Dom 03.07.2016

EL MUNDO  › OPINION

Desmonte veloz y clandestino

› Por Eric Nepomuceno

Brasil vive el cotidiano gotear de denuncias contra políticos de toda estirpe y calibre. En estas últimas semanas, la principal concentración de acusaciones tuvo como blanco a algunos de los más habituales frecuentadores de las listas de nombres que desde hace añares hacen de la política una palanca para desviar recursos públicos para sus bolsillos y para ayudar a elegir aliados que, por su vez, ayudarán a que todo el esquema se mantenga intocado. Exactamente el grupo que ocupa el poder, luego de haber apartado a una presidenta contra la cual no existe una sola denuncia de corrupción.

Resulta curioso observar como los grandes medios de comunicación persisten en sus esfuerzos para tratar de convencer a la opinión pública que la corrupción es un invento del PT, y que antes de Lula da Silva y su pandilla se robaba, es verdad, pero un poquitín nomás.

El actual aluvión de denuncias hace con que esa tarea de los grandes conglomerados de comunicación, con las organizaciones Globo (diario, revistas, emisoras de radio y monopolio televisivo) a la cabeza, enfrente obstáculos. A cada día resulta más difícil envenenar aún más a la ya idiotizada opinión pública brasileña.

Ya no es tan fácil impedir que se conozcan las jugosas denuncias contra Michel Temer, el presidente interino, y el núcleo duro que lo rodea. Su cómplice –perdón: aliado– más visible, Eduardo Cunha, alejado de la presidencia de la Cámara de Diputados por decisión de la Corte Suprema, y cuyo mandato está por un filo, se transformó en el símbolo más concreto de la villanía en que se transformó el Congreso brasileño.

Pues Temer, el interino, lo recibió, en la noche del domingo pasado, en la residencia oficial de la vicepresidencia de la Nación. Oficialmente, para que los dos hiciesen un análisis del actual cuadro político brasileño. La verdad, sin embargo, es otra: una vez más, Cunha fue advertir a Temer que o se encuentran medios para salvar su mandato y asegurar su inmunidad, o será el caos. Hasta el césped de los inmensos jardines de Brasilia saben que, si Cunha abre la boca, no quedará piedra sobre piedra en el PMDB que él y Temer dominan.

La verdad es que la lentitud en que trascurre el proceso de destitución de Dilma Rousseff se hace agobiante. A estas alturas, la posibilidad de que la presidenta logre revertir votos en el Senado y ser reconducida parece ínfima.

Por más que hasta algunos senadores que defienden el golpe reconozcan que no hay ninguna razón constitucional para liquidar el mandato de Dilma Rousseff, ese ya no es más que un detalle sin importancia. El golpe está configurado, implementado, y deshacerlo es tarea casi imposible.

Mientras el país se asombra con el huracán de denuncias, prisiones arbitrarias, violaciones de códigos legales, con el dominio fuera de control de la tríade Fiscalía-Poder Judiciario-Policía Federal, eufóricamente aplaudida por los medios hegemónicos de comunicación, algo más afilado y cortante se impone.

El golpe en curso nace del convencimiento, de parte de los derrotados en las urnas, de que no sería tan fácil recuperar el poder por la vía del voto popular. Y, con eso, crecía cada vez más el riesgo de que el proyecto político económico llevado adelante por los gobiernos del PT se consolidase y avanzase.

Esa, la verdadera razón del golpe en curso, y que, vale repetir, tiene amplias posibilidades de éxito.

Por esos días se votará, en el Congreso, un cambio radical en la legislación del petróleo. Será el retorno del régimen anterior a Lula da Silva: los inmensos yacimientos del llamado pre sal, o sea, en aguas ultra profundas, podrán ser subastados sin que la Petrobras participe necesariamente de su explotación y producción.

Se pretende, en seguida, abrir el capital de varias subsidiarias de la estatal, en especial la red de ductos, las plataformas marítimas y, un poco más adelante, las refinerías.

Otro blanco: el sector eléctrico, ya bastante abierto a la iniciativa privada, será ofertado a grupos multinacionales.

Dilma Rousseff impuso límites a la compra de tierras por extranjeros. La razón: el voraz apetito chino, que pretende comprar extensiones inmensas para plantar soya que luego será exportada a China. Bueno: Michel Temer ya anunció que esa legislación será alterada.

Los estados brasileños, altamente endeudados, recibirán ayuda del gobierno nacional, siempre que procedan a privatizar lo que sea posible, de carreteras al servicio de suministro de agua, colecta de basura, saneamiento básico y, según el caso, red de hospitales.

El equipo económico de Temer es ducho en tales tareas. Cada uno de ellos es altamente eficaz a la hora de seguir, de la manera más radical posible, la cartilla del neoliberalismo devorador e insaciable. El ministro de Hacienda, por ejemplo, fue presidente mundial del BankBoston. El presidente del Banco Central es accionista del Itaú, mayor banco privado brasileño. Semejante equipo, comandado por un presidente que, por su vez, es líder de una pandilla, configura el cuadro oculto, pero cuyos efectos serán devastadores para el país.

Y es así, tras la pantalla de las denuncias y de escándalos, que en altísima velocidad se prepara el desmonte del país.

Porque todos saben que es casi imposible, para alguien tan involucrado en escándalos de corrupción como Michel Temer y sus cómplices (perdón: grupo de asesores directos), permanecer en el poder. Algo pasará. Y, mientras no pasa, que se desmonte el país y se lo venda al mejor postor.

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