Dom 12.10.2003

EL MUNDO  › HABLA PASCAL BONIFACE, AUTOR Y ESPECIALISTA FRANCES

¿Francia contra el Imperio?

Previamente a la guerra de Irak, Francia lideró una oposición internacional también integrada por Rusia y Alemania. Hoy sigue opuesta al unilateralismo norteamericano. En este reportaje, Pascal Boniface, del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas, explica las razones.

› Por Eduardo Febbro

Página/12
en Francia

Desde París

La guerra desencadenada unilateralmente por Estados Unidos para derrocar al régimen de Saddam Hussein desarmó la “arquitectura” del orden internacional que imperaba desde finales de la Guerra Fría. Antes, durante y después del conflicto Francia lideró el eje de los países que se opusieron a la estrategia norteamericana. En esa “cruzada”, París consiguió el apoyo de Berlín, de Moscú y a estos tres países se le sumaron aquellos que eran miembros del Consejo de Seguridad. Menos Gran Bretaña, Bulgaria y España, los demás cerraron filas para impedir que las Naciones Unidas legitimaran la guerra en Irak. ¿Por qué Francia actuó así? ¿Cuáles son los intereses que estaban y están aún en juego? ¿Qué ocurrirá en el futuro con el desmedido poder que Estados Unidos detenta en el mundo? A esos interrogantes responde Pascal Boniface, el director del IRIS, Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas, quien acaba de publicar un ensayo titulado Francia contra el imperio.
–Francia contra el imperio es un libro de título sugestivo.
–Lo que trato de demostrar es que lo que estaba realmente en juego en este conflicto no era tanto Irak en sí, tampoco era Medio Oriente sino el orden internacional y el lugar del orden y el derecho en el mundo. Creo que ése es el eje del debate franco-norteamericano. Los argumentos que justificaron la guerra no son pertinentes. Las armas de destrucción masiva se han convertido más bien en armas de desaparición masiva. Cinco meses después del fin de la guerra nadie las encontró. El no descubrimiento de esas armas demuestra que, contrariamente a lo que se dijo, Saddam Hussein no estaba preparado a enviar misiles cargados con armas biológicas, químicas o nucleares contra Gran Bretaña o los Estados Unidos en un plazo de 45 minutos. Quiero señalar que no es malo que tanto Irak como la región se hayan desprendido de Saddam Hussein. Sin embargo, el problema reside en saber con qué régimen se lo va a reemplazar. Y aquí vemos que la democracia que se quería instaurar es una democracia controlada y orientada. En resumen, los verdaderos argumentos de la guerra no eran los argumentos oficiales. Se trató más bien de pretextos.
–Usted plantea a la vez el problema de la hegemonía norteamericana y la incógnita del futuro de toda una región con el telón de fondo de la administración Bush que sigue pensando que sólo ella puede ocuparse del futuro mundial.
–Al final de cuentas, la guerra tuvo lugar, está terminada en su fase militar a gran escala pero continúa en su fase política y, en menor medida, de estabilización frente a las acciones terroristas. Ahora se trata de saber cómo administrar todo eso sabiendo que, en primer lugar, Estados Unidos hizo todo lo posible para esquivar a las Naciones Unidas, sacándoles legitimidad, y, en segundo, que ahora acuden a la ONU para pedir ayuda. Esto se debe a que el costo militar –hay muertos todos los días– y financiero es enorme. La guerra cuesta 4000 millones de dólares por mes y ello en momentos en que los déficit presupuestarios norteamericanos explotan. Hace dos años se preveía un excedente presupuestario y ahora el déficit alcanza el 6 por ciento. Pero el problema que persiste está en que los norteamericanos no van lo suficientemente lejos y hacen las cosas con mucho atraso. A través de la ONU Washington solicita a la comunidad internacional una solidaridad financiera y militar pero al mismo tiempo se niega a compartir las responsabilidades. Hay entonces un hiato entre la voluntad de compartir el peso y la negativa en compartir el poder. Esa es una de las razones por las cuales Francia se niega a jugar el juego norteamericano. Recordará esa frase que circuló al final de la guerra diciendo: “Hay que castigar a Francia, perdonar a Rusia y olvidar a Alemania”. El cuadro se mantiene hoy ante la perspectiva del nuevo proyecto de resolución presentado por Estados Unidos: se trata siempre de castigar a Francia, de olvidar a Alemania y, en vez de perdonar, de comprar el voto de Rusia. No veo en nombre de qué principio se puede sancionar a Francia. París no cometió ningún acto ilegal. Muy por el contrario, Francia abogó por el respeto del derecho internacional y de las Naciones Unidas. Es paradójico entonces que se pida un castigo al país que quiso luchar por el respeto del derecho. Si hay un país que lo violó fue precisamente Estados Unidos, que desencadenó una guerra ilegal. El régimen de Saddam Hussein es indefendible pero, desde el punto de vista jurídico, hubo una agresión. París, Berlín y Moscú encarnaron la oposición a la política norteamericana.
–¿Cómo se explica entonces que se establezca una distinción entre tres países que asumieron la misma posición?
