EL MUNDO › EL NUEVO CANCILLER DE BRASIL ES UN EXPERTO EN CADA DETALLE DE LA ARGENTINA
Mauro Vieira fue jefe de Gabinete de Celso Amorim, dos veces canciller de Lula y ministro de Defensa de Rousseff, y viene de ser embajador en Washington en medio de la peor crisis entre Brasil y Estados Unidos por el espionaje.
› Por Martín Granovsky
Dilma Rousseff ya tiene dos argentinólogos a mano. Al asesor internacional Marco Aurélio García acaba de sumarse el nuevo canciller, Mauro Vieira. Diplomático de carrera con 40 años en Itamaraty, Vieira fue embajador en la Argentina entre 2004 y 2010 y conoce en persona no sólo a todos los funcionarios del gobierno actual, empezando por la Presidenta, sino al próximo presidente, sea quien fuere.
En 2010, el entonces presidente Luiz Inácio Lula da Silva trasladó a Vieira directamente de Buenos Aires a Washington. Las dos ciudades son los destinos más importantes para un embajador brasileño. Vieira ni siquiera pasó un tiempo intermedio en el Palacio de Itamaraty, en Brasilia. Lula confiaba en su profesionalismo y su paciencia negociadora, y también confiaban en él Marco Aurélio y el canciller Celso Amorim. Amorim lo conocía bien. Vieira había sido su jefe de Gabinete y sintonizaba con la idea de Brasil de que Amorim suele resumir con la frase “una diplomacia activa y altiva”. El primer adjetivo se aplicaba para todos los países. El segundo, para la relación con Estados Unidos.
En su discurso de asunción, Dilma dijo estar preocupada por la crisis internacional pero situó a Brasil en su lugar actual. “Es la séptima economía del mundo, el segundo mayor productor y exportador agrícola, el tercer mayor exportador de minerales, el quinto país en la atracción de inversiones extranjeras, el séptimo por acumulación de reservas cambiarias y el tercer mayor usuario de Internet”, dijo. Luego dijo que “Brasil debe volver a crecer” y sintetizó de este modo los temas de la política exterior:
- “Nuestra inserción soberana en la política internacional continuará siendo marcada por la defensa de la democracia, por el principio de no intervención y el respeto a la soberanía de las naciones, por la solución negociada de los conflictos, por la defensa de los derechos humanos, por el combate a la pobreza y las desi-gualdades, por la preservación del medio ambiente y del multilateralismo.”
- “Insistiremos en la lucha por la reforma de los principales organismos multilaterales, cuya gobernanza actual no refleja la correlación global de fuerzas.”
- “Mantendremos la prioridad de América del Sur, América latina y el Caribe, que se traducirá en el empeño de fortalecer el Mercosur, la Unasur y la Comunidad de Países de América latina y el Caribe (Celac) sin discriminación de orden ideológico.”
- Agradeció especialmente la presencia de los jefes y jefas de Estado de la región.
- “De la misma forma pondremos énfasis en nuestras relaciones con Africa, con los países asiáticos y con el mundo árabe.”
- A los Brics, que junto a Brasil son Rusia, India, China y Sudá-frica, los llamó “nuestros socios estratégicos globales”. Con ellos “avanzaremos en el comercio, en la asociación científica y tecnológica, en las acciones diplomáticas y en la implementación del Banco de Desarrollo de los Brics y en la implementación también del acuerdo contingente de reservas”.
- Estados Unidos mereció una mención especial. “Es de gran relevancia esmerarnos en nuestro relacionamiento con Estados Unidos por su importancia económica, política, científica y tecnológica, sin hablar del volumen de nuestro comercio bilateral”, dijo Dilma. Agregó que lo mismo vale para las relaciones con la Unión Europea y Japón, con los que “tenemos lazos fecundos”.
La Argentina no figuró explícitamente en el discurso de Rousseff ante los parlamentarios. Puede ser una indicación de que para Brasil la Argentina juega su papel dentro del Mercosur, que a su vez es el primer anillo de alianzas y se origina en el proceso de integración bilateral encarado por Raúl Alfonsín y José Sarney. O puede ser una forma de no ser redundantes siguiendo lo que Amorim suele explicar así: “Si viviéramos en Europa nos interesaría primero Europa, pero vivimos aquí y nos interesa primero América del Sur”.
Un día después del discurso presidencial, Vieira prometió que tendrá siempre en mente que “no basta estar presentes en el mundo sino que es necesario ser activos”. Añadió que “el valioso simbolismo de la presencia no puede sustituir una diplomacia de resultados, resultados que se miden con números, se obtienen con conciencia de la misión, con acción, con compromiso, con medios”. Insistió en que Dilma valorizó en su mensaje la agenda internacional de Brasil, “con sentido de pragmatismo y proyecto nacional”. Y dijo que una línea maestra será “redoblar los esfuerzos en el área de comercio internacional, buscando desarrollar o mejorar las relaciones con todos los mercados externos”. Itamaraty contribuirá a esa meta colaborando “intensamente para abrir, ampliar y consolidar el acceso más abierto posible de Brasil a todos los mercados, promoviendo y defendiendo el sector productivo brasileño, coadyuvando a sus iniciativas y ayudando, donde sea posible, a captar inversiones”.
