EL MUNDO › OPINION
› Por Robert Fisk*
Por trágico que sea el final, el extraño y sin precedentes intercambio de prisioneros, de una fallida atacante suicida, un piloto de la fuerza aérea y un periodista, tenía un sólo propósito para el Estado Islámico (EI): admitir de que el EI existe y que las naciones extranjeras reconocen su poder.
Sólo había que escuchar a los reporteros hablar en las últimas horas del EI sin anteponer el usual “estilo propio”, para darnos cuenta de que estamos aceptando el califato como una nación viable, aunque ilegítima, sin ponernos a pensar en las consecuencias. Olvidemos la demanda original de dinero, porque un rey jordano y un viceministro japonés del exterior tienen más de mil millones de dólares. Al acceder a negociar sobre los rehenes, de manera muy confusa, han dado el imprimátur al EI.
El otoño pasado, el EI presentó su propia moneda. Ahora habla con otras naciones soberanas, aunque sea a través de intermediarios. Pronto, sin duda, podemos esperar que el EI cuente con otro aditamento necesario de un Estado moderno: una aerolínea. Entonces ya sólo tiene que esperar a que Occidente identifique a los “moderados” del EI y supongo que todos podremos ir a charlar con el califa Bagdadi personalmente.
Claro está que hay un ángulo jordano en todo esto. Los súbditos musulmanes sunnitas del rey Abdalá jamás fueron muy entusiastas en apoyar la guerra de Occidente contra el Estado Islámico sunnita, y muchos jordanos –en especial la mayoría palestina– no ven una razón para que militares de su país traten de destruir la ocupación de partes de Siria e Irak por el EI cuando existe otra ocupación extranjera bastante más cerca de Ammán.
Cuando el padre de Muath al Kasaesbeh llamó al EI a liberar a su hijo –otro regalo de reconocimiento al Isis–, el rey no estuvo en posición de rechazarlo. El deber del rey de Jordania es proteger a su pueblo quizá con más fuerza que nuestros propios ministros y presidentes.
Además, casi todas las naciones occidentales hicieron contacto, aunque sea leve, con el EI. Los británicos, según los funcionarios árabes que deberían saber, enviaron mensajes en el pasado a los muchachos en Raqqa a través de un intermediario iraquí. Los franceses también. Decir “no hago negocios con terroristas” o “no recompenso a terroristas” es una tontería.
Israel masculló estas palabras mil veces y sin embargo liberó a miles de prisioneros a cambio de soldados israelíes capturados o muertos, más recientemente en el Líbano y a través de su intermediario habitual: el jefe del servicio secreto alemán.
Pero un territorio soberano significa mucho en política; por eso el EI quiere liberar a una atacante suicida que no sólo era miembro de su (supuesto) enemigo Al Qaida, y no sólo un fracaso –el marido de ella se hizo estallar y mató a 60 inocentes, ella no–, ¡sino que además es mujer!
¿Vamos a creer, además, que una institución que asesinó a miles de prisioneros –soldados iraquíes, soldados sirios, musulmanes chiítas, cristianos, yizadíes e incluso mujeres esclavizadas– se preocupa realmente por una sola vida humana? Pero el territorio soberano tiene también un significado para Hezbolá.
A pesar de las docenas de informes sobre los cohetes que mataron a dos soldados israelíes en “la frontera israelí” este miércoles, eso no es verdad. Los soldados fueron atacados dentro de la frontera de los Altos del Golán ocupados por Israel o, si uno les cree a los viejos mapas del mandato francés, dentro de territorio libanés, que ha estado ocupado desde 1973.
La anexión israelí del Golán conforme a leyes israelíes no significa nada, puesto que el mundo no la acepta. De manera que cuando Hezbolá anunció que la muerte de los dos soldados fue una represalia por el ataque con drones a fuerzas suyas e iraníes en Siria, hace once días, específicamente eligió vengarse contra el personal militar israelí que no estaba dentro de Israel.
Es una precisión menor, pero tanto Hezbolá como Israel la entienden aunque digan lo contrario. Las fronteras son importantes, y por eso uno de los primeros actos del EI fue destruir los terraplenes a lo largo de la frontera del pacto Sykes-Picot, que separaba a Siria de Irak. El teniente al Kasaesbeh, la suicida fallida Sajida al Rishawi y el periodista Kenji Goto, se den cuenta o no, son parte de este nuevo trazado de fronteras.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.(Versión para móviles / versión de escritorio)
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