EL MUNDO › OPINION
› Por Martín Granovsky
Eagle of Death Metal, la banda del Bataclan, tocó el viernes en París como pudo haber tocado en Buenos Aires. Y más de cien seres humanos murieron simplemente porque fueron elegidas como blanco por los terroristas. Pudieron haber sido espectadores en cualquier recital de la Argentina. Y la vida que se le extinguió a quien solo estaba en un bar y no en la guerra pudo haber sido una vida en Palermo, San Telmo o Balvanera.
Cuando actúa el terrorismo en un sentido se aplica la lógica que anida en la famosa frase de El Padrino: “Nada personal”. Es decir, se trató de una demostración de poder y, disculpas, si te tocó te tocó. La causa fundamentalista es tan noble que supera cualquier contigencia accidental. El problema es que las demostraciones de poder crudo, ya sea con blancos seleccionados o con blancos difusos, siempre terminan siendo algo personal. Producen muertos, heridos y mutilados. Ellos y sus familiares tienen nombre y apellido.
En estos casos sucede siempre que muchos se ven tentados a desenmascarar lo que observan como una impostura. El doble patrón de medida consistiría en horrorizarse por crímenes en París y no por asesinatos en Palestina. Entonces el deber ético sería decirlo para desarmar la hipocresía.
Conviene dejar establecido lo obvio. Es evidente que cualquier muerte en París o Nueva York impacta más que una muerte en otras ciudades del mundo. Es evidente que la atención mediática, más allá de cualquier conspiración, se siente atraída por una noticia que pasa automáticamente a ser más conmocionante que cualquier otra. Es evidente que este proceso es el resultado de siglos de dominación de los países centrales, de construcciones imperiales y de un modo patotero de instalar cuáles son los núcleos virtuosos del sistema planetario.
Pero el problema es otro. ¿Basta con practicar el análisis de discurso y descubrir la impostura para cambiar el mundo? Haciendo un ranking crítico de supuestas muertes de primera, como las de París o Nueva York, y muertes de segunda como las de cualquier otro sitio, ¿el mundo será mejor?
Y más aún: ¿habrá que arrepentirse de reclamar justicia por la masacre de la AMIA cuando mueren muchos más cada día en Bagdad? ¿Habrá que pedir perdón por recordar a los muertos de Buenos Aires porque es una gran capital y no un suburbio miserable de Gaza?
¿No será mejor tratar de entender, desentrañar las lógicas de poder y sus cambios y, como publicó ayer este diario con la profesora libanesa Hoda Nehmé, acudir a quienes desde dentro mismo del mundo musulmán respetan el sentimiento religioso y a la vez añoran el laicismo, a quienes repudian cada atentado porque los sufren desde hace años mientras critican a los cínicos que producen ciclos de muerte cuando alimentan a presuntos combatientes de la libertad que siempre acabarán siendo monstruos?
¿O acaso se cambia el mundo haciendo galtierismo y pensando que cualquier desafío a Washington es constructivo para que países como los de Sudamérica aumenten su capacidad colectiva de negociación en el mundo?
Por suerte la lógica de medios como Página/12 de la Argentina, Telesur como consorcio latinoamericano o La Jornada de México no informaron con esa lógica. Estos medios no fueron demagogos con un sentimiento primitivo de venganza que es ajeno a la mejor construcción regional ni cayeron en un galtierismo que es, además, ignorante. Supone que hoy el conflicto de Medio Oriente se resume en un Estado de Israel conducido por la ultraderecha agresiva versus los musulmanes. Así, en general. Y a veces “los árabes”, categoría que en su ignorancia llegan a concebir como englobadora de los iraníes, o sea musulmanes no árabes. Entonces, sin pensarlo, el galtierismo razona con la lógica de ojo por ojo diente por diente y talionescamente sonríe con cierto deleite ante los cuerpos descuartizados de París.
El galtierismo ni se preocupa por entender la disputa feroz entre los chiítas iraníes y los sunnitas de Estado Islámico, alimentados éstos durante años por las potencias centrales y por Arabia Saudita como parte de juegos de desequilibrio mutuos en medio de la globalización sin límites.
Y como no se preocupa ni se ocupa, porque entender da trabajo, termina siendo útil a los intereses de quienes dice combatir. También a las proveedoras de combustible del sistema militar norteamericano les resulta rentable la guerra y su despliegue de propaganda binaria. Por ciclos, como decía Nehmé, también a las grandes industrias de servicios de alto nivel tecnológico les sirve una dicotomía sin historia.
Desentrañar un fenómeno de terrorismo y guerra en red articulados con el lavado de los grandes bancos o el contrabando de crudo es imposible construyendo caricaturas. Los estereotipos son buenísimos para Twitter pero horribles para comprender el mundo.
Tal vez sea más útil, como motor ético para pensar críticamente, ponerse en el lugar. En el lugar de los parisinos, en el lugar de los iraquíes que sufrieron los tormentos de Saddam Hussein y los atentados de los últimos años, en el lugar de los sirios que ya tienen su futuro destruido suceda lo que suceda con su presidente, en el de los colombianos o los mexicanos asesinados por cientos de miles con el pretexto de la guerra contra el narcotráfico.
Hagan la prueba y reflexionen a partir de una frase: “Yo pude haber estado ahí”.
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