EL MUNDO › COMO VIVIERON LOS COLOMBIANOS LAS NOTICIAS DESDE LA HABANA
Colombia salió a la calle para festejar la paz. Con manifestaciones y marchas en todo el país, la emoción desbordó a un pueblo atravesado por un conflicto del que todos se sienten víctimas. “Cuando cesa la guerra, crece la vida”.
Desde Medellín
Se camina con la certeza de que, ante los ojos, aparecerá esa imagen anhelada desde que se conocen las entrañas de la guerra: la gente se abraza, ondean banderas blancas, se escucha música colombiana y todos bailan celebrando que Colombia conocerá la paz. Al doblar la esquina, cientos de personas rodean flores y tambores en medio del piso, entre las esculturas de Fernando Botero que, en silencio, parecen otros espectadores de esta escena increíble: ahora sí, el último día de la guerra en Colombia. Horas antes, en La Habana, el presidente Juan Manuel Santos y el comandante de las FARC Timoleón Jiménez se dieron la mano tras anunciar que esa guerrilla depone las armas. “¡Silencio a los fusiles! ¡Que en paz descanse la guerra! ¡Sí se pudo!”, dice una mujer al micrófono invitando a los transeúntes a congregarse en esta fiesta por la paz.
“Hemos nacido, hemos crecido y hemos resistido pacíficamente todos estos años de guerra. Sigamos unidos. Sabemos que lo viene será difícil, pero también sabemos que juntos y juntas lo lograremos”, repite la vocera de la Ruta Pacífica de las Mujeres que convocó a este Plantón por la Paz en la capital de Antioquia. También están aquí las madres de los secuestrados, las viudas que buscan a sus maridos desaparecidos en La Escombrera, los hombres valientes con quienes año tras año se juntaron mercados y fuerzas del gobierno para los familiares de los niños que nos asesinan en las lomas de esta comuna, para los desplazados que no aguantan las confrontaciones en las montañas repletas de coca, para los huérfanos que no encuentran trabajo y empuñan un arma para aferrarse a sus sueños. Gerardo, con aproximadamente sesenta años, es uno de ellos. Hay un abrazo eterno con un compañero y las lágrimas corren. Tantos inocentes enterrados y ahora, como nunca antes, se festeja la vida, la esperanza de un futuro en paz. “Nací para vivir este día, lo pude conocer, estamos vivos, lo estamos viviendo, es real”, susurra. Flota la promesa intrínseca de seguir juntos para lo que sigue: enfrentar los días duros en que la oposición y las fuerzas oscuras seguirán amenazando a quienes defienden este Proceso de Paz. “No importa, ha sido ha sido siempre, aquí estaremos, daremos la vida, hemos dado la vida ya, esos que no tienen más qué decir sino un disparo frente a la paz, esos no se acaban, pero nosotros tampoco, y seguro seremos más y más”, dice María Elena Toro, de Madres de la Candelaria, con las canas que ha ganado buscando por años a sus tres familiares desaparecidos.
“Ahora la misión es aprender a amarnos”, comenta Jeison Henao, habitante de un barrio popular llamado Moravia, quien, junto a unas quinientas personas, aplaude al ritmo de los tambores el grito que no cesa: “Sí se pudo. Sí se pudo”. “La felicidad es por los que vienen. Cuando cesa la guerra, crece la vida”, agrega el muchacho, que acaba de ser padre y ve en el anuncio de hoy no sólo la esperanza de vivir en un país diferente, sino de dejarle un pueblo en paz a su pequeña hija. Liseth y Anderson, niños de la Comuna 13 –un convulsionado barrio donde la presencia de la guerrilla y Fuerza Pública aliada con los paramilitares aporreó sus vidas–, le sacan fotografías a Jeison. “¡Estamos reportando el fin de la guerra! ¡Es real!”, se dicen, tocándose los hombros, las manos, y repiten: “¡Es real!”.
A un costado Yerson González sonríe a los chicos de la 13. “Parceritos”, se gritan los defensores de derechos humanos, los antimilitaristas, las mujeres, los investigadores sociales, los artistas, todos reunidos para aplaudir en este día histórico. “Transitemos al fin de la guerra. Es un momento de caminar al horizonte sin fusiles y con la palabra”, dice Yerson, quien por años ha hecho teatro para construir paz en las lomas de las zonas excluidas de esta ciudad donde, si bien las FARC se terminaron en los años noventa, se vive el rigor del conflicto por cuenta del narcotráfico y el paramilitarismo, así como por el desarraigo que expulsa a millones de campesinos a esta urbe.
“Muchas veces la garganta está atorada por el dolor, hoy está atorada por la alegría y en nombre de los que ya no están con nosotros es necesario trabajar por la paz”, comenta entusiasta Luz Amparo Sánchez, investigadora social y defensora de derechos humanos, junto a un grupo de “evangelizadores” de la paz que realizan pedagogía de los Diálogos de La Habana por municipios en Antioquia desde hace un año. El festejo conmueve. Muchos lloran y siguen abrazándose. Jairo Calle, reportero de radio por años, grita emocionado por dar las buenas noticias: “Me tocó esto. Nos tocó, hermana. ¡Nos tocó!”. El sol empieza a esconderse y, después de dos horas, los tambores siguen sonando. Entonan las melodías colombianas: cumbia, palmas, sonrisas, globos de colores, telas blancas que se ondean en el cielo azul claro, igual al sueño de todos los colombianos que, hastiados de medio siglo de violencias, cargan la esperanza de esa otra Colombia que hoy comienza a construirse.
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