Hay una interpretación posible de ambos discursos, el de Dilma y el de su canciller. Sería decir que Brasil abandona la política y se dedicará al comercio. Es una interpretación posible, pero simplota. En un interesante artículo publicado en la web Carta Maior, el investigador José Luis Fiori critica a quienes encaran la integración continental sobre la base de medir la “lucratividad” comercial o financiera. “Estos analistas no entienden o no quieren aceptar que se trata de un objetivo y de un proceso que no puede ser evaluado apenas por sus resultados económicos, porque envuelve un juego geopolítico y geoeconómico mucho más complejo y global.” Según Fiori, Brasil debería acentuar con urgencia la apertura de vías de comunicación y transporte con el Caribe y la Cuenca del Pacífico “a cualquier precio y por más criticada que sea la rentabilidad económica del proyecto”.
Como su mentor Amorim, que suele destacar el valor del comercio pero busca que Brasil construya poder colectivo para jugar fuerte en un mundo que quisiera multipolar, Viera no tiene antecedentes que lleven a pensar en un diplomático comercialista y vacío de política.
Sería tonto deducir que Vieira fue designado canciller porque antes fue embajador en la Argentina. Amorim, dos veces canciller con Lula y ministro de Defensa con Dilma, no había tenido destino en Buenos Aires y sin embargo acompañó los primeros doce años de gobierno del Partido de los Trabajadores y su coalición con el foco puesto en Sudamérica. La de Vieira, en todo caso, representa una rareza histórica. En casi 30 años de democracia brasileña es el primer embajador en la Argentina que llega a canciller. Otra rareza más es el tiempo que pasó en Buenos Aires. Estar más de tres o cuatro años es inusual. Más de seis, como Vieira, pasa a la lista de los records. Sólo lo superó Pedro Manuel de Toledo, embajador ante Hipólito Yrigoyen y Marcelo Torcuato de Alvear entre 1919 y 1926.
Una parte de los conocimientos de un embajador consiste en entender cómo funciona un país, cuáles fueron sus ciclos históricos, en qué ciclo vive y cómo es cada uno de sus referentes políticos, económicos, sociales y culturales. Vieira trató con todos los ministros de Néstor y de Cristina Kirchner e incluso se diplomó en relaciones con Guillermo Moreno con el objetivo de que el ruido de las diferencias comerciales no se convirtiera en estruendo. Esa línea fue seguida después por su sucesor, Enio Cordeiro, que de Buenos Aires pasó a ocuparse de la estratégica Subsecretaría de Asuntos Económicos y Financieros de Itamaraty. También Vieira se entrevistó con todos los dirigentes políticos de la Argentina. Con todos, oficialistas y opositores, desarrolló su estilo de serenidad hiperactiva y su tono práctico de diplomático que odia dramatizar las situaciones y prefiere resolverlas.
A Vieira le tocó reconstruir el vínculo entre la Argentina y Brasil, o más bien entre Kirchner y Lula, que se había dañado luego de que en 2004 el ministro de Hacienda Antonio Palocci se desentendiera de los problemas de la deuda argentina. Vieira en Buenos Aires y Lula, Amorim y Marco Aurélio en Brasilia remontaron el disgusto hasta licuarlo en septiembre de 2004. Contaron con la colaboración del entonces vicecanciller Jorge Taiana. De ahí en adelante el vínculo entre Lula y el presidente argentino fue indestructible hasta la muerte de Kirchner, el 27 de octubre de 2010. El punto más alto fue el acuerdo para ponerle una bolilla negra a la formación de un área de libre comercio con los Estados Unidos, el ALCA, y liquidar el proyecto impulsado por Washington en la cumbre de Mar del Plata de noviembre de 2005.
En Estados Unidos, donde llegó en enero de 2010, un año después de la asunción de Barack Obama, terminó siendo el encargado de administrar la mayor crisis de las últimas décadas entre Washington y Brasilia. Fue justamente en 2014, cuando Brasil dijo tener pruebas de espionaje de la National Security Agency sobre la presidenta, sobre varios de sus consejeros y sobre directivos de Petrobras. Dilma canceló la visita de Estado a la que había sido invitada. A Vieira le tocó el papel triple de protestar por el espionaje, explicar la cancelación y suturar las heridas que no fueran estrictamente necesarias.
Si Dilma en su primer mandato tal vez fue más altiva que activa, quizás Dilma bis pueda afrontar, con la ayuda de Vieira, una etapa de diplomacia presidencial que en el mundo de hoy parece insustituible. Quedarse en analizar si le gusta más o si le gusta menos es como hablar del hobby íntimo de una política. Los presidentes tienen gustos, pero los países tienen necesidades.
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