–Una de las tesis principales del libro es que, desde el punto de vista norteamericano, la división entre los tres países es pertinente. Sin lanzarme en ningún nacionalismo ni en ninguna autocelebración, diría que sólo Francia podía tomar la iniciativa de asumir la oposición frente a la postura de Washington. Desde luego, Francia sola no hubiese podido ir muy lejos, habría sido barrida. Un país de potencia mediana como Francia no hubiese podido mantener su posición frente a los Estados Unidos. Cuando se iniciaron los debates en la ONU había cuatro países a favor de la guerra: Estados Unidos, Gran Bretaña, Bulgaria y España. Desde el principio se pensó que el número de países aumentaría. Sin embargo, al final y a pesar de las presiones norteamericanas, siempre hubo los mismos cuatro países frente a los demás. Los países del Consejo de Seguridad no cedieron, ni siquiera Alemania, de la que se dijo que cambiaría rápidamente de postura, ni tampoco Rusia, cuya nueva alianza estratégica con Estados Unidos aparecía como una revolución de los equilibrios mundiales. Esa conjunción entre estos tres países, a los que se aliaron muchos otros de América latina, Asia y Africa, permitió que Washington quedara en minoría.
–¿Por qué Francia mantuvo –y mantiene– esa posición?
–No es ni por altruismo ni por interés. Francia se encuentra en una posición particular y el azar de la historia le dio esa función. Francia tiene un recuerdo histórico de la gran potencia que fue y le queda aún una suerte de vocación universal como para poder intervenir de manera bastante dura en temas mayores. Francia no es lo suficientemente poderosa para imponer su voluntad pero el recuerdo de la potencia que fue y el sueño de lo universal reforzaron su convicción de que había que convencer. El interés nacional de Francia estaba en la preservación de las Naciones Unidas. París actuó a favor del derecho porque su interés nacional coincidía con el interés general de los organismos multilaterales. Fue entonces en función de esta especificidad, de esta oportunidad histórica, que Francia dio ese paso. El apoyo de Alemania y Rusia fue capital. Sin embargo, ninguno de estos dos países hubiese podido lanzar solo el movimiento de oposición. Alemania porque aún no tiene la suficiente movilidad estratégica como para tomar una iniciativa propia. Puede ser un apoyo esencial pero no el país que lanza la iniciativa. Y Rusia tampoco podía iniciarlo porque todavía no se recuperó de la fase de decadencia económica y estratégica de los años ‘90, además de los problemas que enfrenta en Chechenia, que le impiden ser un líder.
–Mucho se habló de la influencia que los neoconservadores ejercen en el seno de la administración Bush. ¿Acaso son ellos quienes enceguecieron a todo el aparato de la administración?
–Desde el inicio de la guerra se habló mucho de los neoconservadores norteamericanos. Yo creo que sería un error focalizar todo en ellos. Desde luego, ganaron una batalla ideológica, influenciaron la política de los Estados Unidos, pero si mañana los neoconservadores desaparecieran delescenario ello no cambiaría la situación. No se puede reducir el unilateralismo norteamericano a los neoconservadores. Los bombardeos unilaterales contra Irak comenzaron en 1998, cuando los neoconservadores no estaban en el poder. El rechazo a la creación de la Corte Penal Internacional, el rechazo a detener las pruebas nucleares, el rechazo del tratado sobre las minas antipersonales, todo eso remonta a una fecha anterior a la llegada de George Bush. El unilateralismo norteamericano no está encarnado únicamente en algunos personajes de la actual administración. Esa actitud remonta a mucho tiempo atrás, es una tendencia ligada a la caída del Muro de Berlín y al hecho de que, como no hay más países a su medida, Estados Unidos ha aumentado gradualmente su visión unilateral. El unilateralismo no nació con la elección de George Bush ni con el 11 de septiembre del 2001.
–A pesar de la oposición mayoritaria que la administración norteamericana encontró en el escenario internacional, nada indica que esté dispuesta a modular su peso mundial en función de los intereses de la comunidad de las naciones.
–El problema no es el peso que Estados Unidos tiene en el mundo sino las conclusiones que saca sobre su peso relativo. Cabe recordar que, a finales de la Segunda Guerra Mundial, durante los anos ‘50 y ‘60, Estados Unidos tenía tanto poder como hoy. Sin embargo, en esa época sacaron conclusiones muy distintas a las de hoy, apostaron por el multilateralismo, fueron la base de la creación de las Naciones Unidas y apoyaron el nacimiento de la Comunidad Económica Europea. En suma, jugaron la carta del multilateralismo porque no querían que todo recayera sobre sus espaldas. La tendencia ahora se ha invertido e incluso los demócratas norteamericanos hablan de antiamericanismo cuando se critica la actitud de la administración.
–¿Qué lugar puede ocupar Gran Bretaña? Aliado tradicional de Washington, Londres vive entre dos mares, Europa y EE.UU.
–Creo que Gran Bretaña recorrerá el mismo camino que Alemania recorrió en los últimos 10 años. Alemania se independizó de EE.UU. porque ya no necesitaba más su protección, la amenaza soviética no pesaba más. Si Tony Blair hace hoy un balance de lo que ganó y lo que le costó el apoyo a Estados Unidos deberá admitir que hay más inconvenientes que ventajas. En realidad, como los norteamericanos son unilateralistas no escuchan demasiado a los amigos exteriores. La época en que Gran Bretaña podía ejercer una influencia sobre EE.UU. ya pasó. Creo que hoy los intereses nacionales británicos están en Europa.

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