EL MUNDO › OPINION
› Por Norberto Méndez *
La violencia desatada por terroristas jihadistas en la capital parisina no significa una guerra de civilizaciones tal como declaró el presidente François Hollande pero no puede negarse que está vinculada al alto perfil intervencionista que lleva adelante Francia en Medio Oriente y Africa del Norte, librando una guerra no declarada contra quienes no eran sus enemigos, actuando como peones de un juego que manejan otros.
Su antecesor Sarkozy ya había desarrollado esta política exterior al participar de los ataques contra la Libia de Khadafi y el consecuente crecimiento de la colaboración francesa con la expansión mundial emprendida por los norteamericanos, rompiendo la tradición del neutralismo activo inaugurada por De Gaulle durante la Quinta República y continuada aún por el conservador Jacques Chirac.
En la actualidad Francia se ubica en la delantera de los ataques contra el Estado Islámico en Irak y Siria, firmemente encolumnada en la estrategia norteamericana. Tal vez un caso extremo que demuestra que el alineamiento con Washington va más allá de la lucha contra el terrorismo islamista es la sumisión que demostró Francia al cancelar la venta de los portahelicópteros Mistral a la armada rusa, cediendo de este modo a las presiones de EE.UU. y sus aliados de la OTAN.
Algunos atribuyen esta inusual coincidencia con la política exterior norteamericana a que Francia ha aceptado el liderazgo de EE.UU. no sólo en la agenda de política exterior, sino que aplica en lo interno una política económica neoliberal de cuño norteamericano, algo impensado cuando Hollande fue elegido presidente por su discurso de campaña de tono socialdemócrata, opuesto al de su adversario conservador Sarkozy.
Los ataques terroristas han sido útiles para unir a todos con el mantra de la Francia eterna, sin distinción de clases ni banderías, tal como lo expresan las patrióticas exhortaciones de las autoridades. Es la torpeza común de agitar el nacionalismo y el miedo cuando se pretende legitimar políticas de ajuste estructural. Téngase en cuenta que los sectores más vulnerables ante esta política de exclusión social son los descendientes de inmigrantes magrebíes, quienes ocupan el escalón más bajo en la escala social francesa, caldo de cultivo para una ínfima pero manipulable minoría de jóvenes franceses musulmanes que escuchan a los extremistas que les ofrecen la “solución final”: el automartirio que les permitirá huir del desempleo, la marginación y el desprecio de la creciente xenofobia de sus compatriotas no-musulmanes.
¿A dónde va Francia? Todo parece indicar que su agresivo desempeño en la política internacional ha provocado la retaliación de los jihadistas en su propio territorio y su reacción ante ellos es redoblar la apuesta atacando con mayor fiereza a las bases del Estado Islámico. Con este accionar no se triunfará sobre el terrorismo sino todo lo contrario, puesto que los islamistas están en capacidad de volver a golpear en la metrópoli. En esta guerra asimétrica el Estado Islámico puede perder barracas y depósitos de armamento en Siria ante una potencia neocolonial de alta tecnología pero le resulta muy fácil recrear células pequeñas que pueden provocar graves daños materiales y psicológicos dentro del propio estado francés. Análogamente, la propaganda hostil al Islam que despliegan los medios de comunicación franceses es contraproducente e injusta contra los millones de compatriotas musulmanes, muchos de ellos franceses de cuarta o tercera generación, integrados totalmente a la cultura francesa. Pero la islamofobia despertada por los ataques en París les niegan a estos fieles ciudadanos la libertad, igualdad y fraternidad que les fueron inculcadas en las escuelas laicas de la educación pública de Francia. Se ha producido otro terror, el que sienten los franceses musulmanes ante la posibilidad de ser tomados como chivos expiatorios de la brutalidad de los terroristas. Si quiere detener al terrorismo Francia tendrá que optar entre impulsar políticas que promuevan la unión verdadera de todos los franceses o la segregación interna y la importación de conflictos externos que son ajenos a sus intereses nacionales.
* Doctor en Relaciones Internacionales. Profesor e investigador UBA.
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