Jue 17.09.2015

EL MUNDO  › OPINIóN

Kol Nidrei en Dachau

› Por Jack Fuchs

Pasaron 71 años desde que fui una sombra en el campo de concentración de Dachau, Alemania. Y todo se olvida mientras que nada pierde actualidad. Hay olores. Hay fechas que hacen recordar y revivir momentos muy traumáticos o trágicos y, en estas horas en que se acerca el “Día de Perdón”, la fecha más significativa del calendario judío, vuelvo a esa noche en que, después de un día de trabajo, muertos de cansancio; muertos de hambre y llenos de desesperación, alguien recordó que ese era el momento en que comenzaba “Iom Kipur”; plegaria que se inicia con “Kol Nidrei”.

Confieso que, aunque no entendí las palabras, reconocí la melodía de esta súplica que siempre me conmovió y, especialmente, en esas circunstancias, cuando sonaron con intenso dolor. Hoy, como ayer, vuelvo a mi niñez, acompañando a mi padre, en mi ciudad natal, en Polonia cuando, en la sinagoga, la gente pedía perdón por “todos los pecados”. Y rogaban ser “inscriptos en el Libro de la Vida”.

Pasaron los años y aún no entiendo qué perdón debíamos solicitar cuando, despojados de todo, de la familia, de la casa y hasta de nuestro propio nombre convertido en un número, todavía quedaba el ritual de pedir absolución. Aparentemente la fe o la tradición, o la combinación de ambas, no podían ser anuladas. Había, pese a todo, algo que nos era absolutamente propio: una plegaria tan conmovedora como triste.

Pasaron los años. Y sigo sin entender cuál fue la intención de un hombre joven, porque la mayoría éramos jóvenes, de arriesgar su vida y pasar un pequeño librito de rezos, escondiéndolo –sin entender aún cómo– dado que lo único con que nos autorizaron a quedarnos fue con nuestros zapatos.

Pasaron los años. Y sigo sin entender cuál fue el motivo de esa plegaria y hoy, después de 56 años, me pregunto qué sentido tienen las palabras que escribo, ahora. Intento pensar y puede ser el mismo impulso e idéntico sentimiento, tal como fue, probablemente, el de esa persona que no sobrevivió.

Pasaron los años y, aunque soy racional, no encuentro significado que no sea sino una religiosidad sin religión.

Quizá estas palabras sirvan, solamente, para repetir, una vez más, que no hay nadie, entre muchas familias, para recordar sus nombres. Solamente queda un numero: seis millones.

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