Mar 08.12.2015

EL MUNDO  › OPINIóN

La dimensión de la herida

› Por Agustín Lewit *

Desde un primer momento, el chavismo intentó bajarles el precio a las elecciones del domingo, recordando su función literal: renovar –tan solo eso– el pleno de la Asamblea Nacional. Del otro lado, el bloque opositor instaló tempranamente la idea de que, amén de la renovación legislativa, las elecciones serían un plebiscito sobre la gestión de Maduro. Ambas posturas compartían una sospecha: como nunca antes en los más de tres lustros de gobiernos chavistas, la oposición tenía altas chances de resultar vencedora. Y así fue.

La presunción de lo mucho en juego, además, se reflejó en el porcentaje extraordinario de votantes que acudieron a las urnas y en el inusitado interés –tratándose de unos comicios legislativos– de la comunidad política y mediática regional de todos los signos posibles.

Con los resultados en la mano, lo que toca es explicar por qué una hegemonía hasta ahora inquebrantable como la chavista dio los primeros signos de resquebrajamiento. Las razones son muchas y complejas. Conviene, frente a ello, empezar por lo más evidente.

Venezuela vive desde hace tiempo una aguda crisis económica que afecta y mucho al ciudadano de a pie. El caos cambiario, la inflación desmedida y –lo más grave– un desabastecimiento creciente de productos básicos son apenas los signos más evidentes de una economía que arrastra problemas estructurales, golpeada, además, por la caída estrepitosa del precio del petróleo. Todos saben la responsabilidad de algunos sectores concentrados sobre estos fenómenos, movidos por la intención de desestabilizar y lucrar con la especulación. Son conocidos también los denodados esfuerzos –no siempre eficientes– del gobierno para enfrentar esas dificultades, como las redes de distribución de alimentos, el control de precios y los persistentes aumentos de salarios. Pero parece que, para un sector importante de chavistas periféricos –no “maduristas” en su mayoría– ni responsabilidades ajenas ni esfuerzos propios alcanzaron para conjurar los problemas cotidianos, y decidieron volcarse hacia la oposición, más agobiados que seducidos por propuestas opositoras que brillaron por su ausencia.

Y allí hay otro hecho que parece haber estado presente, el cual es extensivo a los demás procesos progresistas de la región: la dificultad de estos gobiernos por seguir generando constantemente expectativas y atender el nivel de demandas sociales que ellos mismos, desde su dinámica reparacionista, alimentaron fuertemente. En Venezuela hubo un proceso de democratización del consumo sin parangón en la historia. Se desplegaron, también, una batería de políticas públicas inéditas. Pero todo eso ya está capitalizado. En efecto, la apelación constante de lo avanzado como único reaseguro de victorias futuras tiene sus límites, y las recientes elecciones de Argentina son también otro claro ejemplo de ello. La promesa de futuro, tal vez más que la memoria, tiene un peso crucial en la configuración del voto y es algo que el chavismo, urgido por los múltiples frentes abiertos, ha descuidado un tanto. Ese descuido dejó un suelo fértil para la oposición en el cual sembró –con éxitos– sus vagas promesas de cambio.

Lo que viene ahora es difícil de pronosticar. Una cosa se sabe: el triunfo opositor hirió al chavismo como nunca antes. Lo que resta ver es la dimensión de esa herida y los efectos de la misma. El gobierno deberá enfrentarse por primera vez con un legislativo dominado por la oposición y tiene ante sí la enorme tarea de rectificar todas aquellas cosas que horadaron su liderazgo. La oposición, a su turno, se encontrará por primera vez con una cantidad de herramientas políticas para legislar y bloquear al gobierno, dentro de las vías constitucionales. La forma en que resuelva las tensiones internas delimitará su marco de acción y el quantum de su poder. Forzando un poco el optimismo, es el tiempo de la realpolitik.

Para terminar, la mención de otro hecho importante: Venezuela es el centro neurálgico de la región, el país que cobija las esperanzas de mantener lo que queda del rumbo progresista, pero también, por ello mismo, la posibilidad de clausura del mismo ante una eventual caída de Maduro. De ahí que las distintas fuerzas políticas de la región hagan fuerza por uno u otro sector. No es poco: en Venezuela, más que en ningún otro país, se cifran las claves de nuestra época.

✱ Cocoordinador del libro Del no al Alca a Unasur.

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