Mar 01.12.2015

EL MUNDO  › LA TENSIóN PUEDE EMPAñAR LA ESTRATEGIA DE MOSCú EN MEDIO ORIENTE

Rusia y Turquía chocan por la lucha contra los jihadistas

Putin aseguró que el derribo del Sukhoi-24 “se pudo haber hecho para proteger los suministros de petróleo del Estado Islámico”. Por su parte, Erdogan dijo que estaba dispuesto a renunciar si se probaba que su país compró crudo al EI.

› Por Agustín Fontenla

Desde Moscú

En el marco del Foro Mundial por el Clima que se celebra en París, los líderes de Rusia y Turquía cruzaron declaraciones en torno al accidente con un avión ruso de combate la semana pasada. Vladimir Putin aseguró que el derribo del Sukhoi24 “se pudo haber hecho para proteger los suministros de petróleo del Estado Islámico”. Una declaración que toma sentido respecto de otras anteriores de las autoridades rusas en las que se apuntó a Ankara por estar detrás de las compras de hidrocarburos a los terroristas. Por su parte, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, elevó la apuesta y dijo que estaba dispuesto a renunciar si se probaba que su país compró petróleo al grupo jihadista.

Turquía llevaba meses advirtiendo sobre la violación de su espacio aéreo en la frontera con Siria, sin embargo lo que se oculta detrás de sus últimos reclamos es el ataque –combinado de sirios y rusos– a milicias opositoras a Damasco y cercanas a Ankara (entre las que se cuentan desde brigadas turcomanas a jihadistas del Frente Al Nusra), precisamente en la zona donde dos caza F16 turcos derribaron la aeronave rusa.

Después del incidente, Ankara y Moscú entraron en una discusión sobre responsabilidades; uno esgrimió que el caza ruso había violado su espacio aéreo, el otro aseguró que no hubo tal violación y que se trató de un hecho premeditado (en palabras de Putin, “una puñalada por la espalda”). Por la reacción ofendida del Kremlin, y ante la negativa del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, de disculparse por el incidente, el gobierno ruso aplicó una serie de sanciones que golpean duramente la estrecha relación económica entre ambas naciones. La más dolorosa para la economía turca es la suspensión de vuelos charter turísticos desde Rusia al país transcontinental (es el segundo destino elegido por los rusos y cada año más de cuatro millones de ellos disfrutan de sus servicios).

Lo cierto es que tras esta seria escalada de tensión entre estos países, Moscú podría ver empañado un cuidadoso giro de su geopolítica emprendido en los últimos meses. Una estrategia para reforzar sus intereses en la guerra civil siria, profundizar la lucha contra el terrorismo y continuar aumentando su influencia puertas afuera de sus fronteras.

El mismo día que se produjo el ataque contra el avión ruso, Vladimir Putin se reunió en la ciudad de Sochi con el rey de Jordania, Abdalá II. Un actor no secundario en el conflicto sirio, pues participa de las negociaciones en Viena, que prometen ser la plataforma para un acuerdo político en Siria.

La jornada anterior, el mandatario ruso había aterrizado en Teherán para participar del foro de países exportadores de gas y reunirse con el presidente iraní Hasan Rohani, y con el ayatolá Jamenei, líder espiritual de la nación y responsable en las sombras de aprobar o no las medidas que impulsa el ejecutivo persa. Moscú quiere aprovechar su cercanía con el régimen islámico tras el acuerdo por el plan atómico persa y el posterior levantamiento de las sanciones que pesaban sobre ese país. En este nuevo escenario, Rusia quiere explotar dos sectores que conoce bien, el armamentístico y el petrolero. Sobre el primero, ya concretó la venta de los sistemas de misiles antiaéreos S-300, uno de los armamentos más potentes y costosos que fabrica la industria bélica rusa. Respecto al terreno político, la cooperación lleva años y se puede precisar como punto álgido el comienzo de la guerra siria. Teherán y Moscú apoyan militar y diplomáticamente al líder sirio, Bashar al Assad, desde el inicio de la contienda.

Otra vez en Sochi, el sitio de preferencia para acoger las visitas que llegan desde Medio Oriente, Putin recibió a principios de noviembre al Emir de Kuwait. La primera visita de un monarca kuwaití a Rusia desde la caída de la URSS. Allí, se firmaron acuerdos de cooperación y los medios locales rusos hablaron de una posible venta de armas rusas al Emirato.

