EL MUNDO › EL DETRAS DE ESCENA CAMINO A LA VOTACION
› Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
A las ocho y diecisiete de la noche de ayer el oscuro diputado Paulo Feijó, del oscuro Partido Renovador, ocupó la tribuna de la Cámara en Brasilia para disfrutar de sus tres minutos de fama, ni un segundo más. Ese el tiempo establecido para que los 252 inscriptos pudiesen dirigirse a sus pares explicando las razones de su voto en la tarde de hoy. Paulo Feijó, que es de la provincia de Río de Janeiro, dijo que votará por la destitución de “ese desgobierno”, criticó duramente a la presidenta Dilma Rousseff y listó, con rapidez de narrador de hipódromo, las ciudades que componen su base electoral. “Todos mis electores me exigen el fin de ese pésimo gobierno”, vociferó. Y, para terminar, prestó homenaje a su querida madre, doña Anesia, de 87 años, y al querido tío Jorge, de 85. En ningún momento mencionó lo que la Constitución prevé como motivo legal para destituir a un presidente electo.
De todas formas, Feijó tuvo suerte: había casi un centenar de colegas en el Pleno de la Cámara cuando lanzó sus palabras al viento del olvido y del ridículo. Menos afortunada ha sido la diputada Renata Abreu, del igualmente obscuro PTN. A ella le tocó hablar a las cuatro y ocho minutos de la madrugada de ayer, e igualmente por exactos 180 segundos. A aquellas deshoras, como es comprensible, lucía un aire cansado, pero el vestido azul ajustado demostraba cuidado para semejante ocasión: es que cumplía 34 años, y no dejó de destacar la responsabilidad de festejar la fecha en medio a un “momento histórico”. Fue aplaudida por unos nueve compañeros de velada, que escucharon cada una de las palabras que alguien escribió para que la joven diputada leyera con énfasis de telenovela.
Teóricamente, la maratón olímpica de discursos –ha sido una sesión ininterrumpida, que al final habrá durado más de 50 horas– serviría para que los nobles diputados revelasen sus nobles intenciones, tratando de convencer a sus pares para que siguiesen el ejemplo.
Puro cuento chino: allí se cumplió mecánica y patéticamente el ritual impuesto por el reglamento interno de la Cámara. Lejos se daba la verdadera batalla por la conquista de adeptos para una y otra posición, y son esos los votos que definirán, hoy, el destino de Dilma Rousseff y el destino del país más poblado, económicamente más poderoso y geopolíticamente más importante de América latina. Así, en pura y burda negociación.
La semana ha sido prodigiosa en demostraciones de la estrategia aplicada por los golpistas, que tienen como cabeza visible al vicepresidente Michel Temer y como detentores del verdadero poder a viejos zorros de la baja política brasileña, y de los que tratan de impedir la deposición de una presidenta que supo agotar el inmenso capital político que heredó de su antecesor, Lula da Silva, el más popular presidente brasileño de los últimos 50 años. A propósito, ha sido el mismo Lula quien, en las últimas dos o tres semanas, al constatar el naufragio inevitable, se encargó de intentar la casi imposible tarea de revertir una tendencia que se arrastró como fuego en pasto seco y con viento de cola.
Desde el mediodía del viernes las negociaciones –con sus consecuentes artimañas– se intensificaron a un ritmo de vértigo en Brasilia. Cada voto es un voto a ser conquistado o asegurado. El gobierno sale en franca minoría. La esperanza última es lograr revertir un número suficiente para impedir que las dos terceras partes de la Cámara (342 diputados) aprueben la instauración del juicio destituyente de Dilma Rousseff.
En las últimas dos semanas se multiplicaron, por todo el país, los actos no exactamente en defensa de un gobierno muy criticado y una presidenta muy desgastada, pero en defensa del mandato alcanzado por 54 millones 500 mil votos en las urnas de octubre de 2014. Actos contrarios al golpe institucional se alastraron con fuerza a partir del lunes pasado, cuando Lula se reunió en Río con un grupo de artistas e intelectuales, encabezados por la mítica figura del compositor y escritor Chico Buarque de Hollanda, y en seguida habló para unas 60 mil personas.
Son eventos de efecto simbólico, por cierto, ya que ninguno de los golpistas se dejará seducir por sus repercusiones. Pero que tuvieron como resultado animar a manifestaciones callejeras que se reprodujeron por todo el país. Claro está que ninguna de ellas –inclusive las que reunieron a miles de personas– obtuvo de los medios hegemónicos de comunicación, especialmente los pertenecientes a las Organizaciones Globo, una mísera migaja de espacio. Pero igual se multiplicaron, y hoy estarán por todas las ciudades brasileñas, reconquistando un espacio que la izquierda había perdido para la derecha, esa sí, impulsada por Globo y congéneres.
Nadie sabe lo que pasará hoy. Una cosa, sin embargo, no se discute: el intento de defenestrar a una mandataria que obtuvo 54 millones de votos ha sido comandado por un diputado, el presidente de la Cámara, Eduardo Cunha, de quien se comprobó haber recibido, en un solo negocio, 52 millones de reales (unos 14 millones de dólares) de coima.
Es decir: casi se equiparan en números absolutos. Pero los de ella son votos, y los de él, dinero inmundo. Un corrupto, acompañado por legiones de corruptos, juzga a una presidenta que siquiera es investigada. Así están las cosas.
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