EL MUNDO
El tozudo W, hijo de otro que perdió la reelección
El presidente de Estados Unidos, George W. Bush, dijo en una entrevista que “no piensa cambiar” en ningún aspecto, en momentos en que ha perdido imagen según sondeos y se calienta la campaña demócrata.
Por Rupert Cornwell *
Desde Washington
“No pienso cambiar.” Con estas cinco palabras, el presidente George Bush describió su postura para las futuras elecciones que rápidamente parecen haberse complicado en un mes. Estados Unidos y el mundo han sido notificados: quienquiera que espere que nuevas circunstancias produzcan un nuevo Bush está equivocado. La entrevista de una hora con Tim Russert en el programa de la NBC, Meet the Press, fue un interrogatorio sin tregua, uno de los más severos a los que se sometió Bush desde que comenzó su mandato. Una rara ocasión en donde una pregunta esquivada no pasaba automáticamente sin ser repreguntada.
En su mayor parte estaba a la defensiva. Russert le dio poco lugar a los divagues campechanos que utiliza cuando se encuentra arrinconado. La expresión más frecuente de Bush era una dura sonrisa y, como siempre, le costaba encontrar las palabras justas. De forma poco sutil, cambió su lógica para explicar la invasión de Irak, dejando abierta la posibilidad de que las armas de destrucción masiva podrían no existir, a la vez que no descartó que se las podría encontrar en el futuro o que se las habría llevado a otro país. Pero, en el fondo, era el mismo George W. Bush, terco, obstinado y totalmente convencido de la virtud de su causa. Saddam Hussein, insistió, por lo menos “tenía las armas. Tenía la capacidad de tener armas, de fabricarlas armas”, dijo Bush. Sostuvo que la guerra había sido justificada por la inteligencia que había recibido. Además, a pesar del fracaso para encontrar armas químicas, biológicas y menos aún nucleares, aclaró que el puesto del director de la CIA no estaba en peligro. La agencia está bien dirigida por George Tenet, aseguró.
Al hablar de la economía, fue el mismo cuento de siempre. Conservadores de su propio partido han criticado a Bush por su imprudencia en materia fiscal al permitir que aumente el déficit federal en 521 mil millones de dólares este año, en comparación con el superávit de 281 mil millones de dólares logrado por Bill Clinton en el 2001. Pero Bush, sin arrepentimientos, insistió en que los recortes de impuestos, que han causado gran parte del déficit, fueron justificados. “Hay que recortar impuestos para crear trabajo”, remarcó, a pesar de que se han perdido 2,2 millones de puestos de trabajo durante su presidencia. Atribuyó el déficit al “terrible estrés” que trajo consigo la recesión, la Bolsa de Valores en caída y, por supuesto, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.
Un temor poco acostumbrado está sobrevolando la Casa Blanca: que este presidente siga los pasos de su padre, derrotado después de un único mandato. Los últimos 15 días han sido difíciles. Su discurso sobre el Estado de la Unión, normalmente una plataforma regalada para el lanzamiento de la campaña política, fue juzgado como un fracaso, incluso por sus partidarios. La situación de su vicepresidente, Dick Cheney, con conexiones con la compañía Halliburton y su negativa a admitir aunque sea una mínima equivocación en Irak, es cada día más embarazosa. Ahora, se dice, importantes asesores de Cheney podrían ser denunciados, a raíz de una investigación, de haber filtrado que la esposa del embajador Joseph Wilson era una espía encubierta de la CIA. Todo esto, sumado a la debacle de las armas de destrucción masiva, pone en riesgo la jugada electoral de Bush, y las encuestas se lo están confirmando.
Un sondeo de la revista Newsweek divulgado ayer alerta que su nivel de aprobación ha caído al 48 por ciento, por primera vez más abajo del 50 por ciento, y casi el mismo nivel que su padre en el mismo momento de su mandato. La misma encuesta señaló que John Kerry, el ganador demócrata, le ganaría a Bush por un 50-45 por ciento si las elecciones fueran hoy. La respuesta de Bush a todas estas dificultades fue: “Soy un presidente guerrero”, dijo claramente en la entrevista. “Tomo decisiones en la oficina oval siempre con miras a la guerra.” Sí concedió que “esperaba que hubiera reservas de armas”; sin embargo, no se han encontrado. Pero, ¿qué pasa con la retórica hiperbólica de la preguerra que daban la impresión de que Saddam era un amenaza mortal e inminente? Bush no se mostró arrepentido: “No existe tal cosa como una inteligencia totalmente sólida”. Más adelante en el reportaje, el presidente desmintió las acusaciones de que había abandonado el servicio militar durante la guerra de Vietnam. “Están equivocados”, dijo simplemente. Con respecto de las elecciones, aseguró: “No voy a perder. Voy a llevar al mundo hacia más paz y libertad. He demostrado que puedo liderar y tomar importantes decisiones cuando los tiempos son difíciles”. En pocas palabras: tómenme o déjenme, no voy a cambiar.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Ximena Federman.
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