EL MUNDO › OPINIóN
› Por Agustín Lewit *
Las urnas que hace apenas cinco meses consagraron la reelección presidencial de Evo Morales aún no terminaban de enfriarse y ya salieron a escena otra vez. Como entonces, la concurrencia de electores de ayer fue altísima, lo que vuelve a confirmar que Bolivia tiene, desde hace unos años, uno de los porcentajes de participación electoral más altos del mundo. Ello, sumado a la realización de una nueva elección sin mayores sobresaltos, conforman dos elementos que, en principio, todo el mundo debiera celebrar.
Yendo al análisis de lo ocurrido ayer –y basándonos en resultados de boca de urna, puesto que al cierre de esta columna el Tribunal Supremo Electoral no había dado a conocer ningún número aún– lo primero que se evidencia es un escenario con algunas diferencias respecto de los comicios de octubre. Aquel rotundo triunfo de Evo y su partido, el Movimiento Al Socialismo (MAS), donde arrastró más del 60 por ciento de los votos, marcó una distancia de casi cuarenta puntos sobre la segunda fuerza y obtuvo, además, el triunfo en ocho de los nueve departamentos, contrastaba con el clima de incertidumbre respecto del desempeño de los candidatos oficialistas en los comicios regionales de ayer.
Cierto es que, sea por la fuerza de los liderazgos locales, sea por una mayor diversidad de partidos o por la simple intención de no depositar todo el poder en una misma persona o formación política, entre otras razones, las elecciones regionales tienden a generar una importante fragmentación del voto, con lo cual no suelen respetar la misma tendencia que las nacionales. Sin embargo, también es verdad que varios factores han confluido para que el MAS arribara a estas elecciones regionales con algunas complicaciones.
En principio, la designación de algunos de sus candidatos ha generado cierto malestar en algunos sectores de las bases masistas. En segundo lugar –algo que suele ser gravitante en elecciones locales– se evidenciaba un importante grado de desaprobación en algunas gestiones regionales y municipales del evismo. Y, por último, el oficialismo se ha visto golpeado en los últimos meses por denuncias de corrupción al interior del Fondo Indígena, una de cuyas principales implicadas es Felipa Huanca, candidata oficialista a la gobernación de La Paz.
Todo eso ha jugado para que el MAS –según todo indica– haya perdido anoche tanto la gobernación de La Paz como la alcaldía de la ciudad paceña de El Alto –distrito de mayoría aymara–, dos territorios que han fungido a lo largo de la última década como los principales bastiones simbólicos y fácticos del MAS.
Respecto de la oposición, en un rasgo que se repite en otros sistemas de partidos de la región, no ha podido superar un estado de alta fragmentación, que en la competencia electoral se tradujo en una imposibilidad de coordinar una alternativa común a nivel nacional. Sin embargo, habrá que prestar atención, una vez conformado el nuevo escenario, al grado de articulación que pudiera llegar a surgir entre las fuerzas opositoras que resulten ganadoras, y si ello puede devenir finalmente en un frente común que dispute poder al gobierno central, sobre todo si es que finalmente lograron ganar en el departamento capitalino. Para ello, las fuerzas opositoras tendrán que enfrentarse con la dura tarea de nacionalizar liderazgos, que por ahora presentan una fuerte raigambre regional y que no han podido sortear los límites de sus distritos.
El caso más evidente quizá sea el de Rubén Costas (Movimiento Demócrata Social), actualmente gobernador de Santa Cruz –quien, en principio, resultó reelecto.
A partir de hoy, y una vez se confirmen las nuevas autoridades, la clave de los próximos meses radicará en la relación que se establezca entre el gobierno central y los ejecutivos opositores, un vínculo que –en principio– asoma con sendas dificultades. En efecto, según sus propuestas de campaña, los candidatos opositores pugnarán por un mayor autonomismo, forzando a crear un nuevo pacto fiscal que federalice el presupuesto del país, hoy manejado en un ochenta por ciento por el Ejecutivo nacional. Del otro lado, el propio Evo Morales ha manifestado más de una vez en las últimas semanas su rechazo a trabajar con aquellos candidatos opositores que resulten ganadores, algo que fue apuntalado por su vicepresidente, Alvaro García Linera.
Así las cosas, un nuevo escenario asoma en Bolivia y aún parece pronto para vaticinar cómo será el equilibrio de fuerzas que de él se desprenda. Por lo pronto, una cosa es segura: la tensión de los próximos meses –si no años– se concentrará entre un presidente respaldado recientemente por una abrumadora mayoría –pero que ha perdido su principal bastión político– y una oposición regionalizada que buscará a toda costa nacionalizarse.
* Investigador del C. C. de la Cooperación, periodista de Nodal.
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