EL MUNDO › ENTREVISTA A ROGELIO AGUSTíN GOIBURú BENíTEZ, TITULAR DE LA COMISIóN DE VERDAD Y JUSTICIA DEL PARAGUAY
Goiburú Benítez, hijo de una de las víctimas de la dictadura de Stroessner, encabeza la búsqueda e identificación de desaparecidos. Y asegura que cuando limpia los restos con su cepillo o su esteca siente que no podría hacer otro trabajo.
› Por Adrián Pérez
En el almanaque de Rogelio Agustín Goiburú Benítez, el 9 de febrero de 1977 es una de las jornadas más dolorosas. Hombres de civil secuestraron aquel día en Paraná, Entre Ríos, a su padre, Agustín Goiburú, que había llegado a la Argentina en 1959 desde Paraguay. La historia de Rogelio se parece a la de otros hijos y otras hijas a quienes el Plan Cóndor les arrancó lo más querido, con una salvedad. En 2006, el Estado paraguayo lo convocó para que se hiciera cargo del Area de Investigación de Desapariciones Forzadas y Ejecuciones Extrajudiciales de la Comisión de Verdad y Justicia. Además, desde 2013 encabeza la búsqueda e identificación de desaparecidos en la Dirección de Memoria Histórica y Reparación del Ministerio de Justicia paraguayo.
Dice que extraña a su padre como el primer día. A Rogelio el telegrama que informaba sobre esa desaparición lo encontró en Corrientes. Al leer el mensaje un frío paralizante le atravesó la columna. Corrió a buscar un teléfono para llamar a Paraná. Una vecina le contó los detalles. Esa misma noche se tomó un colectivo a Entre Ríos. La policía había devuelto el auto de la familia, que manejaba el padre, y le entregó las llaves a su madre.
Aunque Goiburú Benítez nació en Asunción, su infancia y juventud transcurrieron río abajo, en la otra margen del Paraná. Cursó la escuela primaria y secundaria en Misiones, estudió medicina en la Universidad Nacional del Nordeste, y durante el golpe de Estado de 1976 fue detenido, estuvo quince días desaparecido y fue expulsado de la UNNE. Continuó sus estudios en La Plata, terminó la carrera en la UBA, pero no llegó a tramitar el título porque se mudó a la Unión Soviética.
En diálogo con Página/12, el coordinador del Equipo Nacional de Búsqueda e Identificación (Enabi) de desaparecidos de la dictadura stronista adelanta que su equipo volverá a excavar en Asunción, en la Agrupación Especializada de la Policía Nacional donde encontraron los restos de Rafaela Giuliana Filipazzi Rossino y de Miguel Angel Soler Canale –los primeros desaparecidos paraguayos identificados–, porque se construyeron muchos edificios, luego de 1980, debajo de los cuales habrían más tumbas. El médico paraguayo pudo dar con ese terreno gracias al testimonio confidencial de treinta y cuatro ex militares y policías que señalaron los lugares donde se enterraban los cuerpos.
Para explicar la importancia del hallazgo anunciado la semana pasada, Goiburú Benítez cuenta la historia de un joven asesinado en un pueblo ubicado a 350 kilómetros de Asunción. El chico, de 15 años, estaba a cincuenta metros de donde lo iban a matar. Los oficiales del Ejército le dieron una pala para que cavara una fosa. Cuando le vendaron los ojos, el chico le pidió a un soldado: “¡Sáquenme la venda, no soy ningún cobarde! Estoy aquí, como soldado de la patria, porque vine a luchar por la libertad de mi país. Quiero que le avisen a mi familia que aquí voy a estar enterrado para siempre”.
El joven cayó a la fosa luego de recibir un disparo en la cabeza. “Como ese ciudadano, muchos de nuestros compatriotas quisieron que un día alguien los encuentre. Yo sé que papá, esté donde esté, está esperando que alguna vez lo encuentre”, confía el especialista paraguayo. Y asegura que cuando limpia los restos con su cepillo o su esteca, espiritualmente se siente tan bien que no podría hacer otro trabajo. “Vamos a continuar hasta la última gota de sangre porque ellos dieron su vida por un Paraguay libre, justo y democrático, con justicia social”, advierte Goiburú Benítez. La intención de su labor, considera, es recuperar huesos, darles identidad, con la pretensión de reescribir la historia de Paraguay, que quedó oculta.
Desde 2006, el equipo que dirige encontró treinta y cuatro esqueletos de represaliados por el terrorismo de Estado. Cerca de quinientas denuncias fueron presentadas por desapariciones forzadas cometidas por el stronismo, de las cuales la Dirección de Memoria Histórica y Reparación documentó cuatrocientas cuarenta. “Deben existir muchísimos más desaparecidos”, sospecha el médico, y apoya esa hipótesis en los viajes que con su equipo hace al interior paraguayo: “Muchas familias no denunciaron la desaparición de sus seres queridos. Fueron treinta y cinco años de dictadura, con un estado de sitio que se levantaba sólo para las elecciones fraudulentas en las que siempre ganaba el dictador. Calculamos que esas personas no dieron testimonio por miedo, por esos treinta y cinco años de terror que perduran hasta hoy”. Además, afirma Goiburú Benítez, son tan humildes que no tienen ni siquiera dinero para pagarse un boleto de micro a Asunción, menos para costearse asesoramiento legal.
“Un abogado o un fiscal pueden tener la mejor voluntad, pero pueden ser frenados por intereses que están allá arriba, en el poder. Nosotros vamos a ayudarles a los fiscales, les vamos a armar de coraje, les vamos a dar locro todos los días para que avancen en la investigaciones”, afirma el jefe de la Dirección de Memoria Histórica y Reparación.
Sobre las violaciones a los derechos humanos en la dictadura stronista, sostiene que no fueron hechos desgraciados en una guerra entre bandos opuestos. “Fue una represión absolutamente detallada, planificada y financiada por civiles y poderes extranacionales –asegura–. Sabemos bien que el imperialismo de Estados Unidos, a través de la CIA y del Pentágono, tienen documentos para saber lo que pasó con nuestros desaparecidos. Ellos estimularon a los militares a formarse en la Escuela de Panamá y, a su vez, los militares usaron a la policía para hacer el trabajo sucio”, agrega. Un comisario de la Policía Nacional le dijo hace unos días al médico paraguayo: “Goiburú, la mitad de la policía está contigo en este desafío; te apoya, te aprecia, te estimula y protege. La otra mitad, no”.
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