EL MUNDO › EL DEBATE MIGRATORIO HA COPADO LA AGENDA DEL REFERéNDUM, DESPLAZANDO LAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA ECONOMíA
El índice bursátil que abarca a las 100 empresas más cotizadas en el Reino Unido, el FTSE 100, perdió ayer martes más de 20 mil millones de libras, la libra esterlina cayó frente al dólar y el resto de las monedas mundiales.
› Por Marcelo Justo
Página/12 En Gran Bretaña
Desde Londres
En 1963 el presidente de Francia Charles De Gaulle vetó el ingreso del Reino Unido a la Comunidad Económica Europea por “la profunda hostilidad británica al proyecto paneuropeo”. El Reino Unido necesitó otros 10 años y que De Gaulle dejara el poder para finalmente ingresar en la Comunidad. Un año más tarde estaba en plena guerra contra los otros 8 miembros que formaban el bloque (hoy son 28 países) por la política agraria y presupuestaria europea. Otros 12 meses y los británicos realizaban un referendo en el que ganó por amplia mayoría el sí a Europa, a pesar de que el partido entonces en el poder, el Laborismo (hoy profundamente pro-eruopeo), quedó partido por la mitad como ahora lo está el conservador.
Más de medio siglo más tarde, ¿será que tenía razón De Gaulle sobre los británicos y su “profunda hostilidad”? Tres sondeos esta semana le dan una ventaja de 7, 6 y 1 punto a los “Brexit” que quieren que el Reino Unido vote por la salida de la Unión Europea en el referendo del 23 de junio. El índice bursátil que abarca a las 100 empresas más cotizadas en el Reino Unido, el FTSE 100, perdió ayer martes más de 20 mil millones de libras, la libra esterlina cayó frente al dólar y el resto de las monedas mundiales, “incluyendo el quetzal guatemalteco, el colon salvadoreño y el peso colombiano”, según intentó dramatizar el pro-europeo vespertino Evening Standard. Los sondeos varían, pero ya nadie descarta que el 24 de junio el Reino Unido dé el portazo a la UE.
Una ventaja que tienen hoy los Brexit es que su caballito de batalla, la inmigración, le está ganando al de los pro-europeos, la economía, como eje central de campaña. Los Brexit comparan a la UE con una puerta abierta por la que ingresarán cinco millones de personas en los próximos cuatro años, la mayoría de los ex países del este europeo (Polonia, Rumania, Hungría, naciones bálticas), con consecuencias devastadoras para el empleo, la salud y la educación. Con ese mensaje han conseguido capturar a una buena porción del voto de clase trabajadora y apuntalar las numerosas razones que pueden esgrimir otros sectores sociales sobre la ineficiencia y burocracia de la UE.
Pero el comentarista Martin Kettle del diario The Guardian apunta a razones mucho más profundas. “Estamos pagando el precio de nuestros malos hábitos pasados y presentes. El laborista James Callaghan (….entre 1976 y 1979…) fue el último primer ministro que no definió a Europa como un antagonismo profundo entre “ellos” y “nosotros”. Ni siquiera Blair, el más europeísta de todos, se abstuvo de hablar de Gran Bretaña liderando a Europa más que siendo parte de un equipo. Hemos estado todos estos años pidiendo excepciones, cláusulas especiales, recortes presupuestarios. Siempre actuamos como divas, nunca tuvimos la confianza para ser parte de un equipo. Si se le suma la ayuda de los medios que han adoptado una actitud polarizadora, partisana y sensacionalista en contra de Europa, se ve por qué la población puede terminar votando a favor de un Brexit”, señala Kettle.
Es una larga historia. En 1983 el líder laborista Michael Foot prometió salir de la Comunidad Europea en su programa electoral con el apoyo entusiasta de uno de los candidatos a la Cámara de los Comunes, el actual líder Jeremy Corbyn. Foot perdió por paliza frente a Margaret Thatcher que inmediatamente después, con el halo victorioso de la guerra de Malvinas, lanzó una campaña para obtener una rebaja en la contribución presupuestaria británica que finalmente consiguió en 1984. A pesar de esta concesión, Thatcher, entusiasta pro-europea en el referendo de 1975, se conviertió en una feroz antieuropeísta: sus peleas con la Comunidad fueron fundamentales para su caída en 1990.
La caída de la dama de hierro inauguró un período de guerra civil entre los conservadores polarizados en dos sectores irreconciliables: los eurófilos y euroescépticos. Esta guerra llevó a la victoria del Nuevo Laborismo de Tony Blair en 1997 y abonó las dos siguientes victorias de la centroizquierda. Ni con la guerra con Irak el electorado aceptó votar como gobierno a un partido tan profundamente partido por la mitad como eran los conservadores con el tema europeo. En 2010, luego de 13 años en el exilio de la oposición, David Cameron logró acallar el tema europeo y los conservadores derrotaron al laborismo. Una vez en el gobierno el tema europeo volvió a depuntar, un desprendimiento hasta allí minoritario de los conservadores, el eurófobo UKIP, empezó a restarle votos por derecha a los tories y, para solucionarlo, Cameron prometió un referendo en caso de que los conservadores ganaran con mayoría propia en las elecciones de 2015, promesa tramposa porque todas las encuestas predecían los comicios más ajustados de las últimas décadas. El 7 de mayo de 2015 fue la gran sorpresa. Los conservadores obtuvieron mayoría propia y Cameron se vio obligado a cumplir con su promesa. Si hubiera tenido que formar una coalición, como auguraban las encuestas, podría haber dicho que el acuerdo con un partido pro-europeo, le había exigido dar marcha atrás con la consulta. Pero no. Y hoy los conservadores se encuentran otra vez inmersos en una guerra civil y Cameron se juega su cabeza en este referendo porque si pierde difícilmente se mantenga en el cargo y la historia lo recordará como el que llevó al Reino Unido fuera de la Unión Europea. Desde ya que no todo está perdido hasta el 23 de junio. Con un 17% de indecisos, todavía puede haber un vuelco decisivo a último momento que evite lo impensable. Es lo que sucedió en el referendo sobre la independencia de Escocia en 2014. Aparente cómoda ventaja del status quo, repentino pánico y victoria mucho más amplia de lo que auguraban los sondeos. Pero la realidad es que la historia no busca precedentes en el pasado para saber qué hacer en el presente: cada hecho tiene su propia dinámica.
En todo caso cabe preguntarse si el referendo servirá para calmar de una vez por todas la ambivalencia británica hacia europa. En un debate en Londres, Carolyn Fairbairn, directora de la central de empresarios, el pro-europeísta CBI, señaló que temía una votación muy estrecha. “Necesitamos salir de esta imcertidumbre con una votación que no deje dudas para poder mirar al futuro”, dijo. En caso de que no se cumpla este deseo, otro participante del debate sugirió que la situación debería congelarse. “Si el Brexit gana por un márgen ínfimo, no creo que haya un mandato para cambiar por completo. Y si gana el Permanecer y seguimos profundizando la integración como si nada pasara, estamos también en problemas”, señaló el euroescéptico Daniel Hannan.
Con los últimos sondeos a la vista, un alto dirigente del Brexit confirmó en estricto off the record al diario Evening Standard esta posibilidad diciendo que una victoria muy estrecha sería sobre todo un mandato para volver a negociar con la UE. En este nuevo “to be or not to be” que se juega el 23 de enero, la respuesta de los ambivalentes británicos podría terminar siendo “maybe” o “I do not know” o negociemos todo de nuevo.
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