Elena Suponina es asesora del director del Centro de Estudios Estadísticos de Rusia, un think thank de consulta del Kremlin, y acompañó al presidente ruso en tres de sus viajes a Arabia Saudita y conoce personalmente al Emir de Kuwait. Consultada sobre este movimiento del Kremlin, la analista aseguró que pronto se verían acuerdos de cooperación entre Rusia y países del Golfo, incluidos los sauditas. Suponina alega que estas naciones están descontentas con la postura de Obama en la región “quieren diversificar sus relaciones”. La esfera militar puede ser un tema que facilite el diálogo. Las naciones del Golfo son grandes compradoras de armamento, y Rusia ha hecho una demostración de su producción en el teatro de guerra sirio.

Otra prueba más de la importancia que el Kremlin asigna a Medio Oriente en esta nueva fase, constituye la visita de una delegación saudita comandada por el Ministro de Defensa del país a Sochi donde fue recibido por Putin. La revista norteamericana de geopolítica Foreign Policy publicó en una de sus páginas al respecto de esta reunión, que “Arabia Saudita y otros poderes del Golfo están llamando a la puerta de Putin”. Sobre la cobertura de esta visita, el diario ruso Komersant informó que estaban sobre la mesa de negociación contratos de ventas de armas rusas por diez mil millones de dólares.

Días atrás, el viceministro de Defensa ruso, Anatoli Antónov, dijo que Egipto compraría una gran cantidad de armas avanzadas rusas. Su declaración tenía lugar justo cuando los altos cargos de esta cartera en ambos países se reunían en el Cairo para abordar asuntos de la esfera militar. El presidente de Egipto, Abdel Fattah al Sisi también se reunió con Putin, aunque las relaciones entre estos países si justificaron que el militar egipcio siguiera hasta Moscú y no aterrizara antes en Sochi.

Pero en este trabajoso movimiento para pisar con mayor fuerza en Medio Oriente, Rusia busca hacer equilibrio con Israel, con quien el país está unido por varias razones, una de ellas la cantidad de rusos de fe judía que residen en suelo israelí o ruso. Durante la primera jornada de la cumbre del clima en París, el primer ministro Benjamín Netanyahu, se refirió a las acciones militares rusas, y aseguró que Moscú y Jerusalén interactuarán en “aire, tierra y más”. Netanyahu se reunió con el mandatario ruso en Moscú en septiembre, cuando el dirigente israelí estaba preocupado por el comienzo de la operación rusa en Siria. Según citó la agencia rusa Sputnik, Putin “dejó claro que garantizará que sean cuales sean las intenciones rusas en Siria, no será cómplice de la agresión iraní”.

Como si este rompecabezas de actores no fuera ya difícil de armonizar, la primera visita que hizo Bashar al Assad fuera de su país desde el comienzo de la guerra siria, fue a Moscú el pasado octubre. El mandatario ruso se había referido a Siria como un país “amigo”, y prometió contribuir militarmente (como ya lo hacía) y en “el proceso político hacia la paz”. Es harto conocido que todos los países del Golfo, los occidentales inmiscuidos en el conflicto sirio e israelí, no quieren ver a Bashar al Assad en un acuerdo político ni ahora ni en el futuro.

El Kremlin invirtió tiempo, dinero y arduas gestiones para intentar un acercamiento a Medio Oriente y no solo ampliar su influencia allí, sino también lograr una solución de la crisis siria que no se olvide de los intereses rusos. Por ello, es de esperar que el incidente con Turquía no empañe las intenciones rusas de este giro. Sin embargo, lo que sí será más difícil de controlar es que los países esquivos de Moscú en la región vuelvan a estar abiertos a vincularse con Rusia. Sobre todo si se tiene en cuenta la reciente reacción que se ha mostrado de algunos actores a las sanciones rusas contra Turquía. En las redes sociales comenzó a circular estas semanas una campaña con el slogan “Apoyar los productos turcos es obligación de todos los musulmanes y árabes”. Entre los firmantes aparecen reconocidos ciudadanos de la región, desde uno de los periodistas más famosos de la televisión de Al Jazeera de Egipto, o el director general del periódico Al-Sharq de Qatar, entre otros.

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