EL MUNDO › OPINIóN
› Por Fernando Del Corro *
La muerte a manos de la barbarie policial de un ciudadano estadounidense afrodescendiente instaló de manera destacada en los medios de difusión de casi todo el mundo a la ciudad de Baltimore. Esta ciudad tiene una gran y muy poco conocida importancia en el proceso independentista de Hispanoamérica a pesar de que el cuarto presidente estadounidense, James Madison, había prohibido expresamente cualquier tipo de apoyo a los procesos revolucionarios en las viejas colonias del ex imperio español.
Una veintena de argentinos se refugiaron en Baltimore cuando fueron expulsados de su tierra, comenzando por el luego gobernador bonaerense Manuel Críspulo Bernabé Dorrego, uno de los mayores pensadores y propulsores del federalismo en la Argentina, asesinado una década más tarde, en Navarro, por el general Juan Galo de Lavalle. También llegaron allí patriotas como el coronel Domingo French, una de las figuras de la Revolución de Mayo; Manuel Moreno, el hermano menor de Mariano Moreno; el militar y jurisconsulto Feliciano Antonio Chiclana, primer gobernador de Salta; el militar argentino-oriental Manuel Vicente Pagola; el jurisconsulto, también argentino-oriental, Pedro José Agrelo; y otro argentino-oriental luchador de las guerras independentistas, Eusebio Valdenegro, que allí murió en 1818.
No faltó tampoco el mestizo altoperuano Vicente Pazos Kanki, político y religioso que también dejó su impronta en la historia argentina de esa época, siendo de los primeros en reivindicar las culturas de los pueblos originarios de América. Allá anduvo el caraqueño Pedro Gual, quien en la propia Baltimore resultó clave para impulsar las luchas del gran marino franco-argentino Louis Michel Aury, creador de la República de Amelia, frente a la península de Florida, que arrebató a los hispanos pero de la que fue desalojado por el gobierno de EE.UU. por los acuerdos del presidente Madison con el rey español Fernando VII y de su política contra los nuevos estados latinoamericanos.
Aury luego creó la República de Buenos Aires y Chile en el Caribe, cuya bandera azul y blanca, réplica de la Argentina, sirvió luego como antecedente para la de la República Centroamericana, escindida en las de Nicaragua, Guatemala, El Salvador y Honduras, que mantuvieron los colores introducidos por el corsario argentino nacido en París, quien luego colaboró en la independencia de América Central y en la de la Gran Colombia. En todos ellos también influyó el navarro Francisco Xavier Mina, refugiado tras las derrotas de los constitucionalistas españoles, quien luego fue hombre clave en la independencia mexicana a partir de 1816. Otro español que también pasó por Baltimore y luego fue importante en el proceso revolucionario mexicano fue José Alvarez de Toledo. Tampoco faltaron franceses llegados tras las derrotas napoleónicas, como el mariscal Emmanuel de Grouchy y los generales Bertrand de Clausel y Michel Silvestre Brayer, luego devenido en pro español y partícipe de la derrota de José de San Martín en Cancha Rayada.
El paso de los rioplatenses, en particular de Dorrego, entre 1817 y 1820, fue clave para el desarrollo de las ideas federales en la Argentina, como las que expusiera al oponerse a la constitución rivadaviana de 1826 y de las que se hiciese eco, años más tarde, Juan Manuel de Rosas. Esas ideas, de un federalismo de pocas provincias, tomado de las trece colonias estadounidenses, se basaba en la reversión del poder en favor de unas pocas regiones grandes (Mendoza, San Juan y San Luis una sola provincia; Corrientes, Entre Ríos y Misiones otra y así el resto del país) que fueran capaces de sostener el estado nacional y no al revés.
Y no es casual, tampoco, que algunos historiadores orientales actuales consideren que la bandera uruguaya de las nueve franjas de su bandera, una por cada departamento original, con los colores argentinos, surge del propio ideario de Dorrego, en base a las trece franjas de la estadounidense, en representación de las trece colonias fundacionales.
Por último, hay que recordar que el propio Dorrego, expulsado de la Argentina por Juan Martín de Pueyrredón por oponerse a la entrega de la Banda Oriental a los luso-brasileños, fue uno de los que, en la propia Baltimore, recaudaron fondos para apoyar la gran expedición victoriosa del colombiano Simón Bolívar, asimismo financiado por el gobierno haitiano de Alexandre Petion, quien puso soldados y barcos.
La Baltimore actual de los conflictos raciales merece un recuerdo agradecido por su hospitalidad a los patriotas latinoamericanos en las guerras independentistas, en tiempos en que transitaba su infancia el gran escritor Edgar Allan Poe (1809-1849). Los corsarios del caudillo José Gervasio de Artigas utilizaban como base su puerto, y sus diarios cubrían las luchas de los latinoamericanos y publicaban escritos de patriotas, como los de Dorrego.
* Historiador, periodista, docente universitario. Miembro del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego.
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