EL MUNDO › GASSER ABDEL RAZEK, DIRECTOR EJECUTIVO DE LA INICIATIVA EGIPCIA POR LOS DERECHOS DE LAS PERSONAS
Razek señala que las desapariciones forzadas no son un fenómeno en Egipto. Y que se deben investigar las muertes de los últimos cuatro años y de la dictadura de Mubarak.
› Por Adrián Pérez
Sus padres fueron a parar a la cárcel en los primeros años de la década del ’70 acusados de sentar las bases para la creación del Partido Comunista en Egipto, organización que fue considerada ilegal desde su surgimiento. Gasser Abdel Razek dice que su vínculo con los derechos humanos devino de esa militancia. El director ejecutivo de la Iniciativa Egipcia por los Derechos de las Personas (EIPR, por sus siglas en inglés) pasó por Buenos Aires, invitado por el Centro de Estudios Legales y Sociales, para compartir con otros activistas la experiencia cosechada durante las puebladas que en 2011 llegaron hasta la plaza Tahrir para manifestarse contra las políticas de Hosni Mubarak y la brutalidad de su régimen. En 1994, con 21 años, Razek ya trabajaba como voluntario en el Centro de Asistencia Jurídica de Derechos Humanos, organización que dirigió entre 1996 y 1999. Los partidos políticos legales que presentaban oposición al régimen de Mubarak en ese momento no eran atractivos, recuerda el titular de la EIPR. Y sostiene que trabajar en ONG o en el movimiento islámico, con la Hermandad Musulmana, eran las únicas opciones de participación para quienes mostraban inquietud por la política.
–¿Cuál es su caracterización de los Hermanos Musulmanes?
–Si usted le preguntaba a cualquier interesado en política qué iba a pasar con la caída de Mubarak, la respuesta hubiera sido que los Hermanos Musulmanes ganarían las elecciones después de su derrocamiento, porque eran los mejores organizados, contaban con dinero para su campaña y, además, no estaban sospechados de participar en hechos de corrupción como los empresarios vinculados con Mubarak. Todos esperaban que los Hermanos Musulmanes asumieran el poder y fracasaran, pero nadie sospechaba que lo hicieran tan pronto. Tuvieron sus cincuenta segundos de fama.
–¿Qué cambió en Egipto a partir de las revueltas?
–La gente sabe que tiene capacidad de transformar las cosas. Egipto parece un lugar donde la política está concentrada en manos de Al Sisi y su grupo. Pero hay miles de pequeñas iniciativas, jóvenes en distintas partes del país haciendo intervenciones artísticas del espacio público. Hay un movimiento que trabaja en zonas portuarias que se opone a la importación de carbón; gente que en barrios obreros monta obras con títeres para niños, que hablan de las dinámicas de poder dentro de la familia, del papel de la mujer. Todo esto no pasaba antes de 2011. No creo que nadie pueda controlar estas manifestaciones.
–¿Qué vínculos existen entre el estallido de las protestas en El Cairo y el descontento que venía gestándose en el movimiento obrero egipcio?
–A partir de 2000 emergieron grupos que apoyaban la intifada en Palestina, movimientos que buscaban asociarse en organizaciones independientes con el objetivo de defender derechos laborales. Esas iniciativas funcionaron como pequeños focos de resistencia contra la guerra en Irak y las políticas neoliberales implementadas en Egipto. De hecho, la primera vez que sacaron la foto de Mubarak de un edificio del gobierno para pisarla y prenderla fuego fue en Mahala, capital de la industria textil del país, el 6 de abril de 2008, en un contexto de huelgas y protestas.
–En 2004, un año antes de las elecciones presidenciales, nace Kifaya, organización opositora a Mubarak. ¿Cómo gravitó su aparición en el movimiento de resistencia?
–Aunque funcionó hasta fines de 2005, fue el primer esfuerzo de organizar a la gente alrededor de una idea: destituir a Mubarak. Si bien en ese momento no tenían la fuerza para hacerlo, Kifaya (N. d. R.: basta en árabe) marcó un punto de partida para empezar a entender que era posible tratar de sacar a un dirigente que había gobernado Egipto con mano dura durante veinticinco años. Kifaya incluyó un espectro amplio de grupos, que iban desde islamistas hasta la izquierda radical o socialistas revolucionarios. Si bien hubo esfuerzos para correr de la escena a Mubarak, nunca antes se había dado una iniciativa que tuviera semejante estructura. Kifaya mostró que el modelo político que Mubarak ofrecía al país era inaceptable para un amplio sector de la población.
–¿Qué lugar ocuparon las mujeres en esa efervescencia política?
–Hay una foto famosa de trabajadoras de una fábrica textil que empujan una barricada y se enfrentan a la policía en una manifestación. De 2000 a 2011, las mujeres tienen más protagonismo en la vida pública a pesar de ser discriminadas en sus trabajos, en sus casas, de una discriminación patrocinada por el gobierno. En mayo de 2005, la policía comenzó a usar el acoso sexual, durante las protestas y manifestaciones, como estrategia para dispersar las protestas. Entonces entendimos con otros compañeros del movimiento de derechos humanos que se trataba de un reconocimiento de la importancia que tenían en el movimiento de resistencia.
–En el intento de Mubarak de desmembrar las protestas fueron sometidas, durante las detenciones, a tests de virginidad.
–Eso sucedió justo después de la revolución. Amnistía Internacional viajó a Egipto para reunirse con Abdelfatah al Sisi, que en ese momento era miembro del Consejo Supremo de las fuerzas armadas que había tomado el poder luego de la caída de Mubarak. Al Sisi dijo que utilizaban los test para proteger la reputación del ejército egipcio y prevenir que las mujeres fueran violadas en su detención. Ninguna dio su consentimiento para que se le practicaran los test. Nuestros abogados patrocinan a dos mujeres sometidas a esos procedimientos. Presentamos sus casos en la Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos; ahora mismo se están tramitando. La intención de esos tests fue aplacar las protestas.
–¿Ve posible el desarrollo de un proceso de verdad y justicia en su país?
–Eso va a pasar. Hemos aprendido de las experiencias de Argentina y Sudáfrica. No hay posibilidad de avanzar como país si no juzgamos los crímenes cometidos tanto por Mubarak como en los últimos cuatro años.
–¿Cuántas víctimas de violencia política hay en Egipto? ¿Cuentan con estadísticas de desaparecidos?
–En general, las desapariciones forzadas no son un fenómeno en Egipto, hay muy pocos casos. La cantidad de muertos hallados en la calle en los últimos cuatro años es horrorosa. El 14 de agosto de 2013 se encontraron casi mil personas asesinadas. No es solamente una cuestión de mirar a otros países y ver cómo manejaron hechos como éstos. El primer paso en Egipto es que la sociedad se dé cuenta de que se cometieron atrocidades y las enfrente.
–En su opinión, ¿hacia dónde se encamina Egipto?
–En cuanto al futuro político, considero que esta situación no va a durar mucho. No creo que estemos ante otros treinta años de régimen, como se dio con el gobierno de Mubarak. Será un período más corto, pero vamos a tener que pagar un precio muy alto. Soy optimista de que vamos a poder construir un Estado democrático y laico que respete los lemas de la revolución: pan, libertad y justicia social. Algo ha cambiado y es irreversible.
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