EL MUNDO › EL MOVIMIENTO JUVENIL, LA NOCHE EN PIE, INTERPELA A HOLLANDE
El presidente prometió una revolución y terminó como abanderado del liberalismo. El desafío juvenil encendió a los socialistas, a sus aliados ecologistas, a los de la izquierda radical y, bajo diversas identidades, a la sociedad.
› Por Eduardo Febbro
La izquierda francesa está en plena tormenta. Desacreditada por el mandato social liberal del presidente François Hollande, corroída por densos antagonismos internos que arrastra desde hace mucho y que estallaron con potencia bajo su presidencia, desbordada ahora por un movimiento juvenil y civil, La Noche en Pie, que hizo de la noche y de la ocupación de los espacios públicos el inédito escenario para manifestar su hartazgo y reformular una idea más humana de la acción política y, para colmo, dividida en torno a la idea de organizar elecciones primarias para designar un candidato de cara a las elecciones presidenciales de 2017 cuando, en realidad, Hollande tiene toda la intención de volverse a presentar, la famosa “gauche” de Francia es una madeja llena de nudos.
Nada retrata mejor la paradoja de estos cuatro años de socialismo gobernante como el análisis del politólogo Alain Duhamel publicado en Libération hace unos días: “lo que Hollande hizo de positivo en su acción no figuraba en sus promesas de candidato, y lo que había como más positivo en sus promesas de candidato no figura entre sus acciones actuales. Hollande está prisionero de las esperanzas desencantadas de su campaña y acusado de llevar a cabo una política muy alejada de sus promesas”.
En ese interciso se deslizó una fractura que se agranda a medida que el presidente no encarna otras expectativas. La ruptura encendió al Partido Socialista, a sus aliados ecologistas, a los de la izquierda radical y, bajo diversas identidades, a la sociedad. Mientras una parte se rebela cuando el país brinda su apoyo masivo a la extrema derecha del Frente Nacional, la otra, las generaciones más jóvenes, más activas y urbanas, sacan de la decepción un movimiento social que lleva semanas ocupando de noche la Plaza de la República en París y las de otras ciudades de Francia. La espontaneidad y la permanencia del movimiento Nuit Debout escapó a todos los politólogos y a las eminencias grises de toda la izquierda. Las nuevas generaciones se levantaron contra el proyecto de reforma laboral presentado por la ministra de Trabajo.
Gerd-Rainer Horn, profesor de historia política en la Universidad de Ciencias políticas, recordó en las páginas del diario Le Monde que “nadie anticipó lo que ocurrió en mayo del 68 (revuelta de la juventud contra el General de Gaulle). Las cosas ocurrieron rápido y de forma espontánea”. Aunque la amplitud de las movilizaciones no es la misma que en el mítico mayo francés, resulta contradictorio que la juventud francesa se rebele hoy contra un presidente socialista y no un conservador disciplinado como fue el General de Gaulle. En realidad, François Hollande no protagonizó la revolución que dejó entrever durante su campaña, sino otra distinta: es el abanderado de una contrarrevolución conservadora, de profunda inspiración liberal.
Hoy tiene a la juventud ocupando los espacios públicos de noche y a una izquierda que tantea las sombras con sus velas henchidas de retórica pero más perdida que capitán sin timón. La casta política gobernante mira a los nocheros como si fueran bohemios con resaca. Sin embargo, más allá de su destino político y de su romanticismo que lo lleva a abrazar varias causas, Le Nuit Debout es un diagnóstico sin máscaras de la realidad. Una generación está diciendo no sólo que ya no cree en el Jefe del Estado sino en todo el montaje de ficción democrática que regulan los partidos y las instituciones. En este sentido, el intelectual y universitario Philippe Corcuff escribió en el diario Libération que la Nuit Debout restaura, a su manera, cierta “espiritualidad democrática”. Frente a la dureza ideológica y la estrechez racional del liberalismo que hace del ser humano un objetivo de expoliación, La Nuit Debout pone en juego “la estética de la fragilidad” para recrear, a partir de allí, “una política más digna y cotidiana”. Lo que corre en el río profundo de la revuelta nocturna es la impugnación de la transformación neoliberal del modelo social francés. François Hollande y su Primer Ministro Manuel Valls han intensificado esa transformación tanto más profunda cuanto que ambos asumieron un perfil irreversible. En ruptura total con la base social del PS y, más generalmente, con una gran parte de la sociedad, el Ejecutivo adoptó medidas que la base social de la derecha, minoritaria en el país, reclama hace mucho.
