Vie 09.10.2015

EL MUNDO  › OPINIóN

El lobby mediático

› Por Emir Sader

América latina –o por los menos algunos de sus gobiernos– se puso en contra de la corriente dominante desde hace décadas en el plano internacional. Después de sufrir duramente los efectos de esa corriente, algunos gobiernos se rebelaron y empezaron a aplicar políticas que contradicen frontalmente la onda neoliberal.

Los resultados no podrían ser mejores: mientras aumentan la desigualdad, la pobreza, la miseria y la exclusión social en el mundo, un país como Brasil, que era el más desigual del continente más desigual, tuvo avances espectaculares en este campo a tal punto de proyectar a Lula como líder mundial de la lucha contra el hambre.

La Bolivia de Evo Morales, ubicada siempre como uno de los países más pobres del continente, junto con Haití y Honduras, pasó a ser un modelo de crecimiento económico y de promoción de la justicia social.

Los gobiernos de los Kirchner lograron rescatar a Argentina de la peor crisis de su historia, producida por el neoliberalismo, y hacer que el país vuelva a crecer y a distribuir el ingreso.

Ecuador se volvió uno de los países latinoamericanos que más crece, con algunos de los mejores índices sociales de la región.

Bastarían esos ejemplos, aunque podríamos citar otros, para que nos demos cuenta que son gobiernos que incomodan a los que siguen creyendo en la prioridad de los ajustes fiscales, las políticas de austeridad y la centralidad del mercado.

América latina –y esos gobiernos en particular– tienen que ser descalificados para que se afirme el pensamiento único, el Consenso de Washington, que entiende que no hay alternativas al neoliberalismo.

En la vanguardia del lobby en contra de los gobiernos que avanzan en la superación del neoliberalismo y de sus dogmas se encuentran algunas publicaciones de proyección internacional: Financial Times, Wall Street Journal, The Economist, El País. Promueven sistemáticamente campañas para intentar descalificar los avances de esos gobiernos, que se chocan com sus posiciones y las de los gobiernos neoliberales. Hay columnistas latinoamericanos que se prestan a tales campañas, mientras otros mantienen el silencio cobardemente frente a los ataques sistemáticos contra los gobiernos de Argentina, Bolivia, Brasil, Venezuela, Uruguay, Ecuador. Conforme esos gobiernos se consolidan, se tornan verdaderas desmentidas los postulados de las políticas de ajuste que continúan imponiéndose en Europa, bajo los preceptos del FMI y el Banco Mundial.

Había entonces que destruir sus imágenes, decir que los avances sociales o fueron engañosos, o desaparecieron con las crisis actuales. Que los problemas que enfrentan actualmente algunos de esos gobiernos representarían su agotamiento. Que la corrupción, o el autoritarismo, o el populismo, lo habrían condenado al fracaso. Esas publicaciones se dedican a hacer campañas contra esos gobiernos, contra sus líderes, porque les resulta insoportable que ellos hayan logrado el período más largo de estabilidad política, con gran apoyo social, en una región donde sus gobiernos –dictaduras o gobiernos neoliberales– fracasaron rotundamente. Los gobiernos europeos que mantienen las políticas neoliberales, a pesar de sus efectos sociales devastadores, no son condenados por esos medios que, al contrario, los tienen como referencias, a pesar da su incapacidad de superar la profunda y prolongada crisis recesiva iniciada en 2008 y sin plazo para terminar.

Esos lobbies de los medios de comunicación internacionales son incapaces de comprender por qué los gobiernos que ellos descalifican tanto, logran reelegir a sus líderes o elegir a sus continuadores, mientras que los gobiernos latinoamericanos que ellos intentaron promover como alternativas –como los de la Alianza del Pacífico, especialmente México y Perú– tienen gobiernos sin apoyo popular, donde se suceden líderes desprestigiados. Pero ellos continúan con su pésimo periodismo, que no logra dar cuenta de por qué esos países del continente son excepciones a escala mundial, frente a los retrocesos de los gobiernos que mantienen modelos neoliberales.

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