Mar 09.08.2016

EL MUNDO  › EN VENTIMIGLIA, ITALIA, SE PUBLICA EL PRIMER PERIóDICO DE LOS INMIGRANTES

Los migrantes ya tienen quien les escriba

En el norte de la península, cerca de las fronteras con Francia y Suiza, acampan miles de migrantes en viaje hacia Alemania y el Reino Unido. La semana pasada hubo protestas y represión y 140 refugiados se tiraron al mar y llegaron a nado hasta las costas francesas.

› Por Elena Llorente

Desde Roma

Pese a las propuestas y contrapropuestas en la Unión Europea, el drama de los migrantes sigue vivo y en Italia ahora se concentra también en el norte del país, no sólo en las costas donde se verifica cada día la llegada de cientos de prófugos. En Ventimiglia –frontera con Francia– y en Como –frontera con Suiza– se multiplican los campamentos y las revueltas. Allí van los migrantes, escapando de los centros de recepción de Italia, para tratar de llegar a Francia y luego el Reino Unido, o para llegar a Alemania a través de Suiza. Pero tanto Francia como Suiza los rechazan. Francia, porque no quiere recibir más migrantes por razones de seguridad, dada la ola de atentados de los últimos meses. Pero también porque, teóricamente, los migrantes deben ser identificados en el país al que llegan, que deberá verificar si reúnen las condiciones para el status de refugiado –es decir que escapan de guerras o persecuciones, para poder ser acogidos–. Los migrantes económicos no tienen derecho. Suiza no los recibe porque no quiere, no es miembro de la Unión Europea y no se somete a sus reglas.

En Ventimiglia, desde hace meses acampan miles de migrantes. A veces directamente sobre las piedras de la costa, con un calentadorcito para inventarse algo de comer o beber caliente, y una manta sobre la cual dormir. Ahora hace calor, pero esto empezó cuando todavía hacía frío en Italia. Pero la semana pasada las cosas llegaron a un extremo. Se organizaron protestas, en parte con la ayuda de jóvenes italianos del grupo No Borders (No a las Fronteras, que por lo demás es el lema de la Unión Europea), y la policía se puso dura y volaron palos y gases lacrimógenos. Unos 140 migrantes se tiraron al mar y llegaron nadando hasta Menton, la ciudad francesa del otro lado de la frontera. Un dirigente de la policía que estaba presente murió de un infarto y aunque nada tuvo que ver con la manifestación, el hecho sirvió para caldear los ánimos de los policías.

En Como, unos 400 migrantes, incluidos mujeres y niños, acampan desde hace más de un mes en la estación de San Giovanni, porque las autoridades suizas no los dejan pasar. Muchos de ellos han presentado la solicitud para el status de refugiados, pero las respuestas demoran a veces hasta dos años y por eso muchos dejan los centros de recepción y parten por su cuenta.

“En Ventimiglia nos estamos jugando Europa. Y nosotros lo estamos gestionando con la máxima eficiencia posible en una fase de verdadera emergencia a nivel de las migraciones”, declaró el ministro del Interior, Angelino Alfano. “No permitiremos que Ventimiglia se convierta en la Calais italiana”, agregó, en alusión a la ciudad francesa que en las zonas cercanas al ingreso del túnel que atraviesa el canal de La Mancha, entre Francia y Gran Bretaña, se transformó en un gran campamento de migrantes que intentan por todos los medios conseguir el sueño de su vida: llegar al país cuya lengua hablan, donde tienen parientes o amigos, donde pueden encontrar trabajo.

El problema de los migrantes sólo puede resolverse “a nivel nacional”, aseguró el presidente de la Liguria –a la que pertenece Ventimiglia–, Giovanni Toti, de Forza Italia. Según Toti, hay que “limitar los ingresos, encontrar el modo de identificar las personas rápidamente y evitar que circulen libremente por el país, abrir centros de identificación y expulsión que actúen rápidamente”. Para el jefe de la policía nacional, Franco Gabrielli, la solución es “trasladar los migrantes a otro lado”. “La situación es grave pero no trágica, y durará al menos hasta fines del verano”, concluyó ante los periodistas.

Mientras tanto, en otras regiones de la península surgen ideas para ayudar a los italianos a comprender y aceptar el fenómeno de los migrantes y a los migrantes, a digerir el propio drama. La Nostra Voce (Nuestra Voz) es una publicación bimestral editada en la Toscana (centro del país) por la cooperativa Il Cenacolo. Dos migrantes hacen de periodistas, recogiendo los testimonios en inglés y francés, que luego la cooperativa traduce al italiano. Los migrantes cuentan su experiencia al cruzar el Mediterráneo, la extenuante marcha a través del Sahara, la tragedia de vivir y sufrir en Libia en manos de los traficantes, el miedo de ser rechazados y tener que volver a casa.

Los inmigrantes, en todas las épocas y en todos los mundos, no cuentan a sus familiares la verdad sobre la propia experiencia, sobre el viaje, sobre sus sufrimientos. Hablan de lo maravilloso que es vivir en Europa. Jamás si sufrieron hambre en el trayecto, si fueron o son sometidos a malos tratos o violaciones. Y esta publicación, según dijo al diario Il Fatto Quotidiano el psicoterapeuta Davide Delle Cave, miembro de la cooperativa, sirve para exorcizar muchas de esas angustias. “Nuestra Voz –dijo– es un periódico escrito por los prófugos que cuentan la experiencia de otros prófugos, todo su dolor, su esperanza de poder construirse un mundo mejor. Es una oportunidad también para el que lee y para recordar que los inmigrantes son seres humanos, no números”, como a veces surge de los artículos de la prensa.

Este primer número de Nuestra Voz cuenta la experiencia de jóvenes venidos de Senegal, Burkina Faso, Ghana, Mali y Bangladesh, entre otros países.

La idea de hacer este periódico surgió un día en que la cooperativa empezaba a dar un curso de italiano para inmigrantes. Uno de ellos, de Ghana, se conmovió, dijo que nunca había tenido la oportunidad de estudiar, que trabajaba desde niño y que el estudio era la cosa más bella a la que un joven podía aspirar. “Nosotros lo escuchamos y decidimos que esa historia debía ser contada”, dijo Delle Cave al diario romano. Algunos testimonios no tienen nombres. Aparecen sólo las iniciales porque muchos de ellos tienen miedo. Uno de ellos contó que su pasaje por Libia había sido terrible. “Allí no hay paz, sobre todo para negros como yo”, dijo. Contó que una vez, mientras estaba yendo a trabajar, la policía lo detuvo y lo tuvo preso por siete meses en condiciones inhumanas y sin explicaciones. Casi un año después logró reunir el dinero para pagar a los traficantes el viaje que lo trajo a Italia.

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