Frente a este nuevo paradigma, el presidente ha respondido con una nueva ofensiva en los medios de comunicación con un objetivo muy alejado de las demandas y expectativas de la calle: diseñar el escenario de su posible candidatura para ser reelegido en las elecciones presidenciales de 2017. Su intervención en uno de esos espacios televisivos preparados y controlados por un equipo de expertos en comunicación, no ha modificado la percepción que el país tiene de un presidente en quien no llega a cartografiar su ruta.
Las reacciones posteriores prueban que Hollande no restauró su credibilidad perdida. Como lo resalta el vespertino Le Monde en un editorial, “el país no le tiene más confianza”. Los sondeos muestran que Hollande se ha convertido en el presidente más impopular de la historia. Electo en 2012 con 51,6 por ciento de los votos, el mandatario ha perdido prácticamente todo el apoyo del electorado. Apenas un 14 por ciento de los franceses respalda su acción. La gestión pública de los atentados contra Charlie Hebdo (enero de 2015) y la de las matanzas de París perpetradas por el Estado Islámico en noviembre de 2015 lo habían sacado de las zonas de rechazo, pero en apenas dos meses dilapidó el crédito recuperado. Primero con un polémico proyecto de reforma de la Constitución destinado a privar de la nacionalidad francesas a las personas con doble nacionalidad implicadas en actos terroristas. La oposición global a esa iniciativa defendida desde hace mucho por la extrema derecha francesa lo llevó a enterrarla definitivamente. Luego presentó la ley de reforma laboral y el apoyo social terminó por venirse abajo. Su política ha repercutido con fuerza destructora en el corazón del socialismo. Este está actualmente enredado en un antagonismo sin fin entre la rama más liberal y la izquierda de corte más clásico. Los peores ataques contra el presidente salieron de su propio campo, o de los sectores afines. A finales de marzo, cuando la CGT encabezó las manifestaciones contra la reforma laboral, Philippe Martinez, el líder de ese sindicato, dijo que Hollande era “peor que Nicolas Sarkozy”. Pascal Cherki, figura emergente del ala izquierda del PS, no cesa de repetir: “no se puede ganar con votos de la izquierda y gobernar para la derecha”. La sanción a esa política es el espejo en el que cada día se refleja el PS.
El presidente parece empeñado en volver a presentarse en 2017, pero los sondeos vaticinan un escenario catastrófico: Hollande ni siquiera sería capaz de pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. El jefe del Estado sería derrotado en la primera por la líder del ultraderechista Frente Nacional, Marine Le Pen. Rechazada por la sociedad, apurada por su propios aliados de la izquierda para que acepte la realización de una elección primaria dentro de la izquierda con el fin de elegir un candidato y evitar “que el partido muera”, la llamada “izquierda de gobierno” ha creado con irrenunciable aplicación un camino de rupturas, sismos, sismas, antagonismos y trastornos de alto poder destructivo. De forma pacífica y desordenada, sin estructura política, los protagonistas de la Nuit Debout han venido, en el último año del mandato presidencial, a darle un cuerpo visible a esa gran noche donde deambulan las interrogaciones, la desesperanza, las decepciones y los sueños de una sociedad que no encuentra en quienes la gobiernan un proyecto o un relato con sentido por el cual seguir apostando.
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