Mié 07.01.2015

EL MUNDO  › OPINIóN

El eslabón que falta

› Por Emir Sader

Desde el asesinato de Yitzhak Rabin, en 1995, por un extremista de derecha, Israel sólo caminó hacia la derecha, alejándose de cualquier solución política, negociada, para la cuestión palestina. Líderes y grupos de derecha fueron seguidos por otros líderes y grupos siempre más a la derecha, en una sucesión interminable de sectarismo y de discriminación racista contra los palestinos.

Parelalemente, la sociedad israelí se fue volviendo cada vez más conservadora, contraponiéndose a cualquier negociación que permitiera a los palestinos tener su Estado, al igual que Israel tiene el suyo. El territorio palestino fue ocupado militarmente cada vez más por las tropas israelíes, un territorio descuartizado por los muros y los asentamientos, con el que Israel busca tornar inviable e insoportable vivir en Palestina. Las ofensivas crueles y criminales en contra de Gaza se han vuelto una practica regular de parte del ejército y la aviación israelíes.

Con el paso del tiempo, las votaciones en las Asambleas Generales de Naciones Unidas aplastantemente favorables al Estado Palestino, el reconocimiento de ese Estado por un número cada vez más grande de países, incluido ahora el Parlamento Europeo, y el malestar que las reiteradas ofensivas de Israel sobre Jerusalén, sobre la Cisjordania y sobre Gaza generaron en los mismos Estados Unidos, fueron acentuando el proceso de aislamiento internacional de Israel. A la par del reconocimiento internacional, Palestina fue ocupando cada vez más instancias que la reconocen como Estado, desde la Unesco hasta el Tribunal Penal Internacional.

Pero todavía falta un eslabón para que sea reabierto un camino definitivo de negociaciones políticas que lleven al cumplimiento de la decisión de la ONU sobre el derecho a la existencia del Estado Palestino: que reaparezca un interlocutor interno en Israel, algo que hoy parece difícil. La radicalización sectaria del gobierno de Netanyahu, proponiendo que Israel se asuma denitivamente como Estado religioso, relegando formalmente a los palestinos que ahí viven a ciudadanos de segunda categoría, llevó a la ruptura de su coalición de gobierno y a la convocatoria de nuevas elecciones generales en marzo de este año.

Sin embargo, el panorama electoral trajo una novedad. Después de salir del gobierno, la líder del partido Hatnah, Tzipi Livni, se asoció al Partido Laborista, dirigido por Isaac Herzog, y esta alianza conquistó un sorprendente nivel de apoyo inicial entre el electorado.

Esa es la posibilidad de un vuelco decisivo en la cuestión palestina, de que un verdadero proceso de paz pueda hacer realidad el Estado Palestino. Una victoria de una coalición de centroizquierda en Israel sería ese eslabón que todavía falta.

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