Mié 24.06.2015

EL MUNDO  › OPINIóN

Las razones de Lula para quejarse

› Por Eric Nepomuceno

El de Dilma Rousseff se parece a un “gobierno de mudos”. El gobierno de Dilma llegó al fondo del pozo, el PT está abajo del fondo del pozo, el mismo Lula está en el fondo del pozo. Todos están en muy mala situación. Convencer a Dilma de que debe viajar por el país y hablar a la gente defendiendo su gestión es un sacrificio. El gobierno no sabe comunicarse con el electorado, con el pueblo. El PT cambió la discusión política por la discusión de cómo seguir ocupando los puestos que ocupa.

El gobierno de Dilma perdió contacto con la histórica base social del partido. La presidenta alejó su gobierno de los más pobres. El despacho presidencial es una desgracia. Nadie entra para dar una buena noticia. Todos entran para pedir algo.

Los ministros del PT no hablan a la gente. Luego de la victoria en las presidenciales de octubre del año pasado pasaron ocho meses, y ni el gobierno ni el PT han dado una sola buena noticia al país. Las malas noticias son muchas: inflación, aumento en la cuenta de luz, en la de agua, de la gasolina, del diésel, aumento en las denuncias de corrupción, cambios en la legislación laboral que contradicen todo lo que se anunció en la campaña electoral.

El PT se desvirtuó. Hoy, sólo piensa en cargos públicos. El partido envejeció, no tiene proyecto, está paralizado por la burocracia. Es necesario crear nuevas utopías, porque las que el PT tenía se perdieron.

Hay que pensar si no habrá llegado la hora de hacer una revolución interna en el partido. Hay que saber si es más importante salvar los cargos y puestos públicos ocupados o salvar un proyecto que amenaza naufragar. Hoy día, los del PT no piensan en otra cosa que no sea asegurar su empleo en la máquina pública. El partido adquirió todos los vicios de los demás. El PT llegó al poder, entró en el juego de la política y, en lugar de cambiarlo, se adaptó a todo lo que antes criticaba. Adquirió todos sus vicios.

Ninguna de esas críticas, observaciones y conclusiones es nueva. Es lo que el electorado de izquierda de Brasil viene reiterando de manera incesante desde hace meses. El mismo Lula da Silva, que sigue como principal referente de esa izquierda y principal figura de la política brasileña, jamás ocultó su malestar con el escenario construido desde la reelección de Dilma.

La gran diferencia, registrada en los últimos tiempos, es que la misma izquierda que antes susurraba en secreto esas críticas ahora las expone de manera cada vez menos velada. Y Lula empezó a hacer lo mismo.

A propósito, todas las frases aquí reproducidas fueron pronunciadas por Lula. Si antes eran observaciones proferidas en conversaciones con su círculo más íntimo, ahora fueron dichas en encuentros públicos. Y más: en un momento en que los niveles de aprobación de Dilma Rousseff y su gobierno son los más bajos jamás registrados. Desde el retorno de la democracia, en 1985, solamente un presidente anduvo tan mal frente a la opinión pública: Fernando Collor de Mello, en vísperas de tener su mandato presidencial suspendido a raíz de actos de corrupción.

El PT, que tradicionalmente obtuvo a lo largo de décadas un índice de 30 por ciento de aprobación en la opinión pública, ahora cuenta, según los sondeos más recientes, con solamente 11 por ciento. Peor, el PSDB, principal partido de oposición, aparece con un insólito 9 por ciento.

Es decir que el partido de mayor arraigo popular de la historia reciente de Brasil vio cómo, además de perder parte sustancial de la admiración del electorado, se le acercó peligrosamente su rival, que jamás tuvo invocación popular.

Que había harta insatisfacción popular desde mediados de 2013 era algo sabido. Que las medidas anunciadas por Dilma tan pronto fue reelegida (el pasado octubre) sorprendieron, de manera negativa, a su propio electorado, también.

La novedad es que mientras el gobierno parece perdido y sordo en un callejón sin luz, tanto la militancia del partido como parte importante del electorado de izquierda ya no piensan dos veces antes de criticar públicamente lo que ocurre. La indiscutible dificultad del gobierno en general y de Dilma Rousseff en particular de comunicarse no hace otra cosa que dificultar un cambio en el escenario.

Son cada vez más claros los indicios de que el mismo PT perdió su norte, y no solamente en relación con las actitudes de sus militantes que ocupan puestos y cargos públicos, sino también en relación con qué hacer para cambiar la situación en que se encuentra.

Crece, entre sus militantes, el desencanto por los rumbos tomados por Dilma Rousseff en su segundo mandato presidencial.

Las duras y seguidas críticas lanzadas por Lula da Silva tienen por único objetivo, según integrantes de su círculo más cerrado, “despertar” a la presidenta, para que reaccione, salga de su claustro palaciego y se comunique con el electorado y con el país. Que reaccione a la campaña que la mantiene acosada desde que se conocieron los resultados de las elecciones de octubre y que explique al pueblo las medidas que adoptó y que contrarían casi todo lo que dijo en la campaña.

No son pocos, en todo caso, los que ven en la ráfaga de críticas de Lula da Silva, que antes eran proferidas entre cuatro paredes y ahora disparadas en público, una clara señal de alejamiento de Dilma y del gobierno. Al golpear tan duramente al partido que ayudó a crear y del cual fue el principal artífice y es la principal figura, Lula estaría buscando incentivar un cambio de actitud, para evitar que se rompan del todo los puentes que eventualmente podrán conducirlo, en 2018, de vuelta al sillón presidencial.

Frente a lo que dijo y sigue diciendo Lula, Dilma reaccionó ayer con una frase escueta: “Todos tienen el derecho de criticar al gobierno, principalmente el presidente Lula, que es tan criticado por ustedes”, dijo la presidenta a los periodistas.

Bueno, Lula pasó a ejercer ese derecho de manera vehemente. Y es muy evidente el malestar provocado en el grupo cercano a Dilma, que, entre sus integrantes, no cuenta con nadie que sea apreciado por Lula.

Por ahora, el país, principalmente la izquierda, cree que él tiene razón.

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