Europea, optó por la preservación de “un canal de diálogo”; el presidente francés, François Hollande, dijo que prefería “ubicarse en el plano de una superación de la crisis”. De hecho, Europa está entre tres influencias: la norteamericana, la de los ex países del bloque comunista y la de las capitales occidentales como París o Berlín, que abogan por un “enfriamiento” de la tensión. Esa posición contrasta con la del polaco Donald Tusk, hoy presidente del Consejo de Europa, para quien la estrategia europea con Moscú debe apuntar a que se produzca “un cambio radical de Rusia con respecto al mundo”. Si fuera por varios países de Europa del Este, que hoy integraron el espacio de la Unión Europea, ya se habría llegado a la guerra. Pero no hay sin embargo que engañarse: los signos van en ambas direcciones y cualquier accidente, error o gesto incontrolado puede desembocar en un conflicto mucho más severo. La bomba está lista y sólo falta que una imprudencia o una locura active su mecanismo.
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