EL MUNDO › EL PARTIDO QUE ESTá EN EL PODER DESDE 2012, SEñALADO DE NEOCONSERVADOR, SUFRIó VARIAS DERROTAS ELECTORALES
Nada reconcilia al peuple de gauche con el socialismo que gobierna. En Francia, las izquierdas retroceden ante el imparable avance de la derecha y, sobre todo, de la extrema derecha del Frente Nacional.
› Por Eduardo Febbro
Página/12 En Francia
Desde París
La derrota trae una resaca costosa. Para el Partido Socialista francés, la bofetada recibida en las elecciones departamentales de finales de marzo significó un nuevo retroceso electoral después de los ya estrepitosos de 2014: elecciones municipales y europeas. Nada reconcilia al peuple de gauche con el socialismo gestonario y neoconservador que está en el poder desde 2012. En la última cita electoral, los socialistas y sus aliados ecologistas pasaron de tener 1600 consejeros departamentales a menos de 1000. En esa pérdida entran departamentos históricos de la izquierda y otros arrancados antaño a la derecha después de duros combates. Pero la izquierda socialista se deshace elección tras elección como un castillo de arena roído por el viento y las olas. La izquierda francesa es, de hecho, fantasmagórica. Como lo resume en un artículo de análisis publicado en el diario Libération por el profesor en ciencias políticas Philippe Corcuff, “las izquierdas no encarnan más un proyecto de sociedad atento a las frustraciones colectivas y a los imaginarios individuales”.
La autodestrucción del socialismo francés, su asimilación a una mezcolanza autoritaria y neoconservadora no sólo le ha hecho perder electores y poderes, sino también dinero. Los adherentes al PS dejan el barco cada semana. A su vez, las rupturas internas y la confrontación entre el ala izquierda del PS y el Ejecutivo del primer ministro Manuel Valls se amplifican con el correr de los meses. Como lo expresa muy bien la diputada ecologista Cécile Duflot en una entrevista publicada por el vespertino Le Monde, “el software de Manuel Valls ha perimido”. La crisis de la izquierda parece con todo más seria que la propia al PS. En Francia, las izquierdas retroceden ante el imparable avance de la derecha y, sobre todo, de la extrema derecha del Frente Nacional. Hace unos meses, Valls había dicho “la izquierda puede morir”.
Los hechos le dan la razón, pero no porque la izquierda no se reforme, no se modernice, porque no sea “pragmática” y “gestionaria” (Valls), sino porque se aleja de lo que es para tornarse un espejito portátil de la derecha. Uno de los pocos emblemas que quedan de la izquierda histórica, la actual ministra de Justicia, Christiane Taubira, lo expresa muy bien en una entrevista aparecida en el semanario Le Nouvel Observateur: “El ideal de la izquierda, es decir, la lucha contra las injusticias, las desigualdades, la preocupación por la justicia social, no puede desaparecer. Pero si las clases populares se alejaron de nosotros es porque tienen la impresión de que ese ideal ya no inspira más la acción pública”. Taubira reconoce incluso que la izquierda viene conociendo “derrotas semánticas y culturales terribles” desde hace unos quince años, a tal punto que “adopta las palabras de la derecha” en temas como la economía y la seguridad.
Quedan pocos espacios donde la izquierda sea aún izquierda. Colmo del oprobio para el socialismo gobernante, la pavorosa ley sobre la información y los servicios secretos que se discutirá en la asamblea a mediados de abril no sólo encendió una bomba en el corazón de los militantes progresistas sino que, también, concentró las críticas del mismísimo The New York Times. Toda una hazaña. Entre sus muchas y perversas maravillas, la ley amplifica el perímetro de la vigilancia de los ciudadanos y le pone candados a la prensa, hecho que conduce al diario norteamericano a escribir: “El Parlamento francés deberá proteger los derechos democráticos de los ciudadanos de la vigilancia expansiva e intrusiva del gobierno”.
El PS francés es un divorcio con las ventanas y las puertas abiertas. Desacreditado, sin fuerza ni aliento, el Partido Socialista corre hacia un futuro amenazante. A finales de año hay elecciones regionales y en 2017 llega la gran cita de las presidenciales. En su estado actual, no es capaz ni siquiera de ganar un amistoso de tercera zona. Las encuestas predicen incluso que si las elecciones presidenciales tuviesen lugar ahora, la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen, pasaría a la segunda vuelta. Benoít Hamon, ex ministro socialista y figura del ala más progresista, advierte: “Nos abandonaron las clases populares, los empleados, los jubilados humildes”. En suma, el PS se queda huérfano de las clases sociales que estaba llamado a proteger. Las decenas de diputados socialistas que conforman la corriente crítica Vive la Gauche le exigen al Ejecutivo otro camino político. Vive la Gauche hace responsable al gobierno de las sucesivas derrotas y argumenta que “no cambiar nada equivale a subestimar la amplitud del golpe político”. Pero la línea social liberal continua imperturbable mientras el país se refugia en los brazos de la ultraderecha y vuelve a confiar en el ex presidente Nicolas Sarkozy y en los escombros que quedan de su partido, la UMP. El presidente francés, François Hollande, y su primer ministro se apuran ahora a intentar una vaga reconfiguración de la izquierda para evitar el muro. La confianza y el entendimiento, sin embargo, parecen igualmente bienes embargados. La izquierda de gobierno se encuentra en estado vegetativo. Las llamadas “izquierda progresista” y la “izquierda modernista” se miran de lejos, separadas por un territorio de fracturas, renuncias, disparidades ideológicas y promesas jamás cumplidas. En el libro publicado en 2008, Para terminar con el socialismo... y ser al fin de izquierda, su autor, el actual premier Manuel Valls, escribía: “Partido Socialista está marcado por el tiempo, no significa más nada”. Sólo que, una vez el PS en el poder, ser de izquierda dejó de tener sentido para decenas de miles de electores. La socialdemocracia francesa se desvanece. Su clon con parámetros liberales no convence a nadie. Ha dilapidado sus conquistas electorales y su identidad en un vano y vacuo intento por modernizarse con los ropajes de su adversario.
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