EL MUNDO › EN EL CAMINO A OCCIDENTE
Budapest se ha convertido en la última etapa para miles de personas en el largo y peligroso viaje hacia el sueño de recibir asilo en uno de los países ricos de Europa Occidental, especialmente en Alemania, Suecia y Reino Unido. Miles de refugiados, en su mayoría de los conflictos internos en Oriente Medio, duermen a la intemperie en torno de las estaciones de ferrocarril de la capital húngara para subirse a un tren o autobús, o para contactar con un traficante que los lleve a Occidente. Un viaje que puede incluso ser letal, como se vio este jueves con el hallazgo de un camión de matrícula húngara, encontrado en una autopista austríaca, en el que había decenas de cadáveres.
No obstante, los refugiados se siguen arriesgando y sueñan con una vida mejor. “Alemania. No pienso en otro país”, explica un joven dentista afgano que ha llegado hasta aquí a través de Turquía, Grecia, Macedonia y Serbia. De hecho, no es fácil pasar la frontera austrohúngara, ya que las policías de ambos países cooperan estrechamente en los trenes e interceptan a la mayoría de los refugiados, explica Morton Matyasovszky Nameth, un voluntario de la organización humanitaria local Migration Aid. Pese a ello, las estaciones de tren de Budapest y sus entornos se han convertido en verdaderos campamentos, donde los refugiados pasan desde unas pocas horas hasta varios días esperando. Los que están ahora aquí son sólo una pequeña parte de los estimados 140.000 inmigrantes que han entrado a Hungría desde Serbia en lo que va de año.
En la estación del Oeste (Nyugati Palyaudvar), el ayuntamiento de Budapest ha designado a un terreno Zona de Tránsito, donde los refugiados se pueden duchar, acudir a servicios médicos, cargar sus teléfonos móviles o simplemente descansar. Allí les espera un ejército de voluntarios locales, que a pesar de saber que desean llegar a otro país europeo, les aconsejan volver al centro de acogida que les fue asignado a su entrada.
Sin embargo, estos centros están colapsados desde hace meses y según las organizaciones humanitarias, las condiciones de vida allí están lejos de ser óptimas. Desde hace varias semanas las autoridades húngaras están levantando una valla alambrada de 1,5 metros de altura, que deberá quedar terminada en los próximos días. Un último obstáculo en el largo camino a través de los Balcanes occidentales. “Superar la valla no significó ningún problema”, cuentan dos jóvenes afganos sonriendo. “Eso no nos podía parar”, aseguran con confianza, aunque muchos otros se han apresurado en los últimos días para llegar a Hungría antes de que la valla está completamente cerrada. Se trata de una alambrada de un metro y medio de altura, en realidad más bien un obstáculo simbólico que efectivo y que los refugiados ya han empezado a cruzar sin mayores problemas, incluyendo gente mayor, usando mantas o sacos de dormir para no lesionarse. A pesar de la valla y la retórica hostil del gobierno conservador nacionalista, muchos refugiados se muestras agradecidos. “No esperaba encontrarme esto. En otros países no nos trataban así de bien”, cuenta un joven afgano, que destaca “la amabilidad y ayuda” que recibió de los voluntarios en Budapest.
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