Mar 08.12.2015

EL MUNDO  › TRAS LA PRIMERA VUELTA DE LAS REGIONALES, EL FRENTE NACIONAL SE AFIANZA COMO PRIMER PARTIDO FRANCéS

La ultraderecha seduce con la amenaza

El Frente Nacional hizo de la amenaza su mejor inversión electoral: la amenaza de los inmigrantes y la del Islam, encarnado hoy, en el inconsciente de mucha gente, por la rama más radical. La ampliación de su electorado fue constante.

› Por Eduardo Febbro

Página/12 En Francia

Desde París

La extrema derecha francesa, que nunca gobernó el país, se afianzó en la cima del electorado como el primer partido de Francia. El que gobernó antes, Los Republicanos (conservadores) quedó en segundo lugar y el que gobierna actualmente, el Partido Socialista, en tercera posición. Los resultados de la primera vuelta de las elecciones regionales que se celebraron el domingo seis de diciembre en Francia no hicieron más que repetir el esquema de las últimas consultas donde la ultraderecha del Frente Nacional liderada por Marine Le Pen se lleva el premio de la apuesta democrática. Los frentistas humillaron de hecho a los dos partidos de gobierno. Ante una derecha que imita sin mucho disimulo a la extrema derecha y una izquierda (es una forma de hablar) que ni siquiera se imita a sí misma sino a su rival ideológico, el liberalismo, Francia optó por el modelo más original que aparecía entre la oferta política. El FN obtuvo 27,83 por ciento de los votos, contra 27,33 por ciento para la alianza conservadora y 23,26 por ciento los socialistas. El partido lepenista está así en una situación ideal para ganar seis de las 13 regiones grandes del país.

Pese a la insistencia de los líderes políticos y los analistas en demonizar el movimiento “bleu Marine” de Marine Le Pen, y la no menos insistente opereta de los analistas políticos que llevan años asegurando que la ultraderecha francesa es sólo un fenómeno de la crisis, de la inoperancia europea, del miedo y del desencanto global, el Frente Nacional ha demostrado que va siendo mucho, mucho más que eso. La ampliación de su zócalo electoral ha sido constante desde hace varios años, en particular a partir de las elecciones europeas de 2014, seguidas en 2015 por las departamentales, donde alcanzó el 25 por ciento de los votos. Hace mucho que el FN ha dejado de ser un partido que agrupa a los jubilados, a los xenófobos o a los que le tienen miedo a la globalización. El Frente Nacional es hoy el partido de todos: 43 por ciento de la clase obrera y 36 por ciento de los empleados votan por él mientras que 35 por ciento de los jóvenes entre 18 y 35 años hace lo mismo. En este último ejemplo, los jóvenes adhieren en un 21 por ciento al PS y en un 28 por ciento a la derecha de Los Republicanos. Las encuestas electorales y el voto ofrecen una radiografía exacta de la ramificación que llevó a esta corriente política a desafiar todas las profecías negativas. El golpe es fuerte, y no sólo para el Ejecutivo o la oposición, sino también para el propio espejo en el cual se mira la sociedad. Con un dramatismo poco usual, en un editorial titulado “Cómo se llegó a esto”, el vespertino Le Mondese pregunta “¿cómo un partido reaccionario y xenófobo, animado, pese a lo que diga, por una ideología contraria a los valores de la República y portador de propuestas tan demagógicas como peligrosas, pueda aparecer como un recurso para un elector de cada cuatro?”.

Los porqués son añejos y recientes. Sin dudas, el pánico que suscita entre el electorado el flujo masivo de refugiados que huyen de las guerras que occidente provocó y llegan al continente europeo ha llevado a muchos votantes a arrojarse en los brazos de la extrema derecha. No menos influyentes han resultado los terribles atentados islamistas que golpearon a Francia este año. El que los hermanos Kouachi perpetraron contra el semanario satírico Charlie Hebdo a principios de 2015, el que su cómplice llevó a cabo contra un supermercado judío de la capital, y, el pasado 13 de noviembre, el asesinado a mansalva de 139 personas en las bares de los barrios 10 y 11 de París y en el teatro Bataclan. El Frente Nacional hizo de la amenaza su mejor inversión electoral: la amenaza de los inmigrantes, y la del Islam, encarnado hoy, en el inconsciente de mucha gente, por la rama más radical. Con una habilidad desconcertante, la ultraderecha mezcla las dos cosas y arma un títere que termina por seducir a una sociedad que no encuentra la brújula.

Los partidos gobernantes también cargan con una responsabilidad histórica. Ni la derecha del prestidigitador Nicolas Sarkozy, ni el socialismo aplazado de François Hollande cumplieron con las principales promesas de sus mandatos: combatir el desempleo, sacar a millones de personas de la pobreza o reactivar alguna forma de crecimiento. Mandato tras mandato, izquierda o derecha han literalmente expulsado de sus rangos a millones de electores que se han refugiado en los brazos de una extrema derecha que en pocos años supo disimular sus orígenes, esconder a sus peores representantes, blanquear su discurso e intercambiar su antisemitismo radical por un anti Islam militante. Según escribe un editorialista del diario conservador Le Figaro, “este es el verdadero retrato de Francia y de la miseria social que se instaló progresivamente a lo largo de 40 años de un desempleo de masa que carcome a la sociedad”.

La sanción para el ejecutivo de Manuel Valls es apoteósica. El primer ministro se había comprometido en una campaña “anti FN” que le salió mal. Ahora, ante la perspectiva arrasadora de la segunda vuelta prevista para el próximo 13 de diciembre, Valls se vio obligado a llamar a votar por la alianza conservadora allí donde el Frente Nacional tiene posibilidades de ganar una región. La decisión puede resultar coherente e indigesta, pero también va a reforzar la estrategia de Marine Le Pen, quien se presenta “sola contra todos” los partidos de lo que la ultraderecha llama “el sistema”. El éxito del Frente Nacional premia la estrategia de su líder, Marine Le Pen, y deja desnudos los despropósitos de una clase política oficial que practica la democracia de la elección pero que, hace ya mucho, se olvidó de la democracia real. La absorbieron los jueguitos turbios por las luchas de poder intestinas y el vicio de los privilegios. No han postulado ni un programa verosímil, ni un ideal de país o de sociedad. La ultraderecha se nutre de la decadencia democrática y de la miseria social.

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