EL MUNDO › OPINIóN
› Por Robert Fisk *
Vladimir Putin llegó a Egipto anoche para mantener conversaciones con su homólogo egipcio sobre nuevos acuerdos comerciales, la venta de armas y tanques por valor de miles de millones de dólares, y muy probablemente una nueva alianza “antiterrorista”’ como la que Rusia ya hizo con Siria. El presidente Abdel Fattah al Sisi escoltó personalmente a Putin (foto) desde el aeropuerto de El Cairo al Teatro de Opera para una función de extractos del Lago de los Cisnes, de Tchaikovsky, y de Aida, de Verdi, una combinación de fantasía burguesa zarista y antiguo mito egipcio que podrían reflejar las personalidades de ambos hombres.
Su primera reunión de hoy será en parte ceremonial, y será buena, ya que el presidente ruso mostró un fuerte desprecio por todas las cosas “islamistas” y encuentra una causa común en el ex mariscal de campo y el presidente “Salvador” nacional Al Sisi.
Después de aplastar a los combatientes musulmanes en Chechenia, Putin apoya la feroz guerra de Bashar al Assad contra el Estado Islámico en Siria y será más que feliz de poner su brazo alrededor del gordito egipcio, cuyos tribunales sentenciaron a miembros de la Hermandad Musulmana al cadalso de a centenares. Sisi se ha reunido con Putin antes, en Moscú, y un líder ruso conocido por su cinismo sólo puede disfrutar de conocer un autócrata militar que fue elegido presidente después de organizar un exitoso golpe de estado contra un presidente elegido previamente.
No es que la edad de “las relaciones fraternales” se sintiera lejos del Cairo. Al Ahram, el periódico más obediente del gobierno egipcio, publicó un elogio de una página sobre el presidente ruso en el fin de semana – “Putin, héroe de esta época”, decía el servil titular– que podría haber acogido Khrushchev cuando visitó en 1964. Al estilo Politburó, el gobierno de Sisi inundó las calles del centro de El Cairo con carteles de su invitado de Rusia, llevando uno con un “Bienvenido” en árabe, ruso e inglés. Pero el mundo no debe imaginar que los egipcios son tan obsecuentes como los carteles o el titular de Al Ahram. Porque en El Cairo, que ellos llaman a Putin “Tha’aleb” –El Zorro– no sólo porque los niños árabes aman las historias de animales, sino porque los pómulos altos y ojos estrechos del presidente ruso les recuerdan a un animal que puede burlar a una criatura más grande y torpe de la selva.
El rol de este último fue hábilmente cumplido por Estados Unidos, cuyo coqueteo con la Hermandad Musulmana antes de la caída de Hosni Mubarak en 2011, su abrazo al presidente de la Hermandad, Mohamed Mursi, y sus expresiones de condena después del golpe contra Mursi liderado por Sisi, le abrieron las puertas de Egipto a la Madre Rusia, por primera vez desde que Anwar Sadat echó al personal militar soviético del país en 1972. La belleza de todo esto es que ambos líderes quieren la misma cosa –emerger con un nuevo aliado después de sufrir las hondas y las flechas de las críticas de Occidente por su comportamiento sangriento–. El presidente egipcio supervisó la masacre de cientos de partidarios de la Hermandad en 2013. El presidente ruso supervisó la sangrienta ocupación de partes del este de Ucrania un año después. Ellos tendrán mucho de qué hablar.
Mientras las sanciones occidentales sobre el gobierno de Putin entraban en vigor el año pasado, Egipto ofreció aumentar las exportaciones agrícolas a Rusia en un 30 por ciento. El comercio bilateral, le dijo Putin a Al Ahram, era ahora de 4,5 mil millones de dólares al año. Más importante en este momento, es el acuerdo de armas de Moscú estimado en 3,5 mil millones de dólares y un nuevo acuerdo de comercio bilateral que se liquidarán en rublos en lugar de dólares –una propuesta que Putin le hizo al siempre servil Al Ahram– proporcionaba un fundamento adecuado para un nuevo tratado “antiterrorista” entre Rusia y Egipto. Dado que Sisi les dio la espalda a los aliados de Hamas de la Hermandad en Gaza, Israel no tendrá ninguna queja. Y dado que Putin demostró que no tiene reparos en las brutalidades cometidas por su aliado sirio, unos pocos miles de cuerpos destrozados en el campo islamista egipcio no van a mantener despierto al “zorro”’ durante la noche.
Sisi recordará que el propio Bashar al Assad le envió un telegrama de felicitación cuando aplastó a la Hermandad, y Putin se contentará si puede incluir a Egipto en una triple alianza Cairo-Damasco-Moscú contra el “terror”, dado el aluvión de elogios autocomplaciente pero en gran parte inmerecidos que Estados Unidos está acumulando sobre sí mismo por bombardear el EI, el líder ruso bien podría aparecer con un socio más confiable en la guerra contra el “terrorismo” que Washington.
Rusia y Estados Unidos siempre tuvieron una adicción por los gobernantes militares obedientes, y Putin, que sólo se retiró de la KGB con el grado de teniente coronel –contra el status de mariscal de campo de Sisi–, entiende muy bien cómo funciona un “estado profundo”. El patriotismo, el nacionalismo y la corrupción son un grupo de sangre potente para la supervivencia autocrática en el mundo árabe.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
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