EL MUNDO › OPINIóN POR
› Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Cada semana que pasa aumenta en Brasil la sensación de que el gobierno está a la deriva. Cada semana que pasa aparecen más ingredientes para la severa crisis política que sacude al país, con destaque para las denuncias de corrupción que se multiplican.
Cada semana que pasa surgen nuevas noticias negativas. Cada semana que pasa se agudiza el desgaste del PT. Cada semana que pasa se detecta una nueva distancia en el creciente alejamiento entre el principal partido aliado, el PMDB, y el gobierno.
Cada semana que pasa se consolida la imagen de que Dilma Rousseff es una presidenta sin rumbo al frente de un gobierno sin norte. Cada semana que pasa se ofrecen nuevas muestras de torpeza política por parte de ese gobierno sin brújula. Cada semana que pasa se fortalece el malestar generalizado entre los brasileños.
Cada semana que pasa se sigue formulando la misma pregunta: ¿hasta cuándo una desgastada Dilma Rousseff logrará mantenerse aferrada al sillón presidencial para el cual fue reconducida por las urnas hace menos de diez meses? ¿Cuánto tiempo logra sobrevivir una mandataria que cuenta con un ínfimo 7 por ciento de aprobación popular? Y si no sobrevive, ¿hasta cuándo se mantendrán las importantes conquistas sociales logradas por el PT?
La última semana ha sido pródiga en noticias negativas. En el Congreso, aumentó el número de diputados dispuestos a dar inicio a un proceso de juicio político que supuestamente podrá resultar en la destitución de la presidenta. Supuestamente porque no hay ninguna razón jurídica y legal para tanto, y también porque uno se anima a suponer que todavía les queda, a la mayoría de los diputados y senadores, un mínimo de sentido de responsabilidad.
El gobierno, por su parte, siguió dando muestras estruendosas de su increíble capacidad de producir desastres. Quizás el mejor ejemplo de eso haya sido el decreto del Ministerio de Defensa quitando a los comandantes de las tres armas (Ejército, Marina y Fuerza Aérea) la autonomía para tomar decisiones de ámbito puramente burocrático. La repercusión entre los militares ha sido inmediata, y bastante negativa. Como si todo el resto no bastara, una decisión idiota, tomada por una subalterna a espaldas del ministro, que se encontraba en el exterior, logró algo hasta ahora inexistente: un fuerte malestar castrense con el gobierno encabezado por una ex guerrillera.
La noticia de que la agencia calificadora Standard & Poor’s le quitó a Brasil el sello de buen pagador, situándolo como destino especulativo para inversionistas, explotó como una bomba. No por la sorpresa, ya que todos esperaban por eso, sino por el momento. El equipo económico de Dilma creía que el rebajamiento ocurriría a principios de 2016 y trataba de correr contrarreloj para lograr imponer algunas medidas que lograrían convencer a la S&P a no adoptar la decisión.
De plano, no hubo consecuencias mayores en el escenario económico. Es que ya había tantos nubarrones en el cielo –la estampida del dólar frente al real, que en lo que va del año se devaluó poco más de 40 por ciento, las estratosféricas tasas de interés, la recesión proyectada para 3 por ciento del PIB en 2015– que faltó espacio, al menos en ese primer momento, para más tormenta.
Las consecuencias políticas, eso sí, fueron más visibles. ¿La reacción del gobierno? En términos prácticos y concretos, ninguna. Anunció que estudia “medidas de corrección”. ¿Cuáles? No se sabe.
Por donde se mire, lo que se ve no es nada animador. Y si se mira hacia adelante, menos aún.
Es bien verdad que el gobierno enfrenta una durísima campaña llevada a cabo por grupos que van de las elites que jamás se conformaron con los cambios sociales surgidos de los gobiernos del PT a lo largo de los últimos doce años a los cínicos dueños del capital, que se beneficiaron a lo bestia pero siguen criticando sin tregua y especulando con euforia.
Es bien verdad que los medios hegemónicos de comunicación, dando renovadas muestras de carecer de vestigios elementales de ética, siguen machacando noticias negativas o directamente inventándolas sin pudor alguno.
Es bien verdad que la oposición no hace más que dar muestras exuberantes de un oportunismo voraz: como no tiene ningún proyecto alternativo, trata de lograr destituir a quien no logró derrotar en las urnas.
Nadie parece, en la oposición oportunista y en los aliados traidores, realmente preocupado con lo que pasará si logran tumbar al gobierno por la vía de un golpe en el Congreso.
Pero lo más alarmante es que igualmente nadie parece, en el gobierno o en el PT, lograr encontrar un camino viable y firme para superar esa crisis que engorda sin parar. Se nota, y eso es un nuevo y explosivo ingrediente, un alejamiento paulatino del PT y, peor, del mismo Lula da Silva con relación al gobierno. El ex presidente no oculta sus críticas a la política de ajuste neoliberal que Dilma pretende imponer al país, negando todo lo que defendió en la campaña electoral del año pasado y a lo largo de toda su vida.
Nadie lo admite públicamente, pero hasta las mismas relaciones personales entre Lula y Dilma Rousseff viven días de turbulencia. Y el gobierno sigue inerme. Y el gobierno sigue sin rumbo. Y a cada semana que pasa uno se pregunta, atónito y asustado, qué pasará la semana que viene.
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