EL MUNDO › NIENKE GROSSMAN, PROFESORA DE LA UNIVERSIDAD DE BALTIMORE
Grossman señala que la reacción social tras la muerte de Freddie Gray “es un reflejo de un problema sistémico en la relación entre los policías y la población de Baltimore”. Analiza otras realidades que afectan a las minorías.
› Por Adrián Pérez
Freddie Gray murió después de que su columna vertebral colapsara. Como si de técnicas aplicadas por las dictaduras latinoamericanas se tratase, el joven de 25 años, al ser detenido, tenía las manos atadas a la espalda: viajó en la parte trasera del móvil policial –además, iba sin cinturón de seguridad– que circulaba a los tumbos por las calles de Baltimore. Rough ride (manejo brusco) es el nombre de una práctica extendida entre las fuerzas de seguridad de The City of Firsts. Gray terminó con la médula espinal cortada en un 80 por ciento. Según un informe policial filtrado la semana pasada al diario The Washington Post, el joven se había lastimado intencionalmente en la furgoneta. Christine Abbott interpuso una demanda en los tribunales federales luego de ser víctima, en 2012, de ese método de tortura conocido también como screen test (bautizado así porque, en cada volantazo, el detenido choca su cabeza contra el blindex que lo separa del conductor) o joyride (viaje de placer). “En cada frenada brusca mi cuerpo golpeaba contra la camioneta. Tomaban las curvas a mucha velocidad”, señaló la bibliotecaria de 27 años de la Universidad de Johns Hopkins, en declaraciones citadas por el diario Baltimore Sun, y agregó: “No podía aferrarme. Estaba aterrorizada. Es como si fuera una carga. No te sentís humano”.
Nienke Grossman atiende el llamado de Página/12 en su oficina de la Universidad de Baltimore, donde da clases y es directora adjunta del Centro de Derecho Internacional y Comparado, a siete días del estallido social en esa ciudad –donde ayer se levantó el toque de queda y comenzaba a retirarse la Guardia Nacional –. Profesores latinos, afroamericanos, asiáticos y, “obviamente, de origen europeo”, componen el cuerpo docente. “Entre los estudiantes las minorías no están representadas en el mismo porcentaje en la escuela de derecho que en la comunidad”, sostiene la especialista.
Una investigación realizada por Baltimore Sun en 2014 señala que en esa ciudad se dieron más muertes a manos de policías que en otras metrópolis de similares dimensiones. El diario aporta otros datos. Entre 2011 y 2014, el gobierno de ese distrito pagó 5,7 millones de dólares a víctimas de abusos policiales: un adolescente de 15 años que andaba en bicicleta, una mujer de 26 años embarazada, una mujer de 50 años que vendía billetes para una rifa en su iglesia y una mujer de 87 años que ayudaba a su nieto sufrieron palizas policiales, sospechados de cometer delitos que nunca fueron comprobados. Narices, brazos, piernas, mandíbulas fracturadas y traumas en otras partes del cuerpo quedaron como recuerdo de esas intervenciones policiales.
“La reacción social es reflejo de un problema sistémico en la relación entre los policías y la población de Baltimore”, sostiene Grossman. Opina que lo sucedido con Gray es ejemplo de otras realidades que afectan a las minorías. Sandtown, barrio donde vivía el joven afroamericano, es uno de los distritos de Estados Unidos con la tasa más alta de adicción a la heroína, comenta la jurista. El 34 por ciento de los residentes mayores a 25 años no terminó el secundario. El 7 por ciento de los niños recién nacidos y hasta 6 años tiene niveles elevados de plomo en sangre. Más del 50 por ciento de las personas de entre 16 y 64 años no trabaja. El 25 por ciento de las familias de ese barrio recibe asistencia social. Según datos del Baltimore Neighborhood Indicators Alliance, el 34 por ciento de las casas residenciales está vacante o abandonado.
“Estamos hablando de una parte de Estados Unidos con una pobreza profunda y estructural”, sentencia la abogada. “Baltimore está a una hora de automóvil de la Casa Blanca”, comenta este cronista. “¡Hay partes de Washington que también tienen su pobreza!”, responde Grosmann. “Es una violencia que refleja la frustración de los jóvenes que viven ahí, que no logran salir adelante”, completa.
–El presidente Barack Obama calificó de criminales a los manifestantes.
–En general, en Estados Unidos la gente piensa que es irracional salir a quemar la farmacia de su vecindario. Uno puede decir que la gente tiene una frustración enorme pero puede afirmar que el diálogo no se logra quemando las pocas fuentes laborales del vecindario. Al mismo tiempo, hay que entender que esto viene de un fracaso profundo. Hay generaciones enteras que viven en la pobreza. Obama hizo más que sólo hablar del tema. Después de lo que pasó en Ferguson con Michael Brown, la Casa Blanca creó una comisión (N. de R.: Task Force on 21st Century Policing, establecida el 18 de diciembre de 2014) para estudiar el exceso de fuerza y la relación entre policías y civiles.
–¿Qué recomendaciones hizo la comisión en el informe entregado en marzo?
–Habló de la importancia de crear confianza entre comunidades y policías y de tratar a la gente con dignidad y respeto. Se refirió a la necesidad de establecer un equipo de trabajo que considere reformas comprensivas al sistema de Justicia criminal en Estados Unidos. Y se estableció que no se puede analizar solamente el accionar de la policía, también hay que trabajar en temas vinculados con pobreza, educación, salud y seguridad.
–¿Qué indicaciones hubo sobre el control de las fuerzas de seguridad?
–Se sugirió que los policías lleven cámaras en sus uniformes para grabar las interacciones con los ciudadanos. El gobierno federal dijo que ayudaría a pagar la instalación de esas cámaras.
–¿Qué responsabilidad tiene el gobierno federal en este contexto?
–Puede intervenir cuando se violan leyes federales. El Departamento de Justicia hizo su propia investigación del incidente en Ferguson contra Michael Brown. Y al final decidió que no tenía suficiente evidencia para llevar un caso contra el policía involucrado en esa situación. Incluso puede intervenir los cuerpos policiales en diferentes partes del país.
Devin Allen dispara su cámara: captura a un joven que se aleja a las zancadas de un grupo antimotín de la policía que va detrás de sus pasos. Su cobertura de la represión en Baltimore fue viralizada en Instagram a tal punto que la revista Time ilustró su última portada con la imagen que este afroamericano de 26 años, oriundo de West Baltimore, había tomado como reportero gráfico amateur. De la portada de la revista norteamericana penden dos preguntas para las que el Tío Sam parece no tener respuesta: ¿Qué cambió? ¿Qué es lo que no cambió y permanece? A casi cinco décadas del crimen de Luther King Jr., Baltimore es el emergente de un conflicto racial que subyace en el tejido social norteamericano.
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