EL MUNDO › OPINIóN
› Por Alfredo Serrano Mancilla *
Lo de votar sienta mal a los demócratas en la Europa del euro. Permitir al pueblo griego que sea el que decida acerca de su propio destino es una gran preocupación para los guardianes de la democracia en el seno de la UE. El proyecto de democracia-UE es incompatible con aquella que convoca a las urnas a los ciudadanos para elegir cuál es la mejor opción. Dar la palabra al pueblo está mal visto a los ojos de aquellas instituciones que no necesitan presentarse a las elecciones para resolver qué tipo de políticas económicas se deben dictar en un país. El FMI es el mejor ejemplo de ello porque nunca necesitó inscribirse como partido ni ganar elecciones para imponer su política en el modelo económico de la periferia europea.
El Parlamento griego ha aprobado con 179 votos a favor (120 en contra) la celebración del referéndum el 5 de julio para conocer qué piensan soberanamente los griegos ante esta pregunta: “¿Acepta o rechaza la propuesta de las instituciones europeas?”. Después de ello, los ministros del Eurogrupo se niegan a continuar con el apoyo financiero a Grecia a partir del 30 de junio. Condenaron como “triste decisión” que el pueblo griego pueda opinar. La democracia participativa no tiene cabida en la economía de los expertos. He aquí la cuestión: la economía diseñada por unos pocos a favor de unos pocos frente a la política que consulta a sus ciudadanos. Son dos modelos antagónicos. El primero se basa en la supremacía de la pospolítica como fórmula para apartar a la política de la discusión económica, subordinando la voluntad de la mayoría a unas herramientas técnicas que no son ni neutrales ni imparciales. Las discusiones técnicas sí son importantes siempre y cuando éstas estén al servicio de lo que decida la mayoría social. La política siempre está presente en cualquier discusión económica, tanto para el FMI o BCE como para Tsipras. Lo que realmente ha hecho el presidente griego es recuperar la política en esta discusión económica.
La mayoría de los medios se ha ocupado de destacar las adversidades para Grecia sin ni siquiera mencionar nada sobre la encrucijada que enfrenta la misma UE. Los titulares han buscado alarmar y presionar a Grecia para que aceptara las imposiciones venidas de la troika: “El Parlamento aprueba la consulta que divide a los griegos”; “Grecia se precipita hacia el abismo”, “Esto es la auténtica tragedia griega”. Cierto es que Grecia no la tiene fácil porque, lo quiera o no, está atada a la UE por el euro y por otros dispositivos de dependencia. Sin embargo, lo que nada se dice es que es la propia UE la que se encuentra en un verdadero callejón sin salida, en una situación que bien podría aproximarse a cualquier escena de la obra de Lope de Vega El perro del hortelano. Ni come ni deja comer. Ni la UE quiere ayudar a Grecia para salir de esta situación, ni tampoco puede permitir que Grecia haga las maletas y se vaya. El asunto para la UE es completamente incómodo porque lo que está en juego es mucho más que un trozo de deuda. Los 1550 millones que Grecia tiene que pagar al FMI mañana 30 de junio, o los 3500 al BCE en julio es peccata minuta para lo que implicaría un default y suspensión de pagos. Todavía sería mucho más incómodo para la UE si Grecia acudiera a la ayuda rusa o china para afrontar esta situación.
Que la UE es un modelo fallido de integración no es ningún secreto a estas alturas del siglo XXI. Hasta el momento, lo que pretenden sus autoridades es la gestión de este modelo fallido en vez de cambiar las estructuras y reglas para que este marco europeo fuese un virtuoso espacio de integración económica, política y social. El desmembramiento efectivo de la zona euro es un riesgo que no quieren ni imaginar los actuales poderes económicos. Si se abre la posibilidad real de que la periferia europea pueda resolver sus problemas financieros a través del Banco Asiático de Inversiones de Infraestructura (BAII) (dependiente de China) en lugar del BCE o del FMI, esto sería el fin del sueño europeo y, en su medida, también del sueño norteamericano. El punto de bifurcación está servido: o la UE permite que Grecia tome su camino o le allana el camino europeo pero respetando aquello que decida el pueblo.
Grecia es conocedora de esta tesitura, y sabrá cómo usarla para no seguir cediendo soberanía ni sometiéndose a políticas de endeudamiento social. Mientras tanto, el capital aprieta, y lo hace como siempre, con la fuga diaria de capitales. El BCE no puede permitir ningún corralito que acelerase la alianza geoeconómica entre Grecia y el eje China-Rusia. Rusia ha ofrecido a Atenas ser uno de los principales centros de distribución de gas en Europa (vía el gasoducto ruso-turco, Turkish Stream), y a China le sobran reservas como para ayudar a Atenas sin ningún coste económico a cambio de seguir juntando a socios políticos a su favor en la reconfiguración del orden mundial. La UE lo sabe y no puede jugar únicamente la carta FMI si quiere no quedarse atrás en el nuevo tablero geoeconómico. Por ello, el BCE ha decidido finalmente mantener el programa de provisión urgente de liquidez para contrarrestar la continua hemorragia que provoca el capital financiero contra Grecia en estos días.
La economía y la política se juntan como no puede ser de otra manera. Quien diga lo contrario miente. A Grecia hay que agradecerle la dignidad de su pueblo, pero también que haya vuelto a recuperar el valor de la política en la economía, porque así es de la única manera que se recupera la economía al servicio de la ciudadanía.
* Director Celag, doctor en Economía.
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