Mié 29.06.2016

EL MUNDO  › LA SALIDA DE GRAN BRETAñA DE LA UNIóN EUROPEA ABRE UN CAMINO ECONóMICO INCIERTO

Libre comercio pero sin mercado único

Los partidarios del Brexit prometen un futuro promisorio. Sin embargo, en el peor de los casos los británicos podrían perder el acceso al mercado común y tendrían que buscar un acuerdo de libre comercio o convertirse en un país más que comercia con la UE.

› Por Marcelo Justo

Página/12 En Gran Bretaña

Desde Londres

Nadie tiene muy claro para dónde rumbea el barco británico. Los Brexit y su líder de facto, Boris Johnson, ex alcalde de Londres y favorito a reemplazar a David Cameron de acá a septiembre, pintan un potencial futuro rosa con la Unión Europea en el que, como dice la expresión inglesa, pueden tener la torta y al mismo tiempo comérsela (have the cake and eat it). “Vamos a seguir disfrutando del libre comercio y el acceso al mercado único europeo, pero no vamos a tener que abrir nuestras fronteras a todos los inmigrantes, ni aceptar la legislación de Bruselas para nuestros asuntos internos”, señaló Johnson.

El mercado común europeo, que permite la “libre circulación de bienes, servicios, capital y personas”, es fundamental para el Reino Unido. Un 44 por ciento de sus exportaciones van a países de la UE: un 53 por ciento de sus importaciones provienen de los otros 27 miembros. En este sentido Johnson y los Brexit tienen razón en que le convendría a ambas partes seguir con ese acuerdo, pero trampean al no reconocer que las reglas del mercado único descartan explícitamente todo control inmigratorio.

El modelo alternativo de los Brexit es incorporarse al Area Económica Europea que hoy agrupa a tres países: Noruega, el paraísos fiscal Liechestein y el país que acaba de eliminar a Inglaterra de la Eurocopa, Islandia. Estos países no forman parte de la UE, pero tienen pleno acceso al mercado único europeo. En el realismo mágico que dominó durante la campaña, los Brexit presentaron este modelo como la alternativa perfecta que les permitiría conservar las ventajas comerciales del mercado único, pero sin inmigrantes.

La realidad es mucho más complicada que estos pases de magia. Para tener acceso al mercado único, los tres países del Area Económica Europea tienen que contribuir al presupuesto de la UE y aceptar que los ciudadanos europeos pueden vivir y trabajar en su territorio. A cambio de eso un país como Noruega se libera de la regulación europea en sectores como agricultura, pesca, justicia, pero no tienen ni voz ni voto en las decisiones de la UE en otros campos.

En resumen, la situación no sería muy diferente a la que tiene hoy el Reino Unido en el interior de la UE a la que, conviene recordar, todavía pertenece. Un diputado alemán aliado de la canciller Angela Merkel, Michael Fuchs, le señaló a la BBC que “la contribución per cápita que hace Noruega es la misma que hoy paga el Reino Unido, de modo que no va a ahorrar nada por este camino”.

El Reino Unido tiene todavía que invocar el capítulo 50 de los Tratados Europeos para iniciar la negociación de salida de la UE, pero la incertidumbre sobre el futuro es evidente. La negociación puede tomar dos años y más. En el peor de los casos, los británicos perderían acceso al Mercado Unico y tendrían que buscar un acuerdo de libre comercio o simplemente acoplarse a las reglas de la Organización Mundial del Comercio, es decir, convertirse en un país más que comercia con la UE y tiene que aceptar sus aranceles y restricciones.

En los últimos días varias multinacionales como Airbus o Ford que usaban al Reino Unido como trampolín para toda la UE señalaron que van a revisar sus planes de inversión. La caída del indice FTSE100, que agrupa a las 100 empresas más importantes en la bolsa británica, es una clara señal de este impacto del Brexit en las multinacionales. La industria automotriz con sus proveedores de acero y plástico será una de las más afectadas por una pérdida del mercado único.

Otro sector en peligro ante un Brexit es el de servicios, que representa un 80 por ciento de la actividad económica británica, y la City de Londres, actual monarca financiera de la UE. JP Morgan y Morgan Stanley ya han anunciado que deberán relocalizar a miles de empleados en el continente. HSBC había alertado algo similar antes de la votación.

Un negocio que podría perder en el camino del Brexit es la timba financiera del “euro trading”, los billones de derivados, acciones y otros instrumentos financieros que maneja la City diariamente. “En Frankfurt y París muchos apuestan al Brexit”, advirtió antes del referendo el magnate de Wall Street Michael Bloomberg. Luxemburgo y Dublín se sumarían a la pesca de cualquier negocio financiero que disparara de un Reino Unido literalmente aislado de la UE.

Uno podría argumentar que a la larga no sería una mala idea dejar la timba, pero para bien o para mal las finanzas es uno de los pocos sectores en que el Reino Unido tiene liderazgo mundial. Según sus adalides, representan un 12 por ciento del PBI, más de dos millones de puestos y unas 66 mil millones de libras en impuestos por año. Un crítico, Nicholas Shaxson, autor de Las Islas del Tesoro y miembro de la Red de Justicia Fiscal, señala en su libro que la City y su red de paraísos fiscales fueron la manera en que el Reino Unido consiguió preservar algo de su pasado imperial.

Los Brexit argumentan con cierta razón que la UE tiene tanto interés en el mercado británico como el Reino Unido en el continente. Los británicos son el principal destino europeo de la poderosa industria automotriz germana. En un artículo publicado este lunes, Boris Johnson llegó a asegurar que el BDI, central empresaria germana, apoyaba la permanencia del Reino Unido en el mercado común. Consultado por la BBC, el BDI señaló que jamás había dicho eso y luego, en un comunicado oficial, añadió que lamentaba profundamente el resultado del referendo.

El impacto del referendo ha sido tal que en los últimos días se han sumado las voces que dicen que, a la larga, no va a haber Brexit. El ministro de Salud, el pro-europeo Jeremy Hunt, uno de los precandidatos a sustituir al primer ministro David Cameron, indicó ayer que en todo caso tendría que haber un segundo referendo si hay un acuerdo de salida de la UE. Un columnista del Financial Times, Gideon Rachman, especuló esta semana que no sería la primera vez que se revierte un referendo que parece dejar a la UE patas para arriba. “En 1992 los daneses rechazaron el Tratado de Maastricht. Los irlandeses rechazaron el Tratado de Nice en 2001 y el de Lisboa en 2008. ¿Qué pasó? La UE siguió adelante. Los daneses e irlandeses ganaron ciertas concesiones. Hubo un segundo referendo. Y se logró finalmente el resultado esperado”, señaló Rachman.

Nadie descarta este resultado en un país que todavía tiene que sustituir al actual primer ministro sin convocar a elecciones porque en su sistema parlamentario basta con el voto del partido con más diputados. Pero en una Unión Europea que tiene un claro déficit democrático y que cada vez parece más pegada a intereses corporativos, sería una nueva contribución al desencanto. En 1992, 2001 y aún en 2008, antes del estallido financiero, la economía podía sostener estos deslices representativos. En una economía estancada, con la eurozona en crisis permanente, con el recuerdo siempre fresco del referendo griego del año pasado que la UE aplastó en Bruselas, puede ser un nuevo golpe a un proyecto tambaleante.

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