EL MUNDO › OPINIóN
› Por Leandro Morgenfeld *
Las Cumbres de las Américas nacieron en la era del Consenso de Washington, hace poco más de dos décadas. Reúnen, cada tres o cuatro años, a los jefes de Estado de 34 países americanos, todos menos Cuba, y se transformaron en la máxima instancia de articulación interamericana a nivel presidencial. Si en los dos primeros cónclaves la agenda era impuesta casi exclusivamente por la Casa Blanca, en los siguientes fueron apareciendo grietas, que no hicieron sino mostrar la relativa declinación de Washington en su pretendido patio trasero. La cuarta se hizo célebre, en Mar del Plata (2005), porque allí se logró derrotar el proyecto del ALCA. En la siguiente, Puerto España (2009), primó la expectativa por la relación entre iguales que prometió el recién asumido Obama. En la sexta, Cartagena (2012), emergió una nueva agenda impuesta por América latina –las principales discusiones giraron en torno de Cuba, Malvinas, drogas, inmigración–. La de Panamá no va a ser una cumbre más, será la primera que contará con la participación de Cuba.
En su segundo mandato, la estrategia de Obama se viene enfocando en afianzar de la Alianza del Pacífico, un resabio del ALCA en el que se impulsan políticas neoliberales. Su objetivo es intentar debilitar los proyectos alternativos de integración (en torno del ALBA) y coordinación política (a través de la Unasur y la Celac) latinoamericanos y morigerar el avance económico chino. Luego del anuncio de diciembre de la distensión con Cuba, la Cumbre de las Américas parecía el escenario ideal para que Estados Unidos relanzara el vínculo con la región.
En las últimas semanas, sin embargo, la atención continental giró hacia Venezuela, por la aberrante acción de la Casa Blanca, que declaró la “emergencia nacional”, acusando al gobierno de Nicolás Maduro de representar una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional” de Estados Unidos. Esta ofensiva, alentada por los halcones del Pentágono, generó una reacción de los organismos regionales que reclamaron, a través de la Unasur, la Celac y el ALBA, que Obama derogara ese decreto. La subsecretaria de Estado Roberta Jacobson declaró el viernes 3 de abril que se sentía “decepcionada” porque ningún país de la región había acompañado la estocada de su gobierno contra Venezuela.
A este clima ya de por sí enrarecido –Brasil también está pasando por una compleja crisis económica y política– se suman los roces con el gobierno argentino: una semana antes de la cumbre, Jacobson criticó el rumbo de la economía argentina, señalando que su modelo económico era un fracaso. Esta ofensiva mereció una durísima respuesta por parte de la Cancillería, el sábado pasado, señalando que la Argentina no suele opinar acerca de las cuestiones internas de otros países, seguirá criticando la injerencia en los asuntos internos de otros países, que fue en Estados Unidos donde se inició la crisis financiera internacional en 2007 y que Argentina ya no buscaba ser el mejor alumno de Washington ni mucho menos volver a la época de las “relaciones carnales”.
La Cumbre de Panamá dejó de ser el escenario ideal para Obama. Las negociaciones con Cuba avanzan más lentamente de lo esperado –Estados Unidos no logró su objetivo de abrir la embajada en La Habana antes del cónclave– y se espera que los países de América latina exijan el fin del bloqueo económico, como ya lo hizo la Celac en enero. Las sanciones contra Venezuela vienen cosechando un creciente rechazo continental –tema que amenaza acaparar los debates entre los presidentes– y los roces con Argentina anticipan un clima enrarecido, incluso entre países que no forman parte del eje bolivariano.
Los movimientos sociales de la región advierten, mayoritariamente, que deben resistir la ofensiva imperial. Muchos de ellos se van a dar cita en la Cumbre de los Pueblos, que se realizará en forma paralela a la de los presidentes. Retomar la integración desde abajo, aquella que hace casi una década logró derrotar el ALCA, parece uno de los caminos que están privilegiando para contrarrestar este nuevo embate.
En Panamá se verán las caras Obama, Maduro, Castro, Rousseff, Morales, Kirchner, Correa y otros mandatarios regionales. Hay expectativas en cómo se van traducir allí las tensiones mencionadas. Está en juego si Nuestra América avanza hacia una integración autónoma o vuelve la vieja lógica de la subordinación mendicante, que produce una fragmentación regional tan funcional a los intereses de Estados Unidos.
* Docente UBA. Investigador Conicet.
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