EL MUNDO › GRAN BRETAÑA ENDURECE SU DISCURSO Y SU POSTURA ANTIINMIGRANTE
A pesar de las tragedias en tierra y alta mar, el gobierno de David Cameron señaló ayer que está a la vanguardia de la lucha contra la inmigración ilegal y que no participará del programa europeo de recepción de refugiados.
› Por Marcelo Justo
Desde Londres
La tragedia de los 71 inmigrantes muertos en Austria no les ha movido un pelo a las autoridades británicas. El gobierno de David Cameron señaló ayer que está en la vanguardia de la lucha contra la inmigración ilegal y que no participará del programa europeo de recepción de refugiados.
En medio de una nueva profundización de la crisis crónica de inmigrantes en Europa, cifras oficiales británicas revelaron que el Reino Unido recibió 2204 refugiados políticos de Siria, entre junio de 2014 y 2015, un número infinitesimal de los cuatro millones de desplazados que produjo la guerra. Una cantidad similar acogió de otro lugar donde existe una violación sistemática de los derechos humanos: Eritrea.
A pesar de estas cifras irrisorias, el ministro de inmigración del Reino Unido James Brokenshire exigió un endurecimiento de la política europea porque “estamos recibiendo corrientes de inmigrantes de una magnitud que no veíamos desde el final de la Segunda Guerra Mundial”. La clave de esta hipérbole se encuentra en otra cifra de la misma Oficina de Estadísticas Nacionales que pone la migración neta (inmigrantes menos emigrantes) de esos 12 meses en un record de 330 mil personas.
El problema de estas cifras es que en las elecciones de 2010 los conservadores prometieron reducir la migración neta a menos de 100 mil personas, promesa que reiteraron en las elecciones que ganaron este mayo con mayoría propia parlamentaria. Las cifras muestran que ni el endurecimiento retórico ni las reformas inmigratorias ni las medidas policiales proclamadas a los cuatro vientos en los últimos cinco años han servido para nada frente a la compleja realidad de la inmigración.
Esta compleja realidad muestra que la mayoría de los inmigrantes –unos 183.000– son europeos, es decir, inmigrantes legales. Los inmigrantes calificados que vienen con contrato de países extraeuropeos forman unas dos terceras partes de otros 65 mil inmigrantes que llegaron al Reino Unido en este período. En tanto contratados tienen el mismo derecho que cualquier británico a trabajar en el país.
La inmigración ilegal existe como en cualquier otro lugar del mundo, pero el grueso no son los alrededor de tres mil acampados en Calais (Francia) o los que atraviesan medio planeta escondidos en precarias barcas o hacinados camiones. “La inmensa mayoría de los inmigrantes ilegales son gente que llegó normalmente al Reino Unido y se quedó después de que venciera su visa para trabajar en un restaurante o montar un negocio. Con frecuencia estudiantes universitarios. No es alguien de Eritrea que trepa al techo de un camión en Calais para ver si puede ingresar en el país”, señala Jonathan Portes, director del National Institute of Economic and Social Research.
Las universidades resisten medidas draconianas contra los estudiantes porque sus presupuestos requieren de las onerosísimas matrículas que tienen que pagar los extranjeros para estudiar en el Reino Unido. En representación del empresariado británico, el CBI también se opone a la adopción de medidas drásticas porque “terminarían dañando la economía”. En el estatal Servicio Nacional de Salud un 26% de los médicos y un 11% del personal son extranjeros. En resumen, el Reino Unido necesita extranjeros para funcionar.
El primer ministro David Cameron, en cambio, los necesita para ganar elecciones. La estrategia oficial magnifica el tema con números desorbitados y una retórica que insectifica a los inmigrantes para transmitir la gravedad del supuesto peligro que se cierne sobre las islas británicas. A principios de agosto el primer ministro Cameron calificó a los que buscaban cruzar el Canal de la Mancha de “enjambre” (swarming) de gente que quería aprovechar las oportunidades económicas y los servicios sociales del Reino Unido mientras que su canciller, Phillip Hammond, eligió para el mismo contingente el término marauding, que en inglés se define como andar dando vueltas para saquear y hacer estragos (merodear sería la mejor aproximación en castellano).
La retórica contribuye a confundir más las cosas. La brutal realidad de Siria, Libia o Eritrea –en algunos casos con directa participación británica– es escamoteada y convertida en un problema de bandas de traficantes humanos –que sin duda existen– que explotan a sus víctimas. “La tasa neta de migración trata a inmigrantes y refugiados políticos de la misma manera. Esto es inmoral y está impidiendo que el Reino Unido responda a la terrible crisis de refugiados de Siria. Otros países lo están haciendo. Es hora de que el Reino Unido haga su aporte”, señaló al diario The Independent, la laborista Yvette Cooper.
Los números hablan. Alemania, justamente criticada por la crisis griega, ha sido inmensamente más generosa que Gran Bretaña. Según la oficina de estadísticas europeas Eurostat el gobierno de Angela Merkel acogió a 27 sirios por cada uno que recibió el gobierno británico. Suecia está aceptando entre mil y dos mil inmigrantes por semana. “El gobierno solo tiene medidas reactivas a cada publicación de datos estadísticos negativos”, señala Sunder Katwala director del think tank British Future.
La politización del tema continuará porque los conservadores tienen el reto por derecha del xenófobo UKIP, una línea editorial antieuropea y antiinmigratoria de los principales medios y una opinión pública hiper sensitivizada. La austeridad impulsada por los conservadores desde 2010 exacerba el problema por el impacto que ha tenido sobre los servicios sociales y de salud que, tal como están las cosas, terminan generando una batalla de desposeído británico contra desposeído extranjero por escasos recursos que, además, están achicándose día a día.
Abundan los incidentes cotidianos de esta lucha de británicos versus extranjeros. Un incidente de tráfico entre dos camionetas de reparto presenciado ayer viernes por este cronista termina con un chofer burlándose en cockney (acento de clase trabajadora británica) del otro, que hablaba con claro acento eslavo, porque no era británico: “go back to your country”. La Iglesia Anglicana, opositores, comentaristas e intelectuales han advertido que la actual retórica está impactando principios básicos de convivencia. “No podemos deshumanizar a los refugiados e inmigrantes. No podemos distanciarnos de esta situación. Tenemos que tomar responsabilidad por zonas de desastre que contribuimos a crear como Libia e Irak. Las comunidades con altos niveles de inmigrantes y refugiados deberían tener más recursos y ayuda. Mientras haya miseria la gente seguirá huyendo y un número muy pequeño atravesará medio mundo para llegar a nuestro país”, señaló ayer en el diario The Guardian el comentarista Owen Jones.
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